Nimes, año 754. Hace 1.270 años. Las tropas de los reyes carolingios Pipino el Breve y Berta la del Pie Grande —los padres y antecesores de Carlomagno— conquistaban la ciudad y la incorporaban al reino de los francos. Treinta años antes (724) había sido la última plaza de la monarquía visigótica en caer en manos de los árabes. Pero la entrada de los carolingios no representó ningún tipo de retorno. El estado visigótico, que había dominado el territorio durante tres siglos (V en VIII), no se restauraría porque la cancillería franca no tenía intención alguna de resucitar la desaparecida monarquía de Rodrigo. No obstante, Pipino y Berta no olvidaban que aquel territorio, el arco mediterráneo entre el Ródano y los Pirineos había jugado un papel muy importante en la anterior etapa visigótica, y lo bautizaron como la marca de Gotia.

Mapa de la división provincial romana a finales del siglo IV. Fuente Enciclopedia Catalana
Mapa de la división provincial romana a finales del siglo IV / Fuente: Enciclopèdia Catalana

¿Por qué había jugado un papel importante?

Antes de la llegada de los visigodos (410), el territorio entre el Ródano (en el norte) y los Pirineos (en el sur) era la parte litoral de la provincia romana Narbonense y estaba integrada en la diócesis (región) romana de la Galia Vienesa. Después del encaje definitivo de las monarquías germánicas sobre el solar del antiguo Imperio romano de Occidente (finales del siglo V y principios del VI), la Narbonense quedó como el único territorio continental (al norte de los Pirineos) de la monarquía visigótica. Este detalle es mucho más importante de lo que parece. La Narbonense (las provincias conservaron el dibujo y el nombre de la época romana) sería el punto de contacto y de intercambio cultural y comercial entre la monarquía visigótica con el resto de monarquías germánicas de la Europa occidental.

Núcleo de disidencia

La Narbonense fue, también, el principal núcleo de la disidencia al régimen visigótico de Toledo. La fracasada rebelión del dux Flavius Paulus, secundada por todos los grandes oligarcas de la Narbonense y de la mitad oriental de la Tarraconense (futuros territorios de Languedoc y Catalunya), y la secesión y proclamación del Reino Visigótico de Septentrión (672), no era un detalle menor. Ni la posterior rebelión de Agila (710), que con los mismos argumentos y los mismos apoyos que Flavius Paulus, se había proclamado rey de todos los visigodos en Tarragona. Según la historiografía tradicional, Agila y sus partidarios habrían sido los responsables de introducir a los árabes en la península Ibérica (Batalla del río Guadalete, 711) con el propósito de liquidar a Rodrigo y las oligarquías toledanas.

Representación de la corte visigótica de Toledo. Crónica albeldense. Fuente Real Academia de la Historia
Representación de la corte visigótica de Toledo. Crónica albeldense / Fuente: Real Academia de la Historia

Pelayo y Ardón

Después de la derrota y exterminio de Rodrigo y de la nobleza toledana (711), y de la inesperada defección de Agila, que se convirtió en un colaborador de la Media Luna a cambio de retener su extraordinario patrimonio personal (712), las oligarquías de la Tarraconense y de la Narbonense eligieron a un nuevo rey visigodo: Ardón. No fue Pelayo, en Covadonga, el pionero de la resistencia a la invasión árabe. Ni siquiera el iniciador de nada. Cuando el caudillo asturiano protagonizó la escaramuza con los soldados del valí de Gijón que le valdría la fama (722), Ardón y su gente ya habían combatido y parado a los árabes en los Pirineos orientales (717-720). Ardón haría gala a su nombre y los árabes precisarían cuatro años para ganar el territorio entre Roses, al sur, y Nimes, al norte (720-724).

El gran exilio

La rápida progresión de los árabes a través de la Meseta y del levante peninsulares provocó un curioso escenario. Las viejas oligarquías hispanovisigóticas (la mayoría de origen hispanorromano) de estos territorios centrales y orientales aceptaron los pactos que proponían los invasores: arabizarse e islamizarse a cambio de conservar su privilegiado estatus económico y político. Las grandes estirpes de gobernantes andalusíes de origen indígena (como los Cassius de Zaragoza, transformados en Banu-Qasi, o los Llop de Lleida, transformado en Ben-Llop) surgirían durante aquella época de conquista. Pero en cambio, la larga resistencia de Ardón (primero en la línea del Ebro y después sobre los pasos de los Pirineos) impulsaría un fenómeno genuino: el exilio de las oligarquías del territorio hacia el reino de los francos (717-754).

