Tengo amigos que afirman que para un buen corte de pelo, te tienes que ir a Londres. Y no les hablo de magnates del petróleo, ojo. Se trata de estilosos proletarios capaces de llevar su anglofília hasta el extremo de la ruina. Yo les aseguro que no hace falta quemar tanta rueda por un corte estilo ‘Caesar’ o un ‘layered cut’ como el de Steve Marriott. Basta con acercarse a Mataró, la capital del Maresme. “¿Sobre quien escribirás esta semana?” me pregunta Dani Montlleó, artista polímata y homo universalis, amén de mi peluquero, mientras empieza a revolotear las tijeras alrededor de mi nuca. “Me gustaría hablar de Olot (Autsaider Còmics, 2022) una novela gráfica flipante que sale a la venta viernes”, le contesto. “Habla de ovnis, vulcanólogos chiflados, asesinos en serie, moais... incluso de la farmacéutica de Olot. Pero para meterlo en mi sección tendría que relacionarlo con la biografía de algún personaje histórico poco conocido. Y he pensado que podría hablar de un pirata y esclavista catalán que sale en el libro, que estuvo a punto de cargarse a toda la población de la isla de Pascua. ¿Te suena?”. “Hombre, ¡ya te digo! Joan Maristany i Galceran, el ‘Tara’, un pirata y esclavista que nació aquí al lado, en el pueblo del Masnou.”

El autor del flamante tebeo parte de lugares, personajes e historias reales que tienen y el paisaje volcánico olotense como nexo de unión

Extraterrestres, volcanes, serial killers de la Garrotxa, farmacéuticas secuestradas, manifestaciones paranormales, piratas, Rapa Nui, Olot, el Maresme... ¿Qué tiene que ver el tocino con la velocidad?, se preguntaran. Cómo diría Roy DeMeo, vayamos por partes. El autor del flamante tebeo parte de lugares, personajes e historias reales que tienen y el paisaje volcánico olotense como nexo de unión. Todo regado, eso sí, con un buen chorrazo de ratafía Russet y otro de LSD. El resultado es una ensalada onírica llena de conexiones holísticas, y que mezcla elementos de Twin Peaks, Expediente X, Charles Burns y Roberto Bolaño.

El retrato de Joan Maristany en Olot / Foto: Autsaider Còmics

El moai de Olot


Habrá quien no sepa que en Olot tienen un moai, una de aquellas estatuas sagradas esculpidas con toba de la isla de Pascua, en el centro del pueblo. Manuel Tuki, un escultor oriundo de aquel lugar de la Polinesia, la talló en 1984 con roca volcánica de la Garrotxa a fin de conmemorar el hermanamiento entre Olot y la isla de Pascua. Sí, han leído bien: la capital de comarca prepirenaica y la isla ubicada en medio del océano Pacífico son hermanas. La majestuosa figura está colocada sobre un ‘ahu’, un altar ceremonial, y, posteriormente, le colocaron un sombrero de piedra y todo. Dicen que el alcalde de Hanga Roa, la capital de la isla, se pilló un mosqueo considerable al ver que los garrochinos tenían el aringa ora, el 'rostro vivo' de sus ancestros, plantado en medio de una maldita rotonda.

El genocida más grande de la isla de Pascua era, irónicamente, un hijo del pueblo hermanado, originario del Masnou

Mal que bien, esta hermandad entre pueblos tan lejanos se la debemos a Antoni Pujador, olotense a la par que amante de la cultura de Rapa Nui, que fue un firme activista por los derechos de sus mermados habitantes. Pocos años después, en 1987, el antropólogo noruego Thor Heyerdahl, un septuagenario que en sus años mozos había llegado a la isla en una embarcación a vela hecha de troncos y cuerdas, invitó a los catalanes Antoni Pujador y Francesc Amorós a participar de una expedición a la isla de Pascua, siendo los únicos españoles participantes en una misión oficial internacional en aquel territorio. Ninguno de los dos catalanes, sin embargo, eran antropólogos. Antoni Pujador era un ex piloto de aerolíneas y trabajador de una empresa dedicada a la exportación de tornillos, que empezó a fascinarse por todo lo relacionado con la isla de Pascua a los 13 años, cuando leyó la novela Aku, aku (El secreto de la isla de Pascua), en la cual Heyerdahl se pregunta cómo los primitivos pobladores pudieron colocar los gigantescos moais sin la ayuda de elementos mecánicos. Francesc Amorós, a su vez, es un medievalista y filólogo de la Universitat de Barcelona especializado lenguas papúes..

Portada de Olot / Foto: Autsider Còmics

Esto no impidió que la pareja de expeditivos amateurs descubriera, en 1990 (el mismo del estreno de Twin Peaks) que el genocida más grande de la isla de Pascua, el misterioso, sanguinario y hasta entonces desconocido ‘Capitain Marutani’ (como figuraba a los archivos británicos), era, irónicamente, un hijo del pueblo hermanado, originario del Masnou: Joan Maristany i Galceran, un pirata y negrero que en 1862, de una tacada, exterminó tres cuartas partes de la etnia rapanui. El nombre de Marutani, que ha pasado de generación en generación, todavía provoca escalofríos en la isla.  “Hace unos veinte años fui a la presentación de un libro titulado Pirata y negrero (Joan Muray, Historein Forum, 2000), escrito por un artista e historiador del Masnou”, me explica Dani mientras me corta el flequillo bien recto. “Este libro —añade— levantó ampollas entre la burguesía del Maresme, que no querían que se aireara la historia oscura de esta comarca. Pero muchas de las grandes fortunas vienen del tráfico de esclavos”. 

