Marina Garcès (Barcelona, 1973) es una de las voces más necesarias de nuestro tiempo porque en un mundo donde las respuestas sonn como las sopas instantáneas, ella recupera los caldos ancestrales que requieren tiempo, la sabiduría de los secretos de la tierra y remover con paciencia. La memoria "enemiga del descanso", que decía el Quijote, es la clave para repasar los pasos hacia un futuro donde las personas volveremos a otorgar el poder a la palabra. La filósofa, escritora y docente, autora de libros como Les males companyies, Nueva ilustración radical o Filosofía inacabada, entre muchos otros, ha publicado este mes El tiempo de la promesa (colección de los nuevos cuadernos de Anagrama), un ensayo para reapropiarnos a través de los vínculos del pasado, del futuro y sobre todo de nuestro presente. Lleno de reflexiones filosóficas alimentadas con referencias literarias, nos introducimos en un texto esperanzador, un rincón para pensarnos como individuos y como sociedad.

Foto: Carlos Baglietto

¿De dónde surge este encargo de publicar un libro sobre el concepto de promesa?
Este libro nace de la preparación de una conferencia y una acción con adolescentes en el marco de la Biennal de Pensament del 2022. Teníamos que plantear preguntas hacia el futuro y preparándolo me di cuenta de un síntoma de nuestro tiempo: hablamos del futuro como una cosa separada de nuestro presente o bien como una amenaza que nos caerá encima, como un futuro catastrófico que está allí, va viniendo y se proyecta a nuestro presente. También como un repositorio de deseos, intenciones, proyectos, que de alguna manera no sabemos como conectar con nuestro presente. Yo quería conectar esta desconexión entre el presente y el futuro. Pensé en cuál es la manera en la que hacemos más presente el futuro: haciendo promesas. Las promesas se hacen en presente y hablando de un futuro continuo, siempre es una acción que se proyecta en el tiempo y al mismo tiempo genera un comienzo compartido o un pasado común. A partir de hacer una promesa, las personas implicadas en ella quedan conectadas a un punto de partida. Por lo tanto, la promesa trabaja en todas las direcciones del tiempo. En un tiempo de crisis como el nuestro, en el cual vivimos un tiempo de fractura, de inmediatez, de accidente, pero al mismo tiempo en esta sensación donde la incertidumbre va rompiendo la cotidianidad del tiempo, era interesante plantear esta cuestión sobre la promesa.

En cierta forma, planteas que dentro de la promesa hay algo de desesperanza, porque en muchos casos existe una falsa voluntad o una falsa proyección de los deseos. Mencionas que nos tendríamos que "comprometer más" y prometer menos.
Uno de los puntos de partida del ensayo es porque sentimos tan lejos de nuestras vidas la promesa o la posibilidad de prometer alguna cosa. Si hacemos un ejercicio real de pensar en concreto cuántas veces prometemos algo, lo hacemos muy poco. Hacemos muchos proyectos personales, muchos proyectos compartidos, incluso cuando tenemos hijos decimos que es un proyecto de vida. Pero, en cambio, la promesa parece un poco intempestiva. A veces pienso que no es solo porque se nos ha desacoplado el futuro, sino porque estamos saturados de falsas promesas. El espacio público, el espacio político y el espacio mediático son entornos que claramente funcionan desde un motor que alimenta la expectativa constante de una promesa que se tiene que cumplir y no se cumple. Estamos saturados de este tipo de promesas falsas, vacías y repetitivas que no implican ningún vínculo ni ningún compromiso.

Estamos saturados de este tipo de promesas falsas, vacías y repetitivas que no implican ningún vínculo ni ningún compromiso

Si hablamos de la política, no solo de la institucional, ¿crees que están haciendo un uso nocivo de las falsas promesas? En el texto dices que una promesa la puede hacer quien es soberano, aquel que tiene poder, quien tiene la posibilidad de prometer.
Para mí lo que define la promesa no es tanto su contenido de futuro, no son cosas que queremos que pasen. La promesa es el vínculo entre quien la propone y un compromiso. Desde el espacio político, cuando se hace uso sistemático de la falsa promesa, hay un abuso de poder con una pedagogía de la palabra banalizada. ¿Por qué hacemos promesas si sabemos que no son verdaderas, que son falsas? Eso lo podemos ver en los discursos, en los programas electorales, en las propuestas y reformas legislativas. ¿Por qué seguir haciendo promesas si damos por hecho que nadie tendrá en cuenta si se han cumplido o no? Pienso que lo que pretenden hacer es adiestrarnos en que la palabra no vale nada, que puede ser totalmente banalizada, y el mensaje implícito que está dando el que hace una falsa promesa sabiendo que no la cumplirá es que está estableciendo un vínculo falso con su electorado, con su ciudadanía. Deja ver que no pasará nada si no cumple lo que dice porque no hay vínculo, no hay compromiso. La política institucional hoy en día no se ve como un espacio del compromiso sino de la estrategia, de la negociación y del éxito o del posicionamiento.

