Hace un año, cuando se decretó el estado de alarma el escritor Màrius Serra (Barcelona, 1963) se encerró con su mujer y su hija en la casa familiar de Horta. Aunque Serra pasa largas jornadas trabajando, la covid19 le rompió sus rutinas habituales. De todos modos, el confinamiento le ha sido productivo. Gracias al parón pudo acabar a tiempo su versión de Tirant lo Blanc en el catalán actual. Lector voraz de una capacidad de trabajo legendaria, hablamos con él, a su estudio donde ha pasado tantas horas, de su experiencia de doce meses de pandemia y de los efectos de esta en la literatura.
Hace un año empezaba una situación insólita. ¿Qué recuerdas de aquellos primeros días, cuando se empezaba a hablar de una epidemia mortífera y muy contagiosa?
Como todo el mundo, iba haciendo un seguimiento de opinión publicada. El filtro de los medios lo tenemos tan integrado que no acabamos de concebir como nos afecta a la vida real. Mi mujer es maestra y recuerdo que le dije "todavía te cerrarán la escuela", pero como la opción más bestia del mundo. Una de las últimas noches antes de la entrada en vigor del estado de alarma fuimos al estreno de una obra de teatro La nostra parcel·la, de Lara Díez Quintanilla, con Judit Farrés y Marta Marco, una obra mucho beckettiana. Fue la última obra que se estrenó en Barcelona antes del confinamiento. Para más inri, hacia el final se desmayó una espectadora y se tuvo que parar la representación. Nos hicieron salir a todos y cuando volvimos a entrar acabamos la obra con una sensación de absurdidad absoluta. Cuando llegamos a casa ya se dijo que al día siguiente cerraban las escuelas y que pronto nos encerraríamos todos en casa. Fue una entrada en la realidad distópica, viniendo de un teatro del absurdo ya muy inquietante, que invadía nuestras vidas.
Eres una persona que trabaja muy en casa, con una rutina muy planificada en torno a este trabajo. Pero una cosa es estar en casa trabajando y otra, estar cerrado por obligación.
Desde los 24 años, cuando publiqué mi primer libro, que soy autónomo. Siempre he trabajado en casa. Con los años, pues, desarrollas unas estrategias. No soy un hombre de costumbres, pero la única cosa para sagrada que tengo a la vida es salir desayunar a fuera. Eso fue un golpe que recibió mi rutina. También es cierto que el hecho de trabajar en casa y solo se complementa con una cierta vida social. Quedas mucho a comer o buscas muchas excusas ni que sea para salir y cortar la rutina. Todo eso lo eché muy de menos.
¿Cómo viviste los primeros días?
Inicialmente me lo tomé con mucho entusiasmo pensante ¡"quince días sin salir de casa, pongámonos bien"!, pero la cosa se complicó. Hubo una llamada que me cambió la percepción. Era de Edicions Proa preguntando cómo tenía l versión de Tirant lo Blanc, en el cual que hacía dos años que trabajaba. Iba haciendo y dedicaba cada martes, entero. Unas diez-doce horas. Entré en una dinámica un poco angustiada para cumplir el compromiso que tenía publicarlo antes de Navidad. La excusa de no tener tiempo se fue al garete.
Eres una persona con una gran capacidad de trabajo legendaria. ¿Estas condiciones te permitieron ser más productivo o sufriste momentos de falta de fuerza o de ánimos?
El hecho de tener en frente el Tirant, que es un Himalaya, y, al mismo tiempo, ver que era el momento de culminarlo, me angustió. De los siete días de la semana dediqué cinco al Tirante. Sólo deteniéndome para las comidas y hacer Pilates, una cosa que no había hecho en mi vida. Los otros días hacía los crucigramas, los artículos y algunas colaboraciones en radio. La idea es que tienes todo el tiempo del mundo, pero el espacio mental necesita variedad. Yo soy multitarea, me gusta leer en paralelo, pero la monotonía sin contrastes cuesta. Psicológicamente fue duro.
Superaste este Himalaya. En Proa deben estar contentos.
¡Por supuesto! En julio pudimos empezar a repasar la primera de las tres correcciones. Mis amigos, con los cuales cenábamos los viernes en el Foment Hortense y que durante el confinamiento nos encontrábamos virtualmente haciendo un gin-tonic, me preguntaban cómo lo llevaba y les enseñaba el punto por dónde iba. Cuando lo di por acabado, en primera instancia, fue una liberación como no recuerdo haber vivido con ningún otro libro. Muy bestia.
¿Sin confinamiento todavía estarías trabajando en él?
