Ya es casualidad o coincidencia, que el día que sale a la luz que los Rolling Stones aplazan la gira europea de este verano, disparándose todas las alarmas y rumores acerca de su estado, unas horas más tarde se anuncie la desaparición de Marianne Faithfull. Inevitablemente, la conexión con sus satánicas majestades estaba ahí; el publicitado romance con Mick Jagger fue lo más sonado, pero con quien estaba obsesionada era con Brian Jones (tuvieron algún viaje juntos con LSD) y, Keith Richards (con quien solo tuvo una noche de sexo, pero según ella la mejor de su vida), ha sido su fiel amigo hasta el fin de sus días. Es más, en los últimos veinticinco años en que se supo acompañar de lo más florido, tanto de su generación, como las que vinieron después, el entrañable pirata también colaboró en alguna de sus canciones.
Una mujer que no conocía límites
En la vida de Marianne Faithfull ha habido muchos contrastes, pasó de la aristocracia al glamur de las modelos, se codeó con la flor y nata del negociado musical londinense, y en sus peores días, durmió bajo puentes intentando sobrevivir en la jungla de la calle. Todo eso lo explicó en su autobiografía, un relato punzante, descarnado y en el que no había tabúes; lo contaba todo. Lo bonito y lo polémico, las idas y venidas de una mujer que no conocía límites. Se explayó tanto y tan a fondo, que al cabo de unos años publicó otro libro para compensar y limpiar un poco su imagen. A ver, no la importaba haber relatado sus desdichas, pero debía continuar viviendo y alimentando una carrera que todavía tenía recorrido.
Se codeó con la flor y nata del negociado musical londinense, y en sus peores días, durmió bajo puentes intentando sobrevivir en la jungla de la calle
En lo musical, empezó como una princesa del folk y el pop, con aquella aparición en unos estudios de grabación para cantar la gloriosa y bendecida As tears go by. Bandera suya y, obviamente, también de los Stones. En esa senda dócil y delicada, en lo musical, estuvo unos cuantos años. Hasta que, fruto de una vida desorganizada y con muchos (demasiadas) tentaciones tóxicas, la llevó a un agujero casi sin salida. Pero ella, superviviente nata, remontó cuando nadie lo esperaba. Concretamente en 1978. No sería la primera vez. Durante la pandemia se salvó por los pelos de la letal COVID-19. Pero bueno, al caso, a finales de los setenta y con el punk azotando conciencias, publicó un disco narcótico y peligroso, Broken English. Atrevido en el concepto y en la resolución del sonido: nunca nadie hubiese imaginado a una Marianne con esas hechuras. El disco era revolucionario. Y no solo en clave personal; en un contexto global y más colectivo, también sacudió. Pero no lo suficiente. De hecho, el disco cogió envergadura años más tarde, en un momento en que correspondía reivindicarlo.
Con lo cual, después de ese artefacto que podía haber dinamitado el planeta, se la ve deambulando por una ciudad como Nueva York, que no la comprende. Hasta que aparece un salvador. Hal Willner -cómplice también en el mayúsculo Easy Come Easy Go de 2008- la rescata. Se reúne con ella y, en un apartamento cualquiera, se tiran por el suelo y empiezan a desparramar discos que pinchan compulsivamente. La idea es tomar prestadas tomas de otros artistas y, con una idea más íntima y jazzy, plasmarlas en Strange Weather (1986). Un álbum que, de alguna manera, la colocó de nuevo en el mapa, en la acción. Motivada por ese impulso, se puso otro reto de enormes proporciones y responsabilidad: aproximarse al cancionero de Kurt Weill con soberbia y gallardía. Le había perdido el miedo a todo. La confianza estaba otra vez por las nubes. Trabajó con productores de primer nivel como Daniel Lanois y Angelo Badalamenti, y estrellas del rock de nuevo cuño como Nick Cave y PJ Harvey la asisten en Before The Poison, un disco que en 2005 le abre otras puertas.
Capaz tanto de ponerse a cantar con Metallica porque le pagaban bien y la apetecía, como de mostrar su vertiente más irónica en el documental producido por ARTE y dirigido por Sandrine Bonnaire, en que desde el palpito de un taxi (o puede que fuese una limousina), recorre su vida a través de una conversación
Y aunque en 1968 se sumergió en el mundo del cine de la mano de Alain Delon con la anecdótica Girl on a motorcycle, no fue hasta décadas más tarde, concretamente en 2006, que se tomó en serio lo de ser actriz. A pesar de los muchos papeles que había hecho entremedias. Fue con el relato compartido de Paris, je t´aime y, sobre todo, con la actuación como la Emperatriz María Teresa en Maria Antoniette de Sofía Coppola, cuando se vio capacitada para desarrollar esas dotes artísticas. Al año siguiente, tiene su papel más sonado en la sorprendente Irina Palm. En esa cinta, ella es una viuda de mediana edad que tiene un cometido: su nieto necesita un tratamiento para curarse. Para ello necesita dinero, y como los recursos son escasos, el personaje de Marianne se transforma en una ilustre pajillera que sabe cuál es el propósito. Poco le importa lo que digan, lo que se cuchichee. En cada situación, por perra que sea, la cabeza bien alta. Un símil de lo que fue su vida. Capaz de ponerse a cantar con Metallica porque le pagaban bien y le apetecía, como de mostrar su vertiente más irónica en el documental producido por ARTE y dirigido por Sandrine Bonnaire, en que desde el palpito de un taxi (o puede que fuese una limusina), recorre su vida a través de una conversación.
En lo musical, la cosecha de los últimos veinte años es mastodóntica. Siempre bien rodeada y asesorada, en 2008 alcanza la cúspide con una doble rodaja concentrada en Easy come, easy go. En la nómina, Anohni Hegarty, Rufus Wainwright, Teddy Thmpson, Kate & Anna McGarrigle, Sean Lennon, Jarvis Cocker y la dupla que forman Nick Cave y Warren Ellis. Una barbaridad de disco en el que ella solo tenía que escoger canciones y hacer lo que mejor sabía: cantar como una reina. La portada, además, era hermosísima. A continuación, vinieron más discos de una calidad similar, Horses and high heels, Give my love to London o Negative Capability. Precisamente, en ese disco, hacía una renovada versión de As tears go by. No sabemos con qué intención, pero la hizo. No en vano, y aunque tuvo un pasado esplendoroso, no quiso vivir de las rentas del pasado: su música era como ella: cautivadora. Por tanto, quedará para los retos esa voz grave y autoritaria, su mirada cómplice y la satisfacción de salvar obstáculos y ser querida por todos. Su legado es monumental; y este va más allá. Las pruebas coinciden: no solo fue una chica Stones.