De series sobre realidades o dimensiones paralelas ya empieza a haber unas cuantas y Fringe sigue siendo el referente en que se reflejan todas. Cuando coges una y le otorgas la categoría de ser LA serie sobre un determinado tema, cuesta mucho salir de esta zona de confort y sustituirla o complementarla a tu imaginario. Pero este no es el único problema de Materia oscura, adaptación de la novela de Blake Crouch. Serie que se puede ver en Apple TV+.
La curiosidad no vence a la pereza
Es verdad que parecerse a tantas cosas (a Fringe, sí, pero también en Counterpart y a buena parte de las versiones libres o directas de Philip K. Dick) acaba perjudicándola, sobre todo porque pierde en casi todas las comparaciones. Pero lo que la convierte en una experiencia frustrante es que no consigue dotar el conflicto principal de una verdadera bastante dramática, como tampoco se muestra especialmente inspirada a la hora de explorar los códigos visuales de la ciencia ficción moderna. No tiene ni una sola secuencia en que el trabajo del director sea realmente palpable, en la que el plano sirva para explicar alguna cosa más que la necesaria traducción en imágenes de un texto más o menos efectivo. Se sigue con interés y es inevitable ponerse en el lugar del protagonista, pero te pasas parte de sus (largos) episodios preguntándote si con una película no hubieran tenido suficiente. Y al fin y al cabo, por más que el tema ya sea recurrente el género y se haya tratado de mil maneras, no saber sacar partido de una realidad alternativa como la que aquí se presenta tiene alguna cosa impresentable.
No consigue dotar el conflicto principal de una verdadera fuerza dramática, como tampoco se muestra especialmente inspirada a la hora de explorar los códigos visuales de la ciencia ficción moderna
El protagonista de Materia oscura, Jason Dessen, está claramente inspirado en los antihéroes de Philip K. Dick. Es un físico que lo tiene todo, pero a la vez vive inmerso en un extraño desencanto: hace muy bien su trabajo, pero los premios se los lleva su mejor amigo, ama a su mujer, pero sabe que no es la persona que ella querría que fuera y su hijo no confía en él como tendría que hacerlo. Una noche, después de ir a una fiesta a la que no quería ir y donde le han ofrecido un trabajo que no sabe si puede hacer, un misterioso individuo lo secuestra y Jason se despierta en una realidad paralela. No tarda en descubrir que su principal enemigo es él mismo, es decir, su versión en este mundo, que paradójicamente quiere usurpar su vida. El punto de partida, pues, es prometedor y en algunos pasajes sabe explorar con gracia la (previsible) contradicción que una variante del protagonista sea más funcional como padre, marido y profesional. Pero los responsables de la serie cometen el error de dilatarlo innecesariamente y de caer en no pocas convenciones narrativas. Tampoco ayuda mucho que el actor protagonista, Joel Edgerton, no tenga aquí el mejor de sus días. Al final, lo que te mantiene atento a la pantalla son algunos momentos de suspense lo bastante afortunados, la innegable calidad de su factura técnica y las interpretaciones de Jennifer Connelly y Alice Braga. Fringe no era perfecta y también se alargó más de lo que le convenía, pero si una cosa hacía bien era mostrarte mundos que te daban ganas de explorarlos. En Materia oscura, en cambio, la curiosidad nunca consigue vencer a la pereza.