Es valioso ver que existió un oficio llamado maletero. Era aquel que vendía discos en maletas en las discotecas. Ya sólo por eso valdría la pena. Pero es que además, ¡por aquel entonces se hacía scratch con un desatascador! La música pistera en este país desde finales de los ochenta tuvo su epicentro en Barcelona. Y fue una historia tan esperpéntica que acabó transformada en un true crime discográfico. Con unos personajes que valen oro.
La música pistera de este país acabó transformada un true crime discográfico, con unos personajes que valen oro
Sobre todo Ricard Campoy fundador junto a, primero su socio, luego su archienemigo, Miquel Degà, de los míticos MaxMix. Esas pintas de ricachón desgastado. Dice durante Megamix brutal, la docuserie producida por 3Cat y RTVE, que cuando empezaron eran don nadies, pero que debían aparentar. No ha dejado esos aires: siempre con el botón de la camisa a punto de reventar y bien repeinado. Él plantó cara a la prolífica Blanco y Negro y sus Bolero Mix, juntando a un equipo digno de una película de Torrente.
Unos fulleros profesionales
Ni que sea porque nuevas generaciones descubran a Mike Platinas, el producto de TV3 ha merecido la pena. El Dj es una de esas personas que parece que siempre lleven unas gafas que le pegan con el outfit del día. El tipo aparece en el documental con una gorra con su nombre y, en la camiseta, Max Mix. Tierno. Él mismo cuenta con pasión cómo empalmaba con celo las cintas hasta el punto de llegar al megamix, el subgénero que mezclaba funky, el disco y la electrónica más hortera, dance repetitivo y plagado de sintetizadores, inspirado por la música italiana.
La periodista pregunta por el misterioso Degà. Campoy calla. Y a partir de ahí se relata la furia entre esos dos amigos desde la escuela: la leyenda del MegaMix, la amistad y el ego. Ambición, traición y mierda digna de la mafia calabresa
La historia de los Mix estuvo llena de trifulcas. Teniendo en cuenta que desde el principio sus creadores fueron unos fulleros profesionales: “Era importante que los discjockeys tuvieran buenos colchones para poder dormir y seguir trabajando sin irse a casa”, suelta Campoy. El MaxMix 3 lo petó. No sin untar antes, según deja entrever Toni Peret, a las radios. Previa compra de chalets a sus directores si era necesario. “Hoy en día sería invertir en marketing”, zanja Campoy. Cuando Josep Maria Castells –protagonista del todo inesperado, vean la serie y entenderán– entra en la narración, un chaval de Cunit hecho a sí mismo después entre locales de Platja d’Aro, todo se vuelve trepidante.
El fenómeno fue tan bestia que se llegó a crear una lista de recopilatorios y mixes y otra para artistas. ¿Cómo era posible que unos don nadie condujeran Alpha Romeo y relegaran a la mismísima Madonna al número dos en las listas españolas? El Max Mix pasó a segundo plano en los noventa, donde mandó el Máquina total. Había necesidad de músicas más duras. El bakalao –y las drogas– hundieron la reputación. Pero qué más daba. Había tanta chicha de esos años de excesos, abusos, extorsiones… Y la serie lo juega fantásticamente. La magia se produce cuando se cita al socio de Campoy, Degà, que durante el primer capítulo está borrado, invisible: van 45 minutos de metraje (el documental en total ocupa tres capítulos) y la periodista pregunta por el misterioso Degà. Campoy calla. Y a partir de ahí se relata la furia entre esos dos amigos desde la escuela: la leyenda del MegaMix, la amistad y el ego. Ambición, traición y mierda digna de la mafia calabresa.
Lo fantástico de Megamix brutal es la renovación en la narración, el collage entre el archivo y la dramatización. Incluso rompiendo la cuarta pared. Añadiendo 3D. Con momentos absolutamente ridículos, fantasiosos, como cuando los propios protagonistas le hablan a sus personajes en escena
Pero lo mejor del guion no es haber creado otro true crime, para eso ya está Carles Porta. Lo fantástico de Megamix brutal es la renovación en la narración, el collage entre el archivo y la dramatización. Incluso rompiendo la cuarta pared. Añadiendo 3D. Con momentos absolutamente ridículos, fantasiosos, como cuando los propios protagonistas le hablan a sus personajes en escena. Pero se acepta la comicidad, ¡es tanto el exotismo de la historia! Ese lenguaje propio, mucho más desgarbado, huye de la estética de plataforma, de la uniformidad, sin que eso haga que la aventura pierda públicos.
La adaptación al audiovisual era importante. Porque sin el atrevimiento de Rafa de los Arcos (dirección) y Rai Fransoy (realización), aparte del propio Jordi Évole a la producción, difícilmente este thriller hubiese llegado a nuevas audiencias. No hay que olvidar a los que lo explicaron antes: el periodista Luis Troquel y, claro, un reportaje exquisito para El País Semanal de Miqui Otero; su intro, usada también para la docuserie, es de un poder narratológico espectacular. “Cuando introdujo la llave en el contacto de su Mercedes SL color antracita, que había permanecido aparcado en el aeropuerto del Prat mientras pasaba unos días en Miami, no sabía que ese día intentarían matarlo”.