La noche del 24 de enero del 2009 hacía un frío horrible en Sevilla. Eva Casanueva lo tiene apuntado en unas hojas cuadriculadas que ha utilizado para apuntar su agonía y no olvidar: no quiere que la memoria le borre ningún detalle del día en que perdió a su hija de 17 años. A Marta del Castillo la mató Miguel Carcaño, su expareja, supuestamente tras golpearla con un cenicero mientras discutían. Según él, se calentó y le dio. Suele decirse de todos los crímenes que son los peores, pero el suyo puso sobre la mesa muchos de los motivos por los que las mujeres debemos tener miedo al salir de casa. Pero Marta jamás entró en la lista de víctimas por violencia de género y los medios nunca etiquetaron su muerte de crimen machista.
En ¿Dónde está Marta?, documental que acaba de estrenar Netflix sobre el caso, Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, aparece diciendo textualmente que “en aquel momento no se interpretó que ese tipo de relación afectiva que había existido entre víctima e inculpado fuera lo suficientemente intensa para que fuera considerada violencia de género”. Hace 10 años nadie pidió que así fuera y tampoco se le dio legitimidad, porque en ese momento la violencia de género solo se entendía entre miembros familiares, y la relación que habían mantenido víctima y asesino había sido demasiado corta - de un mes. Ahora, el asesinato se denunciaría como tal y los medios llenarían portadas con el lazo de color violeta.
Ahora no cabría duda
Antes de Marta fueron Ana Orantes, Míriam, Toñi y Desirée, Sandra Palo, Rocío Wanninkhof o Sonia Carabantes, y después de ella Diana Quer o Laura Luelmo. Todos feminicidios mediáticos, aunque algunos no considerados asesinatos machistas ante la ley cuando sucedieron. Los medios de comunicación siguen tratando muchos de estos tipos de crímenes como si fueran meros sucesos de crónica negra, relegando la perspectiva de género solo a los que tienen más eco, los que más venden. Esa falta de contexto, el no colocar el sesgo que la violencia patriarcal tiene en cualquier asesinato, perjudica tanto la exposición pública de los casos como su investigación o la posterior sentencia. Si el caso se juzgara ahora, Carcaño podría estar cumpliendo una pena de prisión permanente revisable.
Núria Fernández: “Si hubiera sido juzgado hoy, Carcaño podría estar cumpliendo pena de prisión permanente revisable”
“El autor hubiera sido condenado a muchos más años de prisión, pero en ese momento no se tuvo en cuenta el agravante de género porque apareció en nuestro Código Penal con la modificación del año 2015”, explica Núria Fernández Albesa, abogada y doctoranda en Derecho Penal por la UNIR. El artículo 140 del CP, en su primer y segundo apartado, dice que el asesinato será castigado con la prisión permanente revisable en dos supuestos; si la víctima era menor de 16 años o especialmente vulnerable por edad, enfermedad o discapacidad, y si el hecho fuera subsiguiente de un delito contra la libertad sexual del autor hacia la víctima: el primero está demostrado y el segundo se sostendría, si se hubiera tenido en cuenta la versión de la violación.
En una de las versiones que dio Miguel, afirmó que él y Javier García Marín alias ‘El Cuco’, menor de edad en aquel momento y condenado por un tribunal de menores a dos años y once meses por delito de encubrimiento, habían violado a la joven, aunque luego se retrajo. Sin embargo, esto ya le sirvió para que no fuera juzgado por un jurado popular, ya que los casos de violencia de género o sexual no pueden juzgarse por este método. Y eso era algo que le beneficiaba por la absoluta mediatización popular que tenía el caso: era una de las personas más odiadas del país. Además de Carcaño y 'El Cuco', otras tres personas fueron acusadas (y absueltas) de haber participado en el asesinato de Marta o de haberlo encubierto Sus nombres son Samuel Benítez como presunto cómplice, Francisco Javier Delgado Moreno, hermanastro del asesino confeso y María García Mendaro, novia del hermanastro. De él, dice ahora Miguel Carcaño que es culpable.
El caso de Marta del Castillo marcó un precedente, uno más, para que la violencia de género se tomara en serio en todos los ámbitos de actuación judiciales: ahora existen juzgados especializados en violencia de género y hasta equipos de psicólogos para asistir a las víctimas. “Era necesario que la justicia se adaptara a una sociedad donde cada día crecía el número de delitos en contra de la mujer”, dictamina Fernández, sobretodo en la era de las relaciones digitales a distancia, donde se ramifican las muchas maneras en las que puede ejercerse la violencia de género. El maltrato psicológico o el ciber acoso ejemplifican que la justicia debe estar en constante actualización. “¿Qué pasará si el agresor reside en cualquier país de la Unión Europea o extracomunitario y la víctima es nuestra vecina? Hará falta que el legislador español se adapte a estos cambios, recicle la normativa y, si es necesario, la harmonice con los otros países”.
Cuando lo mediático perjudica
Lo que le pasó a la sevillana se mediatizó en seguida. Tenía todos los ingredientes para que fuera carne carroñera para medios generalistas y amarillistas: la desaparición de una menor de edad, varios sospechosos – todos amigos y muy jóvenes –, versiones contradictorias y el interrogante final de saber dónde se encontraba su cuerpo. Una duda infinita, porque casi 13 años después del crimen, Marta sigue sin aparecer. En el documental de Paula Cons se muestra cómo el sensacionalismo iba aumentando sus recursos para ofrecer la cobertura del minuto a minuto: todo el mundo estaba pendiente, porque el caso era retorcido y llamaba al morbo, sin pensar que había una investigación en curso. Hoy en día, la inmediatez de las redes sociales y de las fake news echan aún más gasolina a la rapidez con la que se escampan las filtraciones.
“Cuando los medios de comunicación trabajan una noticia e investigan un caso, muchas veces lo que se acaba publicando no tiene nada que ver con lo que ha establecido la policía en sus atestados o con lo que han declarado los testimonios”, cuenta la abogada. Además, aunque existe el secreto de sumario - por el que las diligencias deben permanecer ocultas hasta el momento del juicio - a menudo las mismas partes son las que lo filtran por interés. También hay un choque latente de intereses con el derecho a libertad de prensa, a la que suele dársele más peso por ser un valor democrático.
En los 3 capítulos que dura la miniserie de Netflix no se invierten más de tres minutos en hablar del machismo del caso. Una pena que se haya desaprovechado ese altavoz cultural y de entretenimiento para revertir los errores del pasado y llamar a las cosas por su nombre. Habrá otras Martas. Y otras Dianas, otras Anas, otras Lauras. Otras víctimas de manadas estigmatizadas de por vida, muchas chiquillas de Igualada o de otros lugares sometidas al temor de no ser atacadas en cualquier momento. Las mujeres seguimos estando al otro lado de la línea, en terreno permanentemente peligroso. Aunque el paraguas de la justicia se haya ampliado, aunque haya una Ley de Violencia de Género y más concienciación en las aulas, en lo que va de año la violencia machista ya ha matado al menos a 37 mujeres. En total, desde que se empezó a hacer una lista en 2003, ya son 1.118. Las oficiales, porque con las que no se han contado, como Marta, serían muchísimas más.