El último año de la vida de Maite Alberdi (Santiago, 1983) ha sido intenso, agotador. Se cobra la factura de la inagotable campaña de promoción que la ha acabado llevando hasta la short list de quince títulos, de los que saldrán las cinco nominadas a Mejor Documental en los próximos Oscar. También es el precio del tremendo éxito que su último film, La memoria infinita, cinta que este viernes 12 de enero llega a las salas de cine, ha vivido en su Chile natal, pero también en cualquiera de los festivales y países que lo han proyectado. Y es que la suya es una de esas películas tocadas por una varita mágica, capaz de llenar los ojos del público de lágrimas sin apagar en ningún momento una luminosidad insólita. Porque, amenazada por el Alzheimer, la envidiable historia de amor de Augusto Góngora y Paulina Urrutia pervive siempre ante los efectos de una enfermedad terrible, inmisericorde, que destruye cerebros pero que no puede con la huella de los sentimientos.
Es una de esas películas tocadas por una varita mágica, capaz de llenar los ojos del público de lágrimas sin apagar en ningún momento una luminosidad insólita
Uno de los elementos que permiten entender el impacto que La memoria infinita ha tenido en Chile es que su pareja protagonista es conocida y admirada por medio país, el más progresista. En los entornos de izquierdas, ambos son celebridades muy queridas: ella es actriz y fue ministra de Cultura en el gobierno de Michelle Bachelet. Fallecido en mayo del año pasado, él fue un periodista de enorme relevancia, que ejerció su profesión en la clandestinidad durante la dictadura de Pinochet, dando voz a las familias de los asesinados y desaparecidos. Y que, ya en democracia, dirigió el área cultural de la Televisión Nacional chilena. Se enamoraron a mitad de los 90, y a él le diagnosticaron el Alzheimer en 2014. El film penetra en la intimidad del matrimonio cuatro años después.
Avanzada la película, y avanzados también los estragos de la enfermedad, una escena da la clave del asunto: Paulina se sienta junto a Augusto con un ejemplar en las manos de Chile, la memoria prohibida (el libro sobre la dictadura que él coescribió junto a otros intelectuales, como Eugenio Ahumada, Rodrigo Atria o Carmen Quesner), y que le regaló en el primer cumpleaños que pasaban juntos. Lo abre y lee la dedicatoria manuscrita: “Paulina, hacer este libro tomó seis años de mi vida, entre 1983 y 1988. Para mí es muy importante y por eso te lo quiero regalar hoy. Aquí hay dolor, está denunciado el espanto, pero también hay mucha nobleza. La memoria sigue prohibida pero este libro es porfiado. Los que tienen memoria tienen coraje y son sembradores. Como tú, que sabes de la memoria, tienes coraje y eres sembradora. Con todo mi amor. Augusto”.
Un documental nacido como testimonio de una preciosa historia de amor
Las reflexiones de Góngora, y su incansable lucha por hacer de la memoria histórica una necesidad para gestionar el duelo y el dolor infringido por años de represión, realzan la paradoja de que, tiempo después, él mismo sea víctima de una enfermedad que despedaza, precisamente, sus recuerdos. El efecto espejo es poderosísimo, y enriquece a un documental nacido como testimonio de una preciosa historia de amor. Hablamos de ello con la directora, con una sólida trayectoria como documentalista y que aquí conocimos gracias a su anterior El Agente Topo (2020), que ya fue nominada a los Oscar.
Empecemos hablando del impacto de la película en tu país, y allí donde se ha proyectado.
Ha sido completamente inesperado, sobre todo porque es cierto que El Agente Topo ya fue un éxito, pero llegó con la pandemia y en streaming, y no entendía bien los números por la forma de comunicarlos de las plataformas. A día de hoy me doy cuenta de la cantidad de gente que la vio, aunque sin pasar por salas. Y realmente ya no pensaba en que pudiera proyectar La memoria infinita en los cines. Pero la distribuidora apostó por ella, y ahora es el documental más visto de la historia en mi país. Y superó a muchas ficciones en taquilla y se vendió a más de 40 países. Es verdad que es una película que está convocando a muchos espectadores, y creo que se explica porque la gente se quiere emocionar en compañía. Es que en Chile, con esa experiencia colectiva de la emoción han pasado cosas muy locas...
¿Por ejemplo?