Representación coetánea de Carlomagno y su hijo segundón Pipí el Geperut (siglo IX). Font Museo della Catedrale. Módena
Representación coetánea de Carlomagno y su hijo segundón Pipino el Jorobado (siglo IX) / Fuente: Museo della Catedrale, Módena

El gran retorno

Si bien es cierto que no fue un éxodo masivo —como nos podría tentar la imaginación—, sí que afectó a una parte importante de la población: los propietarios de los grandes latifundios situados al norte del Ebro y al este del Segre junto con sus masas clientelares (mayorales, arrendatarios, jornaleros y esclavos). No hay una cifra precisa que cuantifique aquel fenómeno, pero los historiadores apuntan que podría haber afectado entre la cuarta parte y la mitad de la población. Ahora bien, la importancia de aquel fenómeno radica en tres puntos: su originalidad en el contexto peninsular, el mestizaje con la población de acogida (población galorromana de etnia celta) y, sobre todo, en el retorno (a partir del 754), combatiendo al lado de las tropas carolingias.

El fracaso del proyecto Marca Hispánica

El proyecto carolingio Marca Hispánica pasaba por la ocupación del territorio entre los Pirineos y el Ebro, y entre el Mediterráneo y el Cantábrico. La conquista de la antigua Narbonense y la creación de la primera marca (la de Gotia, 754) fue un éxito, que se explica por la comunión de intereses entre los descendientes del exilio visigótico, la cancillería carolingia y la población indígena bajo dominación árabe. Pero, en cambio, la operación de los Pirineos occidentales fue un fracaso. Los vascos (el dominio independiente de Pamplona) se habían comprometido con Carlomagno, pero a última hora los Banu-Qasi de Zaragoza los convencieron para abandonar el proyecto. La campaña de Carlomagno cerró con el intento fracasado de tomar la Zaragoza andalusí y la masacre de Roncesvalles en manos de los vascos (778).

Representación de los condes carolingios de Barcelona, en tiempo de la Marca de Gotia. Guifré II, Sunyer I, Miró I y Borrell II. Fuente Rollo de Poblet
Representación de los condes carolingios de Barcelona, en tiempo de la marca de Gotia. Wifredo II, Suniario I, Miró I y Borrell II / Fuente: Rollo de Poblet

El abandono del proyecto Marca Hispánica

Después de la masacre de Roncesvalles (778), Carlomagno y sus sucesores abandonaron el proyecto Marca Hispánica y se concentraron en la expansión y consolidación de la marca de Gotia. El 785 saltaban los Pirineos y ganaban Empúries, Girona, Llívia y La Seu d'Urgell. El 801 entraban en Barcelona. Y entre el 801 y el 812 promovieron varias empresas militares contra la Tortosa andalusí, que, si bien no consiguieron su objetivo, sí que empujaron la frontera hasta el Penedès. La marca de Gotia fue el distrito más meridional del Imperio carolingio (754-843) y del reino de Francia resultante de la fragmentación de la herencia de Carlomagno (843-987) y, hasta la independencia de los condados catalanes (987), fue el único y el último territorio peninsular del estado carolingio.

Mapa contemporáneo del proyecto político carolingio Marca Hispánica. Fuente Bibliothèque Nationale de France
Mapa contemporáneo del proyecto político carolingio Marca Hispánica / Fuente: Bibliothèque Nationale de France

¿Por qué lo que ha trascendido es el nombre de un proyecto y no el de una realidad?

Pasados siete siglos (centuria de 1600), la monarquía francesa dirigida por Luis XIV, Richelieu, Mazzarino y Le Tellier se postulaba para relevar a la monarquía hispánica en el liderazgo mundial. El teatro que escenificaría aquella rivalidad sería el conflicto hispano-francés (1635-1659), una matrioska bélica que rodeaba la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). En el transcurso de aquel conflicto, Versalles desenterró la vieja reliquia carolingia Marca Hispánica —muerta antes de nacer— para justificar la anexión de Catalunya, de Navarra y de Guipúzcoa. "Marca Hispánica" fue un concepto recurrente en las negociaciones que desembocarían en el Tratado de los Pirineos (1659). Y de allí pasó a las academias de Versalles (siglos XVII y XVIII), a los mapas de Napoleón (siglo XIX) y a la impostura actual.