Está de acuerdo incluso Carlos Boyero, el célebre –airado y tantísimas veces arbitrario– crítico cinematográfico de El País: “Es tan imaginativa como turbia”. La Mesías es la consagración definitiva de Los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo) fuera del pop, lo kitsch y las historias trágico-cools, como sus anteriores La llamada, Paquita Salas o La Veneno. La serie que Movistar+ ha ido dosificando desde la vuelta del verano es inquietante, tensa, emotiva, completa, profunda y, sobre todo, absolutamente rara. Es como si el realismo mágico se le hubiese ocurrido a un catalán —se desarrolla toda en Catalunya; y parte en otra Galaxia— en un día hasta arriba de setas en la falda de Montserrat (escenario clave de la ficción). La serie es, además, un gran espectáculo musical. Desde su semilla.
Está inspirada, basada, mancillada –lo que sea– en las rarísimas Flors Mariae, aquella girlband cristiana del “sándwich de quezo” proto-Youtube. Y decir inspirada, basada o mancillada, es un flaco favor: porque mejoran la historia. Les dan un relato verosímil, entre la salvación devota y la secta. Un relato que va acompañado por canciones nuevas, factura de los barceloneses Hidrogenesse, magos del pop iluminado y excéntrico, autores de la –como citan en la serie– Christian Electronic Dance Music, CEDM, que tanto vicia a primera escucha. Entre las Flors Mariae (Stella Maris en la serie) está además Amaia, afincada desde su salida de OT en la capital catalana, y que tiene un momento muy mal actuado, pero muy bonito al piano casi al final de la ficción (spoiler: en el sexto episodio).
Pero no todo son fuegos artificiales. La Mesías es una serie de series, y ahonda en los musicales, en los festivales hippies… En la terrible tensión mesiánica que manifiestan de forma soberbia Ana Rujas, Lola Dueñas e –¡incluso!– Carmen Machi. Todas ellas Montserrat, la protagonista. Esa tensión sería muchísima menos sin el artefacto de Raül Refree, del que hablamos unos días atrás por un proyecto ambient pintón, pero que nada tiene que ver. En este caso el productor catalán hace alarde de lo mínimo; seguramente como deberían hacer en general las bandas sonoras originales.
Teclados que caen a plomo, como estalactitas al romperse, otros pianos mucho más emotivos, como la preciosidad del capítulo quinto. Una delicia. La serie es especial, difícilmente repetible en años, porque también auspicia un debut y una consagración. Muestra por primera vez en pantalla a la hija de Santi Balmes (Love of Lesbian), Irene Balmes, mejor actuación del drama: mirada compungida, tierna, rota, que se cuela hasta en su voz y que en el capítulo tres te sella ante la pantalla. Menos tierno, también roto y de voz quebradísima, pone la guinda a la chaladura el más chalado, Albert Pla, que retoma la actuación y que hace una versión de Experiencia religiosa de Enrique Iglesias como sólo él sabe: cálida y tétrica, cantada apretando dientes.