Nos encontramos a mitades del s. XIX. Las crónicas describen al capitán Joan Maristany i Galceran, también conocido como ‘el Tara’ (El Maresme, 1832-1914), como un preceptivo bucanero de novela piratesca. Con cara de vinagre, lucía un parche en el ojo perdido en las costas de África. Armado hasta los dientes, llevaba siempre su fusil al ristre, una colección de revólveres colgada al cinto y un cuchillo de cazador, por si las moscas. Proveniente de una importante alcurnia de capitanes del Masnou, los Maristany de Can la Tara, era inclemente y pendenciero. La tripulación del “Rosa y Carmen”, su navío, la formaba una mezcla de desertores, balleneros, proscritos, renegados y aventureros, como salidos de La Isla del Tesoro, que sembraban el pánico a su paso por las islas polinesias.

Cuando los nativos se acercaron curiosos, pensando que eran comerciantes, los hombres de Maristany capturaron a más de 349 rapanuis, más de la mitad de la isla

Páginas de Olot / Foto: Autsider Còmics

Llegados del puerto peruano del Callao, donde tenía mujer indígena e hijos, un aciago día 23 de diciembre del 1862, ocho barcos comandados por Maristany llegaron a la isla de Pascua. Para atraer la población local, dejaron en la playa un montón de objetos relucientes, una táctica conocida como ‘la chaquira’. Cuando los nativos se acercaron curiosos, pensando que eran comerciantes, los hombres de Maristany capturaron a más de 349 rapanuis, hombres, mujeres y niños, más de la mitad de la isla, incluida toda la casta sacerdotal (los únicos que sabían la escritura ‘rongorongo’, que hoy sigue indescifrable), los dirigentes y un niño de seis años que era el heredero de la tribu principal. Después, mataron unas decenas de personas más, destruyeron cultivos e incendiaron los poblados antes de volver a hacerse en el mar. Tras un largo periplo de siete meses por el océano, algunas de las embarcaciones fueron capturadas, y los pocos esclavos supervivientes, enfermos de varicela, fueron devueltos a su isla, donde contagiaron al resto de compatriotas, causando aun más bajas. Maristany, con la ayuda de la armada española, consiguió huir de las autoridades y volver al Masnou, donde vivió feliz y comió perdices hasta morir en la cama a los 84 años. La isla de Pascua quedó prácticamente despoblada, a excepción de unos pocos afortunados que salvaron la piel escondiéndose detrás los moais.

Uno aciago 23 de diciembre de 1862, ocho barcos comandados por Maristany llegaron a la isla de Pascua

Más tarde, mataron unas decenas de personas más, destruyeron cultivos e incendiaron los poblados antes de volver a hacerse en el mar. Tras un largo periplo de siete meses por el océano, algunas de las embarcaciones fueron capturadas, y los pocos esclavos supervivientes, enfermos de varicela, fueron devueltos a su isla, donde contagiaron al resto de compatriotas, causando aun más bajas. Maristany, con la ayuda de la armada española, consiguió huir de las autoridades y volver al Masnou, donde vivió feliz y comió perdices hasta morir en la cama a los 84 años. La isla de Pascua quedó prácticamente despoblada, a excepción de unos pocos afortunados que salvaron la piel escondiéndose detrás los moais.

El moai del Maresme

“El primer regalo que le hizo mi padre a mi madre fue un colgante con un pequeño moai de barro. Todavía lo tenemos en casa”, me revela Dani mientras me arregla las patillas, y mi cara se petrifica como una escultura de la isla de Pascua ante esta coincidencia. “El motivo es que mis padres se conocieron durante la excursión en un bosque que tenemos aquí al lado, entre Orrius y la Roca del Vallès. Allí, medio escondido entre la vegetación, se encuentra un moai”. Este tipo de misterios y sorpresas holísticas ocultas en los lugares más recónditos de la geografía catalana son las que nutren las páginas de Olot, un libro hipnótico donde, además de piratas genocidas, como ya hemos dicho, desfilan, entre otros, vulcanólogos repudiados para anunciar la inminente actividad del volcán Montsacopa, asesinos en serie oriundos de esta localidad, monstruos que habitan los humedales de la Moixina, científicos secuestrados por naves extraterrestres y el vidente que localizó con la mente el escondrijo donde una pandilla de inhumanos mantuvieron cautiva a María Àngels Feliu, ‘la farmacéutica de Olot’, durante 492 días.

El moai del Maresme / Foto: AX fotografía

Antes de sacudirme los restos de pelo de la espalda con un cepillo, el peluquero me regala otra interconexión: “Hace años tuve a un aprendiz en la peluquería que se pidió un año sabático para recorrer Latinoamérica. Allí conoció a una chica catalana. Olotense, por más señas. Al poco se casaron y resulta que es la sobrina de la farmacéutica de Olot. Ahora regenta la farmacia, es la nueva farmacéutica de Olot. Cuando fuimos a la boda, todos buscábamos a Maira Àngels Feliu, pero no la vimos”. Por último, ya mientras paso por caja y le pido consejo a Dani para desayunar de tenedor en algún bar de bien del centro de Mataró, el barbero me pregunta por el autor de este cómic tanto prometedor. “Jorge Alderete, le digo. Un dibujante afincado en México que toca el theremin con el grupo Sonido Gallo Negro. “Ostia, ¡el Dr. Alderete! Le conocí hace años por sus portadas de discos de música surf, como las de Lost Acapulco o Los Straitjackets... Soy muy fan de su rollo ‘*tiki’, y ahora entiendo su interés por el moai de Olot)... El Alderete y Olot, ¡qué combinación más guay! ¡Ahora todavía tengo más ganas de leerlo!”. Una vez en el bar, pido un plato de sepia con guisantes del Maresme, y mientras me lleno la copa pienso en aquella frase del físico Richard Feynman: el universo entero está en una copa de vino.