¿Crees que el poder de la palabra ha sido mermado a través de las promesas falsas? ¿Cómo podemos recuperar los espacios de la palabra y que la frase "te doy mi palabra" vuelva a tener el peso antes?
Hay una banalización y una mercantilización de la palabra en una sociedad no solo capitalista, sino basada en la comunicación, en la manera de crear experiencia colectiva no vinculante, que no genera ningún vínculo, pero sí muchos deseos de consumo. Hacer una promesa es dar la palabra. Parece muy anticuado esto, pero si lo llevamos a su literalidad es muy bonito y muy sencillo, y a la hora muy potente y poderoso. Dar la palabra es hacer una donación y, a través de esta palabra, darse a uno mismo. Cuando hago una promesa lo que estoy haciendo es prometer, y prometer alguna cosa quiere decir ponerse delante de otro, entregarse, a través de una cosa que es la verdad. ¿Pero cuál es la verdad de la promesa?

Mencionas a muchos personajes literarios dentro de un ensayo filosófico. Reparas en el Quijote y su figura engañosa. Nunca había pensado que le hacía una promesa a Sancho muy cruel: te prometeré "la ínsula de Barataria" si me acompañas. ¿Crees que este Quijote se puede reflejar en los poderosos actuales?
Cervantes hizo del Quijote una parodia de la promesa. Esta promesa soberana que utiliza un señor, un hombre con poder, para que su sirviente lo acompañe... ¿a cambio de qué? Cuando él se encontrará con que no se cumple e irá descubriendo todo aquel mundo de mentiras. Pienso que el Quijote muestra todos los rasgos característicos de la promesa soberana, pero desde un personaje —que por eso es paródico—, no es ningún señor. Es un caballero que crea una simulación de caballerosidad a través de la promesa de la novela caballeresca, aquella donde hay un tipo de hombres llamados a hacer de su vida una lucha por un código de honor. Y la gracia del Quijote es que él no lo es, entonces es la simulación-parodia de estos valores y de todos estos usos chantajistas de la promesa. Él al final no tiene capacidad de amenaza ni de castigo. Es muy interesante leer el Quijote desde la estructura de la promesa porque acabamos descubriendo que tener poder es poder castigar.

Foto: Carlos Baglietto

También se puede hacer una lectura de clase, porque el Quijote sería aquella clase media que no se cree clase obrera y vive con aquella falsifica promesa muy reiterativa, que mencionas en el libro, del margen de mejora. En cambio, dices que se tendría que volver al pasado para encontrar el camino al futuro y ver cómo salimos adelante.
Exacto, también podría ser una lectura. La invitación del libro no es a hacernos promesas para que todo vaya bien, es muy pandémico eso; tenemos que explorar si somos capaces de examinar de qué promesas somos hijos, somos herederos, somos producto. Tenemos que averiguar cuáles son ilusiones precisamente construidas desde unas lógicas de poder, y cuáles, en cambio, nos podemos poner en condiciones de igualdad. Y por lo tanto qué promesas nos han llevado a ilusiones engañosas o a situaciones de servilidad; todas estas promesas que desde los dioses, los soberanos y el capital nos meten en esta lógica de esperar alguna cosa a cambio de nuestra capacidad, de nuestra tenacidad, de nuestra fidelidad o de nuestro trabajo. Tenemos derecho a romper con estas promesas para emanciparnos en la autonomía y en la reciprocidad de una promesa entre iguales.

