Maria y Martí se conocieron el día de Sant Jordi de 1999. Él estaba en un puesto de rosas que había montado el grupo de boy scouts del que era monitor para sacar dinero para los campamentos de verano en Martinet (desde entonces, en el cau todo el mundo le llamaría Martinet). Ella estaba en el puesto de al lado, el de la librería del barrio, en el que, estudiante de Filología Catalana, echaba una mano siempre que había más trabajo del habitual. Se cruzaron las miradas y se dibujaron una sonrisa. Cuando acabó el día, él le regaló una de las rosas que habían sobrado. Ella le prometió que un año le regalaría un libro. Seis años más tarde nacía Lola. Dos años después, Julieta.
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Cada año por Sant Jordi, Maria y Martí se escapaban un rato del trabajo (ella trabajaba en una editorial independiente y él en un estudio de arquitectura) y quedaban para comer para celebrar un día que para ellos era un poco más especial. Siempre planificaban hacer algo distinto que ir a dar la típica vuelta por las Ramblas. Esta vez se dijeron que quizás podrían ir al Sant Jordi ese musical que montan en la Antiga Fàbrica Estrella Damm, lo que generó las quejas de Lola y Julieta, mucho más fans de buena parte de los artistas que ahí actuaban que sus padres.
Los muros invisibles de Martí y Maria
Martí y Maria dijeron de quedar a las dos, que ya se mandarían un whatsapp y se encontrarían allí mismo. Martí no se lo dijo a Maria, pero él se tomaría toda la mañana libre e iría antes. No es que tuviera ganas de ver a ningún grupo en concreto, pero tenía ganas de pasar tiempo a solas. Hacía tiempo que las cosas no acababan de ir bien del todo. De hecho, no iban. No había pasado nada en concreto, más allá del tiempo, que lo había convertido todo en monótono y rutinario. Quería a Maria, pero ya no sabía si la quería como la había amado años atrás. Con todo, de camino a la calle Rosselló, no faltó a la tradición y compró una rosa excesivamente cara y un libro, Las hijas horribles, que le había recomendado una compañera de trabajo.
Maria no se lo dirá a Martí, pero su rosa no será la única que le habrán regalado hoy. La primera se la había traído a primera hora de la mañana Albert, un compañero de trabajo con quien hacía tiempo que estaban traspasando esa difusa línea que separa la amistad de curro con el flirteo. Ella no quiere nada con él, pero alguna mariposa le despierta cada vez que se encuentran en la cafetería de la oficina. María nunca lo sabrá, pero Martí pasó por lo mismo con Ariadna, su socia en el despacho de arquitectura. Total, hace meses que no follan con Martí. Pero hoy, Maria, más por inercia que por deseo, le comprará una rosa y un libro, Els murs invisibles de Ramon Mas. Leyó una entrevista con el autor en ElNacional.cat en la que explicaban que la novela empezaba con una cita de una canción de Jawbreaker, el grupo favorito de Martí. Solo por eso seguro que le gusta.
Un dulce refugio
Martí ha llegado a la Antiga Fàbrica Estrella Damm justo cuando empezaban a actuar Els Amics de les Arts. Nunca le han gustado mucho. De hecho, nunca le han gustado. Y lo último que le apetece hoy es escuchar a tres tipos de su edad cantando que todo el mundo se separa. Por suerte no la han tocado. Le ha sorprendido la de gente joven que había mirándolos. Entre el público ha reconocido a algunos de los artistas favoritos de Lola y Julieta: Triquell, Maria Hein, Julieta, alguno de los miembros de Stay Homas...
Maria ya debería haber llegado cuando empiezan los Figa Flawas. Martí ya lleva dos cervezas y sin saber exactamente cómo, aparece en la tercera fila dejándose llevar por el ritmo de Diabla y Mussegu. Saca el móvil y graba un vídeo para sus hijas. Justo entonces recibe un mensaje de Maria: "Amor, perdona, hoy tenemos muuuuucho trabajo. Llego un poco tarde". Maria le da a "enviar" y vuelve a la charla con Albert, que le cuenta que está muy mal con su mujer. Sin nada más que hacer, Martí se va a ver a Ariox. La descubrió en iCat, la emisora que se fuerza a escuchar para no sentirse tan viejo, aunque cada vez tiene menos pelo. Se siente totalmente desubicado, más perdido que un bereber de expedición por el ártico, pero aun así, sus canciones, llenas de tópicos románticos adolescentes, son un dulce refugio.
Brilla por vosotros
Cuando Maria sale del metro de la estación de Sant Pau - Dos de Maig ya son las cuatro y pico. Lejos de discutirse, cuando se encuentran hacen como si nada. Se dan las rosas, los libros y sueltan un par de gracias y un 'feliz San Jordi' de compromiso. En nada toca Xarim Aresté, a ella no le gusta, a él mucho. Maria cede. El músico de Flix presenta una versión rota, cruda y desnuda de su último disco, Un idioma nou. A Martí se le hace muy corto el concierto. Maria ha pasado esa media hora hablando por whats y mirando Instagram. "Esta es la última, feliz día de los enamorados," suelta como despedida Aresté antes de enfilar las primeras notas de Brilla per tu, esa canción, salvajemente tierna, que dice: "No hi ha res que il·lumini el sol. Així que brilla per tu, brilla per tu". Maria y Martí se miran y vuelven a sonreírse como en ese primer Sant Jordi de 1999.