Cuando muere una personalidad de primer orden, parece un tópico afirmar que aquella figura ocupa un lugar especial en tu corazón. Con Francisco Ibáñez no lo es. De su mano nació una de mis primeras memorias. Todavía ahora recuerdo volver a Barcelona con seis años, después de haber vivido fuera del país la mitad de este tiempo, para descubrir en una de las estanterías de casa un puñado de libros peculiares que se habían dejado las anteriores inquilinas. Cada uno descubre a Mortadelo y Filemón de una manera diferente, y esta fue mi vía de entrada en el apoteósico mundo de Ibáñez. Atlanta 96, 100 años de cómic y ¡Pesadiiiillaaa...! fueron las primeras lecturas adultas, y las devoré sin esfuerzo. Pero necesitaba más. Suerte del vecino de rellano, un fanático de los cómics que me prestó todos los ejemplares de su colección personal que le pedía.

Esta es precisamente una de las cualidades más destacables de la obra de Ibáñez: la capacidad de unir a diferentes generaciones de lector en torno al entusiasmo por unos libros de dibujos. Las aventuras de los terribles detectives eran el único punto de conexión posible entre un niño como yo y un padre de familia de cuarenta años. ¿De qué teníamos que charlar si no era sobre nuestros personajes de cómic preferidos? Sí, a mí se me escapaban la mitad de los chistes, pero me deleitaba con los disfraces de Mortadel·lo, los inventos tronados del Profesor Bacterio o los insultos lanzados por el Súper mientras perseguía a sus dos peores trabajadores después de su última fechoría... Y eso lo valía todo.

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El vínculo también aparecía inevitablemente entre el lector y el autor. No llegué a conocer nunca a Ibáñez –y ahora me arrepiento de no haberme sumado a las largas colas que lo esperaban en cualquier Salón del Cómic de las últimas décadas–, pero tanto da, porque lo he vivido de otra manera. Ibáñez me ha regalado sonrisas y horas de distracción siempre que lo he necesitado; me ha hecho de profesor –¿cómo puede ser que recuerde las ciudades sede de los Juegos Olímpicos hasta 1984, catorce años antes de mi nacimiento, o que sepa identificar un higo chumbo?–; e incluso me ha hecho más ligero y atractivo el odioso mundo de la política, con una sátira que no ha esquivado nadie. El Tesorero, número dedicado íntegramente a tragar con ironía el caso de corrupción protagonizado por Luis Bárcenas, justifica por sí solo la Creu de Sant Jordi otorgada en 2021.

Las aventuras de los terribles detectives eran el único punto de conexión posible entre un niño como yo y como un padre de familia de cuarenta años

El maestro barcelonés deja como legado 224 obras largas y centenares más de historietas cortas –y eso si hablamos solo de su célebre tándem de detectives. En medio todavía encontró el tiempo necesario para regalar al público las peripecias de Pepe Gotera y Otilio, 13 Rue del Percebe y el Rompetechos, entre otros. Autor prolífico y trabajador incansable, sí, pero también víctima de una explotación laboral que lo tenía ligado a la mesa de dibujo –y que le robó, incluso, los derechos de publicación. Inevitablemente, se lo tomó todo con una dosis de humor, autorretratándose produciendo cantidades ingentes de dibujos para satisfacer las demandas de sus superiores. Ibáñez acabó derrotando a la editorial, una victoria que fue un antes y un después para la dignificación del mundo del dibujo –y sumando argumentos para hacer de él el principal referente de las nuevas generaciones de autores de cómic españoles.

Este año, Mortadelo y Filemón ha celebrado los sesenta y cinco años de edad. Un hito especialmente significativo, porque desde el primer número la pareja ha esperado con ansia la llegada de su jubilación. Su creador, en cambio, siempre ha tenido otros planes para ellos, y ha seguido enviándolos a la aventura hasta el último momento. No hace ni un mes que se publicó su última obra –un Mundial de baloncesto 2023 insustancial, pero marca de la casa–, y seguro que la cabeza ya le bailaba con nuevas ideas para el siguiente cómic. "El día que se me siente delante de un papel en blanco y no se me ocurra ninguna idea, cojo las cosas, hago una pila, pongo una cerilla debajo y se ha acabado", afirmó no hace mucho en una entrevista. Este día no ha llegado nunca, pero ahora Mortadelo y en Filemón se podrán tomar, por fin, unas vacaciones bien merecidas. Y Francisco Ibáñez también.