Si la promesa es el delirio compartido que hace pensables unos posibles, el accidente es el impensante que los arrasa. ¿Un ejemplo de accidente?
Que no te renueven el alquiler, un luto, cualquier relación con el imprevisto que forma parte de la vida. Todo eso se convierte en un problema cuando el accidente se normaliza y hoy estamos en una normalización del accidente, vivimos en un accidente permanente. ¿Qué relación tiene el accidente con el tiempo? La de un ser continuamente roto. Si vivimos en un tiempo roto, no podemos sostener ningún pasado común, ni ningún pasado vinculado o compartido. ¿Qué palabra en el tiempo podemos darnos que articule esta experiencia común en el tiempo?

Nos hemos acostumbrado a un "clima" que nos hace vivir situaciones muy penosas. ¿Crees que vivimos en un marco ideológico donde estamos movidos por una falsa esperanza?
El capitalismo lo que hace es convertir la lógica de la promesa en la estructura misma de la realidad. Una mercancía no es aquello que contiene, es la promesa de una juventud, de un bienestar, de una manera de estar en el mundo que anuncia la posibilidad de ser mejor. Un trabajador hoy día con un cierto capital social no es aquel que hace bien su trabajo, es aquel que es prometedor de alguna cosa más. En la educación se habla de tener potencial, los estudiantes promesas responden a la lógica de la inversión. Una economía no es aquello que tiene, es aquello que puede generar. La estructura de la promesa ya no es la que hace alguien sino la promesa que está en las cosas que produce alguien y en nosotros como cosas, como objetos del capital. Esta promesa es perversa porque siempre pide más, siempre vale por aquello que promete y aquello que anuncia. Y al mismo tiempo hay una correspondiente amenaza del fracaso.

Hoy día, un trabajador con un cierto capital social no es aquel que hace bien su trabajo, es aquel que es prometedor de alguna cosa más

Las jóvenes promesas suelen ir asociadas a carreras muy productivistas, pero en el proceso de producción nos hemos olvidado de prácticas imprescindibles y las hemos sustituído por las IA. ¿Qué mensaje le estamos dando a la sociedad del futuro cuando le estamos diciendo que puede ser sustituída por máquinas?
La Inteligencia Artificial en estos momentos es como la protagonista de una gran promesa que no hace nadie en concreto porque es impersonal, es un algoritmo, un sistema de relacionar datos. ¿Qué se supone que nos ofrece? La capacidad de predecir de la manera más precisa posible comportamientos complejos: de consumo, sociales, psicológicos. Hasta dónde queremos predecir y necesitamos sentirnos seguros, porque en realidad es una promesa de seguridad y de control sobre la incertidumbre de lo que puede pasar con nosotros mismos. Eso es un viejo anillo de la humanidad. Los oráculos han existido siempre y han trabajado siempre para los "señores". Hay toda una necesidad convertida en deseo de control sobre la incertidumbre del tiempo y del futuro que se resuelve, no tanto en la pregunta de "pase lo que pase, ¿cómo nos comprometemos?" si no en la de "pase lo que pase, ¿óomo lo calculamos?"

Foto: Carlos Baglietto

¿Crees que hay una crisis de creer? No solo de fe. Ahora mismo está muy de moda el esoterismo, el horóscopo, las cartas.
Hay, por una parte, mucha credulidad, que no es creencia. Vivimos en un tiempo en que necesitamos creer en cualquier cosa, desde los mensajes absurdos de algún político mientras diga que él lo arreglará todo, hasta esoterismos de todo tipo, que nos ofrecen un marco de comprensión, o como los mensajes de publicidad y de consumo. ¿Qué está pasando con los cosméticos y con las chicas jóvenes? Que, precisamente, no necesitan cosméticos. Hay formas de credulidad muy banales, las noticias falsas... de creernos cualquier cosa mientras nos suene bien y nos haga estar más tranquilos con nuestras vidas. Por otra parte, también hay mucha falta de confianza. Hay mucha credulidad, pero creemos muy poco en los otros. Incluso confiamos poco en nosotros mismos y eso se traduce en mucha impotencia. Este poco atrevimiento al comprometernos con pequeñas cosas se traduce en la falta de confianza sobre la repercusión de las acciones individuales y colectivas en el mundo.

