En un insospechado y muy simpático guiño metalingüístico, casi 20 años después de haber alcanzado poderes extraordinarios y salvado Sion de la amenaza destructora de los Centinelas, Neo vuelve a ser Mr. Anderson y se dedica a desarrollar videojuegos. El más vendido, de tres partes y con múltiples premios, se llama, oh sorpresa, Matrix. La compañía para|por la cual trabaja nuestro hombre depende de Warner (compañia productora de la película), y los jefes de la empresa quieren rentabilizar el éxito del videojuego haciendo una secuela. O quizás un reboot. "La harán con o sin nosotros", le dice su socio a Mr. Anderson. El zasca está servido, y, sabiendo que una de las hermanas Wachowski se ha desentendido y se ha caído de la ecuación, no cuesta mucho interpretar que Matrix Resurrections, que ayer llegó a las salas de cine, es hija de las presiones para volver a un universo que parecía muerte y enterrado.

Operación estirada de chiclé

Ya rozaban la mediocridad aquellas dos continuaciones: Reloaded todavía tenía una espectacular escena de acción en una autopista que salvaba ligeramente los muebles, Revolutions no se aguantaba por ningún lado; de un filme que revolucionó el cine del cambio de siglo. De esta manera, con Lilly Wachowski voluntariamente apartada del proyecto (tampoco encontraremos a Laurence Fishburne, aka Morfeo, ni a Hugo Weaving, aka Smith), y viendo los antecedentes en la operación estirada de chiclé, nada hacía pensar que Matrix Resurrections recuperase la brillantez de la original. Spoiler: no lo hace, todo en orden.

Si tratamos de explicar el argumento de la cuarta entrega de la saga, aseguramos el colapso cerebral, porque prácticamente nada de lo que veremos en las casi dos horas y media de proyección parece tener el más mínimo sentido. De alguna manera, Matrix Resurrections busca un retorno a los orígenes desde la primera escena, que reproduce el inicio del Matrix original desde otro punto de vista, para reinterpretar lo que ya hemos visto. Y lo fundamenta todo en un supuesto recorrido emocional que busca el reencuentro entre Neo y Trinity. El punto de partida metalingüístico que comentábamos al primer párrafo de este texto se queda para el anecdotario, o quizás explica que el desbarajuste es, en realidad, parte de una gran broma. Porque a veces da la sensación que la maquinaria se despliega con la única intención de tomar el pelo a quien todavía considera el apellido Wachowski como sinónimo de innovación.

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Matrix Resurrections: las hermanas Wachowski han escogido tomar la pastilla azul

Escoger la pastilla azul

Más allá de aquel relevante primer Matrix, y de su notable ópera prima Lazos ardientes, es evidente que la carrera de las hermanas cineastas no ha confirmado lo que se podía prever a sus inicios: ¿alguien se acuerda de Speed Racer? ¿O de El atlas de las nubes? ¿O de El destino de Júpiter? ¿Alguien? Sólo la serie Sense8 (Netflix) pareció resucitar alguna chispa del talento visionario que apuntaban sus dos primeras películas.

La desgana planea en cada minuto de Matrix Resurrections, y funciona, o más bien no, por la acumulación de saltos de fe que pide al espectador: en este sentido, es paradigmática la explicación de las ausencias de Morfeo y del Agente Smith tal como los conocíamos (una más de sus incomprensibles decisiones de guion); o, y eso sí que es realmente grave, la sensación que las renovadoras y creativas escenas de acción características de la franquicia han pasado a mejor vida (como los teléfonos que servían para escapar de la fantasía creada por las máquinas y volver a la apocalíptica realidad). Tampoco se esfuerzan mucho en integrar de forma mínimamente orgánica las escenas de los filmes anteriores que aparecen como visiones del protagonista. Y sólo un Keanu Reeves que, a ratos, se diría convencido que está en el plató de John Wick, parece entender que todo es una inocentada llegada unos días antes de lo que toca.

Así pues, Matrix Resurrections pide a gritos escoger la pastilla azul, y rezar para que tenga los efectos de un protector estomacal que contrarreste una película que se digiere como una fabada para cenar.