Absolutamente. Sin mitificarlo, la vida no es estrictamente una cuestión sólo de voluntades. También están las circunstancias. Y eso se puede aplicar a cualquier ámbito. La realidad es una confluencia de tiempo y de contexto político, social, económico, sentimental, etc. Lo que es difícil es que el hecho contextual sea tan compartido como una pandemia. Eso es histórico. Ni las guerras mundiales han sido tan mundiales como la pandemia. Volviendo al Tirante, yo me había comprometido a hacerlo en tres años el año 2018, y contábamos con que lo acabaría en el 2020. Pero de una manera laxa. Probablemente hoy hablaríamos y todavía sería.
Tener en frente el Tirant, que es un Himalaya, y, al mismo tiempo, ver que era el momento de culminarlo, me angustió
¿Crees que esta experiencia compartida tendrá un efecto en la literatura?
Definitivamente sí. Y ya lo está teniendo. Hay efectos más banales y otros de más profundos. De momento, ha aumentado de una manera bárbara la participación en premios literarios y el grosor de las novelas. Eso ya se está dando. Sin embargo, otra cosa que marcará época serán los anacronismos y la lengua como archivo de memoria histórica. El motor narrativo de la búsqueda y el encuentro entre la Maga y el Horacio por las calles de París a Rayuela demuestra cómo era el mundo antes de los teléfonos móviles. Pues el mundo de antes de la pandemia es muy diferente de lo que estamos viendo ahora. No digo que la gente no se vuelva a abrazar, pero marcará el paisaje de las mascarillas que llevamos, los viajes y la motivación para viajar o, incluso, una generación que habrá vivido traumáticamente la adolescencia y las relaciones que vives en esta época. La pandemia tendrá una influencia en la literatura, pero la literatura como lo entiendo necesita tiempo para digerirla. Incluso escribiendo, ahora, piensas dónde eres, teniendo en cuenta que el mundo de antes de la pandemia es uno y el de después, otro.
¿Crees que la literatura producida durante el confinamiento será introspectiva o será más bien evasiva?
La introspección, la literatura del yo y la llamada autoficción había llegado a un final de vuelta del péndulo. En este sentido, veo más una voluntad evasiva. Que no quiere decir sólo el fantástico. Ha habido mucho de sufrimiento moral, mucho discurso de la piedad, de la gravedad, sobre la vida y la muerte, y eso provocará una voluntad de ir, no hacia la banalidad, pero sí hacia la fiesta. También cabe en la fiesta verbal. La pandemia ha coincidido con una época de gran cambio social –y nacional, aquí–, con todas las frustraciones inherentes al caso, y sólo faltaba la pandemia para acabar de arreglarlo en un sentido existencialista. Y habrá una reacción. Hay quien dice que será Sodoma y Gomorra, y eso son también las ganas, pero habrá un retorno a la voluptuosidad, a la ligereza del ser, a la absurdidad, de la conducta carnavalesca. Son demasiadas fiestas canceladas para que no haya un movimiento pendular.
En un año hemos pasado del "todo irá bien" hacia el pesimismo más extremo.
Hemos pasado del "todo irá bien" al "moriremos todos". Es la reacción lógica del náufrago que ha estado a punto de morir y llega a una isla. Se cree un Robinson invencible y empieza a construir una nueva civilización, hasta que pasa el tiempo y aparece la cosa más gris, más aburrida. Hay un descreimento porque ha habido un Dragon Khan emocional. Ahora parece el siglo pasado, pero justo antes de este tipo de plaga bíblica había una cosa que se llamaba Tsunami Democràtic que nos hizo ir en el aeropuerto, donde ahora no va nadie. Ahora volvemos a la cotidianidad después de las emociones y, eso, más que pesimismo genera escepticismo. Un sentimiento que mi generación, hija de lo que se llamó el desencanto, conoce mucho bien.
También hay quien decía que saldría un mundo mejor.
En eso soy escéptico. Ahora bien, el pecado de ingenuidad hace falta cometerlo. Nos negamos a ser ingenuos y creer en nada para no tener una desilusión. La realidad es que el mundo cambia y es objetiva una mejora entre el tiempo de mi abuela y el mío, pero la condición humana y su voluntad de depredación no veo que tenga que cambiar mucho|muy. No quiero ser un abuelo cebolleta, sin embargo, desengañémonos, las utopías son objetivos que estiran, no destinos. No he estado nunca apocalíptico ni tampoco integrado, pero hay muchos flancos por los cuales ser pesimista. La pandemia, en este sentido, ha sido un espejo: no nos ha hecho ni mejores ni peores. Aplaudir a las ocho de la noche era como reír porque estás muerto de miedo. Un exorcismo.