¿Qué problemáticas están operando ahora mismo para que la sociedad se atomice y no esté tejiendo unos vínculos de confianza?
La destrucción del vínculo social es una de las historias de largo recorrido que explican nuestro presente, así como las formas de trabajar o las maneras de vincularnos afectivamente. Más que habernos liberado de las rigideces del pasado o de las formas de dominación, hemos ido hacia unas formas de flexibilidad que son fruto de expectativas de los mercados de consumo actuales; quieren que estemos siempre de paso. Somos seres de paso en nuestras propias vidas y si tú estás de paso no te preocuparás de entenderte con el vecino del lado o de establecer un vínculo de confianza, o incluso de apoyo mutuo o de lucha con los compañeros de trabajo... si piensas que te irás dentro de nada. Este "estar de paso" en otras épocas ha estado relacionado con una cosa totalmente diferente. Por ejemplo, en el S. XIX: el flaneur, la bohemia, la rancia... todo eran imaginarios de libertad en sociedades muy rígidas. Para la mujer misma, poder salir de estas estructuras y liberarse era un sinónimo de movimiento. Pero ahora mismo no es así, hemos creado un aislamiento en el que no sabemos con quién contar.

Al final del libro has reflejado las promesas de los jóvenes del proyecto de la Biennal...
Lo que me gusta mucho de la promesa es que siempre se concreta, no hay problemas abstractos. En cambio, los propósitos sí que lo pueden ser: quiero cambiar el mundo. La promesa solo tiene sentido cuando se dirige a alguien concreto, por eso tiene que ser concreta. En el texto digo que no hay jerarquía entre promesas; la promesa más sencilla, más cotidiana o más íntima está tan prometida y tan verdaderamente prometida como la más grandilocuente. Toda promesa tiene el mismo grado de verdad si es verdadera.

"Allí donde no hay salida, la promesa es la puerta a un nuevo comienzo; allí donde hay olvido es la clave olvidada de un pasado común". Esta frase marca un punto de inflexión en el libro.
Lo que señalo es que nos quedamos solo en una cara de la promesa, la mayor parte de las veces en la cara buena de anunciar alguna cosa. Lo que me interesa más es la capacidad que tiene la promesa de crear nuevos comienzos. Una promesa puede no cumplirse, ya que acoge la fragilidad de los acontecimientos humanos, no es omnipotente. Pero se cumpla o no, la promesa marca un punto de partida. Pienso en los amigos del pueblo que se prometieron que volverían todos los veranos. Quién éramos cuando nos prometimos apoyarnos, tenemos que ver las promesas que hemos traicionado. Este rastreo del mapa olvidado de las promesas es muy necesario. El dramaturgo y escritor Wajdi Mouawad lo hace en sus obras y creo que esta revisión de las promesas olvidadas y las promesas que nos esclavizan componen un mapa de los pasados comunes.

La destrucción del vínculo social es una de las historias de largo recorrido que explican nuestro presente

Volver al pasado nos puede dar respuestas para explicar sucesos actuales. Por ejemplo, ¿la ocupación de Israel en Palestina? ¿La vuelta de la extrema derecha sin vergüenza a las calles?
Por descontado. Hay dos maneras de ir hacia el pasado: una es buscar el origen, la esencia, la raíz; y la otra, que para mí es la interesante, es buscar los comienzos, los principios múltiples. Cada vida tiene múltiples comienzos como cada historia. La narrativa lineal nos ha mostrado una mirada única. ¿Y si miramos los comienzos de cada vida, de cada conflicto, de cada elemento? Encontraremos algunos de relacionados, discordantes, antagónicos. Convertir el el pasado en un mapa vivo de nuestros presentes y de nuestros futuros es más interesante que la narrativa lineal. Y también es más discutible.

¿Cómo podemos acercarnos a estos comienzos desde una mirada crítica?
En estos momentos una de las guerras culturales y políticas de nuestro tiempo se juegan sobre el pasado y sobre quien monopoliza determinadas historias. Lo hacen a partir de falsificaciones o historias fake para justificar proyectos actuales muy identitarios y esencialistas. Hay un uso reaccionario del pasado, pero no todo el pasado es reaccionario. Hay muchas historias que necesitamos que vuelvan a salir, como la apertura de las fosas comunes, entender la existencia de Gaza y porque ya no es un país. Si no entendemos de qué está hecha la materialidad de nuestras historias, muy difícilmente podemos combatir estos usos ideológicos que se están imponiendo hoy.

¿Qué les dirías a los jóvenes sobre el futuro?
Que no tengan miedo al futuro. El futuro no es una amenaza, es aquello que hacemos del tiempo ahora y entre nosotros.

Foto: Carlos Baglietto