Pelearse es importante, hace de país serio. Es por eso que, este miércoles, salí tan contento de la Llibrería Ona. Pelearse, lo que es pelearse, no se enemistó nadie, sin embargo, por un momento pareció posible, cosa que, según mi opinión, es más que suficiente. Hace mucho que las gentes no se pelean por cuestiones literarias (quizás habría que remontarse a los tiempos de D'Annunzio) y a pesar de todo hay personas que todavía conservan indicios de la pasión encendida de los hombres de letras que se batían en duelos celebrados al amanecer. Eso, que ya me parece bien, es lo que pude vislumbrar en los ojos de Jaume Coll Llinàs, albacea del legado de Josep Carner y responsable del segundo volumen de la Edició Crítica de su obra que acaba de publicar Edicions 62.
Una de las polémicas literarias más entretenida de nuestro país
Acompañado por el editor Jordi Cornudella, Coll empezó su intervención de forma tímida, con el tono más o menos pausado que se espera de aquellos que, de las bibliotecas y los archivos, han hecho hogar. Sin embargo, llegados al turno de preguntas, se obró la transformación. Interrogado por la fecha de publicación de una futurible edición de bolsillo de la Poesia de 1957 (descatalogada desde hace décadas y difícil de adquirir a precios razonables) Coll estalló. "Estoy trabajando en ello", dijo de mala gana, insistiendo (al estilo Umbral) en que él había venido a Ona a hablar de los libros que tenía sobre la mesa, es decir, Poesia dispersa pròpia i traduïda (1896-1924) y su suplemento de 862 páginas, parte de una obra monumental de la cual todavía quedan cuatro volúmenes por editar.
Parece que el clásico debate entre carnerianos y anticarnerianos, se ha transformado en una lucha entre carnerianos acceleracionsitas y carnerianos 'pocoapocoybuenaletristas'
Que todo lo dijera visiblemente enfadado y moviendo las manos con un gesto de reminiscencias napolitanas no hace más que añadir leña al fuego de una de las polémicas literarias más entretenida de nuestro país, que hace poco nos regaló la aparición de un libelo anónimo, donde se acusaba a Coll de trabajar demasiada "lento" y de tener "muerta la obra de Carner". Parece que el clásico debate entre carnerianos y anticarnerianos, se ha transformado en una lucha entre carnerianos acceleracionsitas y carnerianos pocapocibonalletristes. El albacea, principal exponente del último grupo, defiende que el ritmo pausado de su trabajo se debe a las dimensiones titánicas de la obra del Príncep, que, para ser entendida correctamente, debe ser leída desde el principio, es decir, desde que el poeta tenía doce años.
Este es, de hecho, el punto de partida del volumen, que empieza con un escrito de 1896 llamado El romans de la filadora morta. A él se añaden más de 1.500 textos, muchos de ellos absolutamente desconocidos por el gran público y que, al no ser recogidos en ningún libro anterior, corrían el riesgo de caer en el siniestro olvido de los archivos. Encontramos poemas mayores y menores, probaturas, cartas con versito incluido y traducciones, como las que hizo de los versos de Trilussa, maestro de la poesía dialectal romana y aficionado, como Carner y La Fontaine, a escribir historias protagonizadas por animales. Todo se nos presenta con una pulcritud inmaculada, fruto de años de trabajo meticuloso y de una pasión obcecada que a punto estuvo llevar Coll al colapso físico y mental.
No sé si Coll mataría por Carner, pero, por él, estaría dispuesto a morir, que, en cierta forma, es lo que hacen todos aquellos que dedican su vida a una sola obra
Porque, por encendidos que sean los carnerianos accelaracionistas, el único personaje verdaderamente romántico de esta historia, es el albacea, entregado a una tarea que, lenta o no, lo acompañará hasta la tumba. "Tengo los derechos de la obra hasta el 2050 y, entonces, espero estar muerto" dijo, ante una audiencia numéricamente discreta, aunque fascinada por el espectáculo. No sé si Coll mataría por Carner, pero, por él, estaría dispuesto a morir, que, en cierta forma, es lo que hacen todos aquellos que dedican su vida a una sola obra. Puede parecer una pérdida de tiempo, sobre todo en un mundo donde, sistemáticamente se nos llama a dedicar nuestras vidas a sectores más productivos que el de la filología, pero impresionar, lo que es impresionar, impresiona.
He empezado diciendo que pelearse es importante, pero quizás lo importante es estar dispuesto a hacerlo. Al fin y al cabo, las peleas son como el sexo; aquello relevante es la disposición, la actitud, el gesto. Opine el lector lo que quiera opinar sobre la poesía, las disputas carnerianas o la existencia de Carner en sí mismo, aquí lo que cuenta es que este miércoles, en la librería Ona, vino un hombre convencido de una idea concreta de lo que es la poesía y de cómo es debido tratarla. Un hombre con un plan y un método. Un hombre, que sin necesidad de pelearse, parecía dispuesto a hacerlo. Su nombre era Jaume Coll Llinàs; su pasión, Josep Carner; el resto, historia.