El Museu d'Història de Catalunya presenta, en su vestíbulo, una exposición diferente de fotografías de la Guerra Civil Española: Més enllà de les trinxeres (1936-1939). Fotografies d'Alec Wainman. Son 150 imágenes, hasta ahora solo conocidas a través del libro Live Souls. Fotos inèdites de la Guerra Civil (editorial Comanegra). Ofrecen una versión diferente de la Guerra Civil, con la voluntad de retratar tanto a los combatientes como a la gente de la retaguardia, siempre con una gran empatía. Se podrá ver gratuitamente en el Museu d'Història hasta el 3 de noviembre, y después se prevé que itinere por diferentes escenarios que visitó y fotografió el voluntario internacionalista Alec Wainman: Lleida, les Terres de l'Ebre, Aragón...
Un hallazgo fuera de serie
Alec Wainman participó en la Guerra Civil, como voluntario de la Unidad Médica Británica. Tiró 1.600 fotografías durante el tiempo en que estuvo de servicio, pero no hizo mucha difusión de ellas. Tras la muerte de Franco pensó en la posibilidad de publicarlas, pero la iniciativa no salió adelante. Wainman contrajo Alzheimer, y murió en 1989. Tras su muerte su hijo, que suele utilizar el seudónimo Serge Alternês, luchó por recuperarlas y lo consiguió en 2013. Decidió publicar algunas en un libro en inglés, en México. Los editores de Comanegra lo vieron en la Feria de Guadalajara de 2015 y les fascinó. Enseguida decidieron traducirlo al catalán con el título Live Souls. Fotos inèdites de la Guerra Civil. Es a partir de esta publicación que el Museu d'Història de Catalunya organizó esta exposición (en la inauguración hasta se contó con la presencia de Alternês).
Fascinado por el mundo que encontró
El joven estudiante Alec Wainman, al llegar a Catalunya procedente de Inglaterra, se quedó fascinado por el ambiente revolucionario que se respiraba: por las manifestaciones, por la simbología revolucionaria en las calles, por la promoción de la cultura... Aunque era un cuáquero apolítico (y se proclamaba antianarquista), se conmovió con el ambiente de defensa de la libertad y la democracia. Estaba convencido de que hacía falta frenar el fascismo, sobre todo después de la anexión de Etiopia. Con su Leika, que no abandonaba nunca, dejó constancia de aquel mundo que le ilusionaba, pero desde un punto de vista muy personal, alejado del de los fotógrafos propagandistas de la República. En sus fotos se interesa por la cultura, por la vida cotidiana... Dicen que tenía facilidad para los idiomas y que eso lo ayudó mucho a integrarse (algo no muy habitual entre los voluntarios internacionalistas). Wainman también hizo amistades con la gente del país, por ejemplo, con el pintor Joaquim Mir, que también aparece en algunas de las fotografías expuestas. También se fijó en los paisajes: las playas, las montañas y los campos quedarán registrados con su cámara (incluso hay algunas fotos con campesinos muy tradicionales, de un tono un tanto exótico). Tossa y Montserrat le atraerán especialmente.
Un mundo de grandes hombres
Las fotografías de Wainman nos remiten también al mundo de los voluntarios internacionalistas. Sus fotografías incluyen a personajes del mundo entero que vinieron a dar apoyo a la República y que convivieron con este estudiante de Cambridge. Algunos eran trabajadores: mineros, mecánicos, obreros... Otros eran profesionales, que más tarde serían personajes destacados en sus países de origen. Pero algunos de los retratados perderían la vida en los campos nazis; y otros ni siquiera saldrían de la península, sino que caerían en los campos de batalla españoles. Un repaso a las fotografías de Wainman permite ver el plantel de personalidades que pasaron por los campos de batallas españoles. Como el músico afroamericano Walter Benjamin Stephen Garland, que siempre fue un activista por las libertades, pero que no pudo luchar, a pesar de pedirlo, contra el nazismo: su participación en las Brigadas Internacionales le había hecho sospechoso a los ojos del gobierno norteamericano. Wainman fotografió algunos miembros de la misión médica que después se harían famosos en el campo médico como la enfermera australiana Ada Hodson o el cirujano neozelandés Doug Jolly. Pero entre los retratados también había personajes que destacarían en otros campos, como Margot Miller, más tarde escritora de novelas de misterio, como Margot Bennet.
Sin épica
Lo que es más fascinante de Wainman es que combina la defensa de la República con un tono muy cotidiano, pero a la vez muy poético, desprovisto de toda épica. Fotografía los entrenamientos de los combatientes, no sin un punto de ternura, especialmente cuando retrata a los más jóvenes, casi niños (e incluso los retrata cuando, alborozados, los reclutas hacen un castillo). Cuando retrata desfiles, Wainman se fija más en las miradas del público que en el paso de marcha de los soldados. En las fotografías profesionales, muy a menudo muestra un gran respeto por los enfermos. Wainman está muy lejos de la grandilocuencia política de una Leni Riefenstahl o de un Serguéi Eisenstein.
El dolor
Wainman no participó en los combates. Y a pesar de todo vivió de cerca el dolor de la guerra, sobre todo con sus enfermos, pero también con los refugiados que vio en la retaguardia. Pero aunque vivió circunstancias difíciles, por ejemplo en los hospitales de campaña del frente del Ebro, sus imágenes rechazan hacer pornografía del dolor. En realidad, para este fotógrafo los heridos eran personas antes que pacientes: a través de sus cuadernos de viaje se han podido reconstruir las historias de algunos de ellos, porque Wainman se interesaba realmente por la gente.
Marcado por esta guerra
En agosto de 1938, enfermo de hepatitis, Wainman dejaba Catalunya y retornaba a su país. Se ahorra los trágicos episodios de la derrota final. Pero no olvidó a los que dejaba atrás. En 1939 visitó los campos de refugiados de Francia y ayudó a algunos republicanos a salir de allí. Contribuyó también a integrarse en Gran Bretaña a algunas personas que había conocido en la guerra y que se habían exiliado. Durante la Guerra Mundial se integró en el Cuerpo de Inteligencia del ejército británico. Nunca renunciaría a sus convicciones, aunque su hijo asegura que no le gustaba mucho hablar de su participación en una guerra en que salió derrotado. En Canadá, donde se estableció, ayudó a refugiados de diferentes países del mundo. Y antes de morir retornó, una sola vez, a Catalunya. Més enllà de les trinxeres nos conduce por el universo fotográfico de la Guerra Civil, pero con toda la ternura y la sensibilidad que se puede tener en un conflicto tan duro.