Que las salas se llenaran de adolescentes. Se vivió una tendencia de tik tok, como un challenge de quién lloraba más viendo la película. Habían otros que hacían una competición de cuántos pañuelos de papel compraban en el supermercado, cómo llenaban los carros... Veía los vídeos y era muy loco. Esperas ese efecto en los chicos con el documental de Taylor Swift, pero no con La memoria infinita, y se vuelve loquísimo porque al final tiene que ver con qué es lo universal. Como qué ocurre con estas películas que terminan llenando las salas. Y yo creo que es, por un lado, la voluntad de ver realidad, y, por el otro, la necesidad de emocionarse en comunidad. Es la única explicación posible.
No es la enfermedad la que determina la emoción de la película, es el amor
Y que a todos nos gusta una buena historia de amor. Y no es fácil cruzarse con una como la de Augusto y Paulina...
Totalmente. Es muy difícil encontrar historias de amor real, con todo lo que se explica, sin edulcorar. La misma Paulina lo dice mucho: siento que la película tiene un buen equilibrio, porque no esconde el dolor, no esconde los momentos malos, pero al final es luminosa. Y vas viendo todo y vas viendo el paso del tiempo, y el envejecimiento de una pareja, y el deseo tras los años. Creo que la gente se emociona por eso. No es la enfermedad la que determina la emoción de la película, es el amor.
Los estragos más terribles de la enfermedad tardan un rato en aparecer. El espectador se confía y, de repente, toma conciencia de una realidad durísima.
Es que estamos hablando la vida, al final. Y la vida a veces es muy jodida. Y todas las historias de amor tienen dolor mediante, no hay nada que sea feliz del todo. El estado de felicidad permanente igual está mediado por días dolorosos, por situaciones difíciles. La felicidad no es la euforia. La felicidad profunda tiene que ver con cómo llevas el dolor. Y en este caso, estamos ante una pareja que asume ese dolor y que lo enfrenta. Lo enfrentan juntos, y eso es lo especial. Yo he leído mil libros sobre el Alzheimer, y he tenido a varias personas con Alzheimer en mis películas. Y lo que siempre dicen los libros es que hay estados de violencia en los enfermos. Y acá yo nunca vi violencia. Entonces la pregunta es: ¿la personalidad de Augusto explica que nunca fue violento? Sí, yo creo que, efectivamente, eso tiene que ver, su identidad es pacífica. Pero por otro lado, ¿dónde está el amor? Acá hay una cuidadora que lo ama, y no es una cuidadora desconocida. Y eso ayuda en el sentido de que cada vez que él no se acuerda de algo, tiene a alguien que no le dice "ay, pero ¿cómo no te acuerdas?". Pienso en la primera escena en la película, cuando Augusto se despierta en la mitad de la noche sin saber dónde está. Y quizás otra persona le diría "¿cómo no sabes quién soy?".
Todas las historias de amor tienen dolor mediante, no hay nada que sea feliz del todo
Ella no lo hace...
No, ella se ríe y le dice que llevan 20 años juntos y que es actriz y... Con una buena voluntad y una capacidad de volver a repetir veinte veces lo mismo y de decirle que ella es testigo de su historia y que, por lo tanto, puede ser su memoria. Ella repara las fantasías de ausencia. Creo que esa es la gracia del amor en la vida, al final están batallando juntos. El amor se sobrepone a la pena, al dolor. A mí me pasa mucho con la película que, ante todo, me da envidia.
En el film se establece un diálogo entre la memoria que pierde alguien por culpa de la enfermedad y la memoria histórica que esa misma persona se ha dedicado a reivindicar durante toda su vida.
Sí totalmente. La gracia de la película es que termina regalando esa lectura sobre la memoria infinita: ves a un hombre que recuerda hasta el final sus amores y sus dolores, y que recuerda claramente el dolor de la historia y el dolor del país. Y él mismo lo dijo: los chilenos tenemos que reconstituir nuestra memoria emocional. Augusto lo olvida todo, los números, las fechas, no te podía decir cuándo ocurrió el golpe de estado de Pinochet. Pero si te podía nombrar a todos los amigos que perdió en aquel momento, y todos los dolores que vio hasta el último día. Ahí es donde te preguntas qué hay que narrar respecto a la historia de la memoria. Tenemos que narrar los hechos, pero la herencia son las emociones. Es el rol del arte y del cine: estoy contando un dolor que no se puede borrar, incluso cuando pierdes la memoria. Y estoy contando un amor que no se puede borrar, incluso cuando pierdes la memoria. Y esa es finalmente la mayor enseñanza de cómo funciona la cabeza que está totalmente conectada con el resto del cuerpo.
