A Robert De Niro hay algo que le define: el gesto. No hace falta que abra la boca. Su expresión lo dice todo. Luego puede que ría o que llore. Que se enoje por algo y, al cabo de un rato, manifieste un estado de ánimo que puede ir de la euforia hasta la carcajada. Eso se refleja en sus apariciones públicas, en las galas a las que asiste. En la de los Oscars 2024, por ejemplo, a la que estaba nominado a mejor actor de reparto por Los asesinos de la luna, cada vez que le enfocaba la cámara, su gesto era abrupto, justo en las antípodas de la amabilidad. Por lo que sea no estaba cómodo: el descontento por no llevarse la estatuilla (el afortunado fue Robert Downey Jr. por Oppenheimer), por no sentirse lo suficientemente valorado (a pesar de que ya tenía dos Oscar en casa) o, simplemente, el hombre tenía un mal día o estaba pasando por una mala época. Quién sabe. A veces nos olvidamos de esto, pero los artistas también son personas. Luego, en el caso del cine, actúan. Y ahí se convierten en otros seres mudando la piel. De Niro lo ha hecho mucho en las últimas dos décadas, ya sea en clave de comedia o con papeles más serios.
¿Es este el mismo actor de Taxi Driver o Toro salvaje?
A De Niro le marcó mucho su papel estelar en La familia de mi novia en el año 2000. La verdad: el actor ahí lo bordaba. Ejercía de ese padre autoritario y controlador con modales militares que necesitaba saber con quién se iba a casar su hija (el pobre Ben Stiller era su presa). Y es que, en realidad, esta era una puesta en escena maléfica. Como la de El cabo del miedo. Pero en otro contexto y con otras directrices. Sin embargo, esa vis cómica, tan acertada en esa película y sus secuelas, le traicionó en un futuro. El chiste no siempre hacía gracia. Y sí, el gesto seguía jugándole malas pasadas. No sabías si creértelo o no creértelo. Entonces, era cuando aparecía su pasado. ¿Era este el mismo actor de Taxi Driver o Toro salvaje?
Quienes le habían defendido siempre, comenzaban a albergar dudas. Todo quedaba entre paréntesis. Lo que antes (cada estreno suyo) era motivo de celebración, ahora era congoja. “¿Qué habrá hecho esta vez?”, se preguntaban sus admiradores. Y claro, entonces aparecía ese término que causa tanto pudor: la maldita credibilidad. Que en verdad, no sabemos si eso al De Niro persona le afectaba. Al actor sospechamos que no. Si no, no habría accedido a ciertos papeles (el colmo del despropósito fue en 2020 con el estreno de En guerra con mi abuelo). Hasta que se dio cuenta, por fin, que también debía ir a la búsqueda de otros papeles con otro rol diferente. Como los de antes: salvajes y decididos. Como los que le involucraban con la mafia: la segunda parte de El Padrino, Uno de los nuestros o Casino.
Al amparo en muchas ocasiones de Scorsese (tándem imbatible que dio vida a íconos de la pantalla como Travis Bickle o Jake LaMotta) y, asimismo, sin el escudo de este. De hecho, el equilibrio (y el respeto) lo encontró en una serie de 2023. En un papel, quizá anecdótico pero concluyente, que reivindicaba la magnitud de su figura. Estando otra vez fuera de su zona de confort y con la seguridad de que el experimento no le iba a salir rana. El caramelo estaba envuelto en Nada de Mariano Cohn, una serie argentina en que conectan manías y el estupor que se siente al cumplir años (haciendo una pareja interpretativa estelar junto a Luis Brandoni). Con un papel hecho a su medida: se tenía que comportar como el De Niro cotidiano, ese al que sus vecinos llaman Robert. Y no el huraño de la ceremonia de los Oscars 2024.
Junto a Al Pacino, ha sido un espejo, un referente (inolvidables sus encuentros en Heat o El irlandés), una bestia escénica. Ese mismo que, cuando viajas por primera vez a Nueva York, en la lista de tareas u obligaciones, apuntas ir a su restaurante. Aunque solo sea por ver las fotografías que hay en unas escaleras camino del baño. Y aquel que, a pesar del tobogán de los últimos años, ha conformado una filmografía de impacto. Los títulos son muchos y diversos, en un gran número plausibles (pero con la tacha de todas esas comedias insufribles e innecesarias). Sin ir más lejos, el personaje perturbador y manipulador de Los asesinos de la luna.
Este 2025 un nuevo aliciente para reencontrarse con uno de los mejores actores de todos los tiempos: verle otra vez en una serie, esta vez como protagonista: Dia cero, que se estrena en Netflix este próximo jueves. Con Trump otra vez en la palestra, hay curiosidad por ver a De Niro haciendo de expresidente estadounidense. Una trama con suspense, mucha política y el juego caprichoso de las conspiraciones. A su lado, un equipo estelar: Angela Bassett, Lizzy Caplan, Jesse Plemons o Joan Allen. Incontinent e imparable, este curso De Niro también estrenará Tin Soldier, un proyecto con Brad Furman y, sobre todo, Alto knights, con un Barry Levinson a los mandos (director de Rain man o La cortina de humo en la que ya coincidió con el actor), una película centrada en la mafia, ese terreno en el que desenvuelve tan bien y una vuelta a su esencia primigenia. Sí, justamente esta, la del gesto indescifrable.