"A 180 kilómetros de Barcelona, a 77 de Calaf y a 33 de la Seu, se endereza, en la cima de una colina, el pueblecito de un millar de habitantes, Coll de Nargó". Así empezaba el reportaje que Mercè Rodoreda i Gurguí (1908-1983) publicó en Clarisme el 1 de noviembre de 1933. El artículo esel testimonio de la estancia de aquella joven escritora y periodista de Sant Gervasi al pueblo de Coll de Nargó, en el Alt Urgell.
Según explica Roser Porta a Mercè Rodoreda a Coll de Nargó. Romànic i dones d'aigua, el director de Clarisme, Delfí Dalmau, maestro de catalán y mentor de Rodoreda, envió a la escritora –que ya había publicado su primera novela Sóc una dona honrada?– a hacer reportaje en aquel "pueblo pobre, dentro de un valle circundado de montañas". La excusa para hacer aquel viaje a un pueblo que Rodoreda compara con un belén de casas de corcho, donde "la gente tiene un aire cansado, y las casas son tristes cuando las nubes se echan encima de las cimas, cuando cae la tarde, y cuando, por las noches, chilla el buho", era la restauración por parte de los Amics de l'Art Vell de la iglesia románica de Sant Climent.
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Un pueblo nada turístico pero con visitantes ilustres
Rodoreda, una mujer autodidacta y ya casada que se afanaba por introducirse en el ambiente literario de los años de la República, no era todavía la escritora consagrada que en los años venideros sería y no dejó en el pueblo la memoria que otros visitantes ilustres como el escritor vasco Pío Baroja, que fue para escribir las novelas La senda dolorosa y Humano enigma y recorrió los escenarios de la truculenta muerte del sanguinario conde de España, el cabecilla carlista de origen francés asesinado por sus propios hombres en la población. O el folclorista Joan Amades y el pintor Joaquim Mir, que se enamoró de sus paisajes mientras iba a pintar a Andorra.
De todos modos, Rodoreda captó el aire salvaje de un pueblecito de calles empinadas, que habían ocupado como madereros la mayoría de sus hombres –cuando Rodoreda llega, el antiguo oficio de transporte de madera río abajo se había substituido por camiones–, y especialmente, sus leyendas. Como la del hostal de los Espluvins, hundido por un desprendimiento y donde, según la memoria popular, los dueños se dedicaban a matar a los huéspedes que venían con la bolsa llena para robarles y escondían los cuerpos en el sótano.
Nargó, escenario literario
Sin embargo, el vínculo literario con Coll de Nargó no se agotó con este reportaje, en que la escritora retrató el ambiente político del café a través de los diarios que se recibían –"dos Publis, nueve Opiniones y una ristra de Vanguardias"– sino que fue usado como base para la novela, Del que hom no pot fugir, editada por el mismo Dalmau el año 1934.
La historia, posiblemente con un fondo autobiográfico, narra la huida de una joven de ciudad hacia un pueblo pirenaico –que no menciona por su nombre pero que está basado en lo que la autora había conocido cuando hizo el reportaje– para olvidar a un hombre casado de quien se ha enamorado, una renuncia al amor adúltero que la llevará a la locura. En la novela, no solo está presente el ambiente rural con influencias de Joaquim Ruyra y Víctor Català, sino también el universo mágico de las encantades o mujeres de agua.
El año 1933, en Nargó había dos hostales, Cal Not, que estaba en la carretera y donde probablemente se alojó la escritora, y Cal Roca. El año 1967, ya convertida en una escritora de éxito –había publicado La plaza del diamante, La calle de las Camelias y Jardín junto al mar–, Mercè Rodoreda volvió a Coll de Nargó acompañada de su amiga Susina Amat y la hija de esta, Anna Maria Saludes, en un viaje por tierras del Alt Urgell y Andora. Se alojaron en la Fonda del Llac, todavía hoy al pie de la carretera, y se fotografió con sus acompañantes y el propietario del hotel. A pesar de aquel reencuentro, la novela Del que hom no pot fugir, como toda su producción de juventud, fue repudiada por su autora y no se volvería a reeditar hasta el año 2002, en una edición crítica del IEC.