Ayer le decía a una amiga que venía a entrevistarte y le recomendaba la película. Vio el tráiler y me dijo que no pensaba hacerlo porque lo iba a pasar muy mal. Convéncela tú.
Sí, claro, la gente se fija en la enfermedad, pero al final, creo que la película es un regalo y es una invitación a vivir el buen amor. Con todo lo que el buen amor implica. Y el balance es luminoso y la gente sale muy agradecida de haberla visto. Entiendo el miedo, pero el miedo se va cuando uno ve la película, está comprobado.
Estoy contando un dolor que no se puede borrar, incluso cuando pierdes la memoria. Y estoy contando un amor que no se puede borrar, incluso cuando pierdes la memoria
La memoria infinita está en la short list y con serias posibilidades de estar nominada al Oscar a Mejor Documental.
Estar en la short list ya es un premio. Casi se cumple un año de campaña promocional focalizada en el Oscar. Y, siendo el norteamericano un mercado tan centrado en sí mismo, me pasa que no deja de sorprenderme que haya espacio para una película en español en una categoría que no es internacional. Para mí estar en una short list ya es excepcional, en un contexto de 160 documentales compitiendo, con un 90 por ciento de películas en inglés, y muchas producidas por los pesos pesados gringos. Sí, es emocionante. Y más allá de todo lo que hemos hecho, igual es sorprendente pero uno tiene que empezar a dejar de asumirlo como una excepción.
En este sentido, ya estuviste nominada con la estupenda El Agente Topo, una película que también te dio muchas alegrías y que hablaba de la tercera edad, y de cómo la sociedad aparta a las personas mayores, les deja de lado.
Sí, muchas. Con ella aprendí a cómo tratar los temas que me interesan. Porque si quieres que llegue a la gente una historia sobre unos señores abandonados en un hogar de ancianos, nadie te la va a ver. Pero la cosa cambia si les invitas a ver una película sobre un detective que infiltra a un señor en una residencia... para darte cuenta después que el film trata sobre el abandono de las personas mayores. Fue interesante para mí aprender cómo abordar narrativamente los temas que quiero trabajar, porque si los invitas directamente no va a ir nadie. El Agente Topo ha sido una película que, con los premios y los reconocimientos, me ha regalado la posibilidad de seguir filmando y elegir los proyectos que quiero hacer libremente.
Proyectos que piden procesos largos y paciencia, ser muy permeable, estar siempre en función de lo que te vas encontrando. Debes de ser alguien muy abandonada a la sorpresa, una persona cero controladora.
Sí, se trata de asumir que una no tiene el control. Y eso toma su tiempo porque yo no puedo estar pidiendo nada, ni planteando determinadas escenas. Estás siempre subordinada a la realidad. Y la realidad, en general, es bastante desordenada, aunque pueda tener un orden dentro del desorden. Creo que sé lidiar con la incertidumbre en mis rodajes. Y trato de defender tener mucho tiempo. Si no me dan tiempo, no puedo crear. Ahora acabo de terminar una ficción... y claro, es más fácil.
Creo que sé lidiar con la incertidumbre en mis rodajes. Y trato de defender tener mucho tiempo. Si no me dan tiempo, no puedo crear
¿Y menos motivador?
Bueno, son desafíos distintos, pero sí, el corazón como que uno lo tiene en otro lugar. Claramente.
¿Qué me puedes contar de esa ficción?
Nada (risas).
Termino preguntándote por el cine que estáis haciendo en Chile. Nombres como los de Pablo Larraín, Sebastián Lelio, Felipe Gálvez, Matías Bize... ¿Cómo ves el momento del cine chileno?
Me encanta sentirme parte de él, porque siento que es una industria en la que hemos crecido todos juntos. A mí me pasa que, cuando a un chileno le va bien, me siento súper orgullosa porque es como si nos estuviera yendo bien a todos. Y creo que la gracia es que tenemos una cinematografía que ha sabido respetar las voces individuales y la diversidad de estilos, temáticas y puntos de vista sin caer en una forma de hacer masiva, común. Creo que el cine chileno es muy ecléctico y hay una versatilidad que lo vuelve singular, y que respeta a todas las voces, y eso lo agradezco.