Este verano el Museu Diocesà de Barcelona ha hecho una jugada maestra programando una exposición dedicada a uno de los pintores más importantes del arte moderno; Henri Matisse (Le Cateau-Cambrésis 1869 - Niza 1954). Su apellido escrito en un letrero justo en medio del barrio Gótico, se convierte en una atracción turística más, sobre todo para los que vienen de Francia. La exposición se titula Matisse. Art en equilibri y se puede visitar hasta el 22 de octubre.
Flotando en medio de la nada
La muestra se centra en el periodo inmediatamente posterior a una severa intervención quirúrgica realizada en 1941 hasta sus últimos días. Según el pintor, esta operación fue como volver a nacer y eso le dio fuerzas para seguir creando. A partir de entonces, sus obras buscan transmitir un sentimiento de paz y tranquilidad. Una litografía de la muestra que constata esta intención es La caída de Ícaro en Verve (1945), donde el sentimiento de tranquilidad se encuentra en la sensación de flotar en medio de la nada.
A causa de su estado de salud, en este periodo ejecutó muchas obras a fuerza de recortar papeles. Esta técnica fue muy innovadora en aquel momento y eso hace que hoy sea tan famosa la serie de litografías titulada Nus bleus (1952), de las cuales se pueden contemplar cuatro en la exposición. Ahora bien, también se exponen obras que pasaron más desapercibidas, pero son igual de importantes en su trayectoria, como las que creó para la Revista Verve. Las cubiertas de Verve expuestas son un magnífico recordatorio de su preferencia por el color y las líneas sinuosas.
La exposición se vuelve repetitiva y corta, ya que con la observación de una sola serie se puede dar por vista el resto. Habría sido preferible profundizar más en la riqueza de la etapa final de Matisse
La exposición también incluye un gran repertorio de retratos dibujados por el artista francés. Este abanico de obras es interesante porque demuestra la traza del pintor en el dibujo. No obstante, la gran mayoría de obras expuestas se reducen a este tipo de retratos realizados con un solo trazo a modo de borrador. Por lo tanto, la exposición se vuelve repetitiva y corta, ya que con la observación de una sola serie se puede dar por vista el resto. Habría sido preferible profundizar más en la riqueza de la etapa final de Matisse.
La exposición acaba con una recopilación de fotografías y un vídeo dedicado a la Capilla del Rosario de Vence, diseñada por Matisse (c. 1950). Un espacio de meditación donde, sin duda, el pintor consigue transmitir este sentimiento de paz y tranquilidad que siempre buscaba. Por una parte, hay que decir que se podría empatizar más con el colorido espacio si las fotografías no fueran en blanco y negro y el vídeo en francés estuviera subtitulado. Por otra parte, hay que insistir que, la exposición está dando a conocer obras poco conocidas de Matisse, pero igual de interesantes que el resto de sus creaciones.