Con tu hijo Llullu tuvisteis una experiencia de la fragilidad de la vida. Me imagino que nada de lo que pasó os era realmente ajeno.
Cada uno a su nivel ha tenido las experiencias de vértigo en él o en algún ser querido, pero sin duda lo que no te coge por sorpresa es el sufrimiento. Para nosotros Vall d'Hebron era un lugar muy habitual, por ejemplo. A nadie le gusta pasar por la experiencia de la enfermedad y tengo amigos que no llaman a un médico aunque estén fatal, pero una vez has traspasado este prejuicio, la memoria te acompaña. Y en este sentido, una de las primeras cosas que nos llamamos en casa es como sufriríamos si nuestro hijo estuviera vivo. Porque una persona tan vulnerable y frágil como él habría sufrido mucho. Además, a mi hija la experiencia de su hermano le ha condicionado la vida, está acabando terapia ocupacional, pero la pandemia, durante la cual estuvo trabajando con sin hogar, lo ha acabada de situar en el foco.
La pandemia tendrá una influencia en la literatura, pero necesita tiempo para digerirla
Lingüísticamente, también ha habido cambios evidentes. Hemos incorporado a nuestro lenguaje habitual palabras como "confinamiento", "coronavirus", "pandemia", "estado de alarma", "toque de queda"...
Eso es espectacular, pero sólo demuestra que el lenguaje es un reflejo de la realidad y que hacen falta las palabras para referirse a una realidad. Y, especialmente, cuándo es una realidad nueva. Están los casos evidentes del lenguaje científico –coronavirus, obviamente–, pero palabras como confinamiento han cambiado de sentido e, incluso, el verbo se ha vuelto reflexivo. Antes el confinamiento era una pena de prisión y, en todo caso, te confinaban. El toque de queda lo hemos normalizado, a pesar de sus resonancias militares. Toda realidad comporta un relato y una interpretación sobre ella.
¿La pandemia tendrá algún resultado literario de Màrius Serra?
El confinamiento me cortó una novela que no he reanudado. Después del Tirante, sin embargo, en verano, empecé a hacer un tercer Comas. Esta novela negra no es hija del confinamiento, propiamente, pero tenía ganas de "matar".
¿Y qué papel juega la pandemia, si es que sale?
Ya me pasó con La novela de Sant Jordi, que tenía que salir a la primera Diada del Libro después del 1-O y en galeradas pasaron cosas inimaginables y que todavía vivimos, como gente en la prisión y el exilio. Eso acabó influyendo por el código realista propio el género. Aquí ya decidí que sería un escenario postpandemia, pero hablando de antes y de después de la pandemia. El mundo ha cambiado, pero no se especifica como. La pandemia será insoslayable para cualquiera que se ponga a escribir en la contemporaneidad estricta.
La literatura ha sido el sector cultural menos damnificado, porque la gente, incluso, ha leído más, ahora que ha tenido tiempo.
Tiene una lógica que responde a un arquetipo bastante triste: ¡la gente sólo lee cuando no tiene nada más que fastidiar! (río). Pero esta es su grandeza. Y su esencialidad: si tengo papel y boli puedo escribir una novela, sin plantearme si se podrá publicar o no y un libro lo puedo leer en cualquier circunstancia. En cambio, el cine o el teatro necesitan una estructura de creación. Aparte de eso, hay deseo lector, pero también sobredosis de pantalla, y el tiempo es clave para dedicarlo la lectura. No quiero ser pesimista, pero el último recurso, ya si no es leer, es tocarse los huevos o emborracharse.
El libro ha aguantado, a pesar de las dificultades de las librerías para abrir.
La gente de la cultura ha demostrado que tiene una voluntad clara de consumo. Y la pandemia ha ido bien sacar la espuma. A la Semana del Libro en Catalán quizás fue menos gente, pero la gente que fue, fue a comprar. Ha limpiado la folklorización del libro, como contenedor de cualquier dosis de fama o notoriedad pública. Uno de los grandes engaños de los años de vacas gordas era publicar cosas por gente a quién no gusta leer. No se tienen que ir a buscar las masas ni ampliar la base, porque la gente que no iba a las librerías no va ahora, y no irá más adelante.
¿Cómo viviste el Sant Jordi que no se pudo celebrar?
Para mí Sant Jordi fue un día triste. A pesar de todo –y eso que lo he satirizado en un libro– es una fiesta estimada y estimable. Sant Jordi es una ecuación extraña donde la cultura de masas no se mueve por instintos primarios y, por lo tanto, se tiene que preservar. Lo he vivido desde todos los puntos de vista y, este año, fue triste. Espero que este año sea diferente.