Vilallonga del Camp (corregimiento de Tarragona, y actualmente comarca del Tarragonès), 1 de marzo de 1838. Hace 185 años. Quinto año de la Primera Guerra Carlista (1833-1840). Una partida carlista, formada por voluntarios de los pueblos del Camp de Tarragona y dirigida por el comandante Manuel Ibáñez Ubach, más conocido como el Llarg de Copons, acorralaba parte de una milicia liberal, comandada por el teniente Josep Ayné y constituida exclusivamente con voluntarios de Reus. Los liberales, superados por la caballería carlista, se habían retirado del campo de batalla, a las afueras del pueblo, y se habían replegado y refugiado en el interior del templo parroquial de Vilallonga.
El ensañamiento de los carlistas, que, al grito de "Fot-li, que és de Reus" (¡Métele, que es de Reus!), sometieron el templo parroquial de Vilallonga a una dantesca tormenta de fuego de artillería, revela la existencia de un paisaje social dominado por un extraordinario grado de odio y de violencia. La masacre carlista de Vilallonga, que se saldaría con más de cien muertes entre los resistentes liberales, o la masacre liberal de Guimerà (1835), que culminaría con el fusilamiento de setenta y un prisioneros de guerra carlistas, son la evidencia de un conflicto entre parientes y entre vecinos, que iba más allá de la cuestión ideológica.
¿Por qué liberales?
La etapa francesa de Catalunya (1808-1814) fue muy corta, pero todos los historiadores coinciden en afirmar que tuvo una enorme repercusión en la sociedad catalana del siglo XIX. Catalunya fue incorporada al Imperio francés como una región más y el régimen bonapartista envió a 2.500 funcionarios en Barcelona que revolucionaron la vida política, social, cultural y económica de la capital. Su presencia inoculó la ideología revolucionaria en las sociedades urbanas e industriales del país, que, después de la caída de Napoleón y la reversión de Catalunya en el reino español, se convertiría en la ideología liberal, partidaria de una monarquía constitucional y democrática.
En los núcleos urbanos, tanto los patrones industriales como la masa jornalera habían abrazado entusiásticamente el liberalismo. Los primeros, porque el régimen liberal les garantizaba una cuota de poder, como mínimo, proporcional a su fuerza económica. Y los segundos, porque las ideologías proletarias (socialismo, anarquismo) todavía no habían sido formuladas y el liberalismo recogía la ideología antioligárquica (anticlerical y antinobiliaria) que, desde el régimen bonapartista, había hecho fortuna entre las clases humildes. Los liberales (patrones y jornaleros urbanos) percibían las clases pasivas del Antiguo Régimen (nobleza propietaria y jerarquías eclesiásticas) como un elemento involutivo y represivo.
¿Por qué los carlistas?
El año 1838, cuando se produjo la carnicería de Vilallonga, Catalunya era un país poblado, pero, todavía, básicamente rural. El Principado ya había superado el millón de habitantes, pero solo había dos núcleos que hacían, realmente, la función de ciudad: Barcelona (120.000 habitantes) y Reus (30.000 habitantes). Por lo tanto, la Catalunya de la época es, todavía, una sociedad rural, con un paisaje socioideológico dominado por las oligarquías rurales. Una especie de precaciquismo que sería la causa principal que explica el triunfo de la ideología tradicionalista (que no es lo mismo que conservadora) entre todos los estratos que formaban la sociedad rural catalana.
De la misma manera que el liberalismo urbano catalán era hijo del bonapartismo, el carlismo rural catalán era hijo del antibonapartismo. Durante la etapa francesa de Catalunya (1808-1814), surgió un movimiento rural amplio y compacto que rechazaba de lleno los valores revolucionarios que importaba el régimen bonapartista. Aquel movimiento defendía la conservación de un mundo tradicional, casi de postal navideña, que se sentía gravemente amenazado. Los catalanes que combatieron el régimen bonapartista no eran "patriotas españoles", porque el concepto patria —de tradición republicana francesa—, en España todavía no había sido formulado. Eran defensores de la tradición.
La ideología antiburguesa
El gran éxito del carlismo catalán fue poner en un mismo receptáculo tres ideologías que se complementaban: el tradicionalismo, el sentimiento antiburgués y el foralismo. Del tradicionalismo ya hemos hablado. Sin embargo, ¿qué era el sentimiento antiburgués? Y la respuesta la obtenemos cuando observamos el paisaje económico del campo catalán, totalmente subordinado a los intereses de la industria catalana de la época. Los fabricantes urbanos (sobre todo los de las destilerías de Reus) controlaban la producción y los precios de la uva (el producto agrario estrella en Catalunya) y, a menudo, provocaban situaciones de riesgo, casi de ruina, que perjudicaban tanto a los propietarios agrarios como a los jornaleros del campo.
Esta ideología antiburguesa, que se había forjado durante el siglo anterior y coincidiendo con la recuperación de los mercados internacionales del aguardiente de Reus (recordemos la cita "Reus, París, Londres"), no era un fenómeno exclusivo de Catalunya. En Centroeuropa también existió, con un escenario y unos protagonistas no muy diferentes. Los fabricantes eran cerveceros y judíos, y los campesinos eran productores de avena y de lúpulo. El origen del antisemitismo contemporáneo es la ideología antiburguesa centroeuropea. Ahora bien, el carlismo catalán no era antisemita porque en Catalunya no había judíos desde la expulsión de 1492. Pero sí que, por tradición cristiana, tenía un concepto negativo de los judíos.
La ideología foralista
La tercera pata del carlismo catalán era el foralismo, que, en aquel contexto histórico, social y cultural (no olvidemos que hablamos de 1838), se complementaba, perfectamente, con el tradicionalismo y con el sentimiento antiburgués. En aquel contexto, el foralismo era la ambición de la restauración del estado foral catalán anterior a 1714. Y en este punto, es importante destacar que, pasado un siglo y cuarto de la derrota de 1714, y pasadas una Ilustración y tres revoluciones (una en los Estados Unidos, 1775, y dos en Francia, 1789 y 1830), aquel régimen foral se presentaba como una reliquia que convenía actualizar, pero que, reveladoramente, los carlistas catalanes no lo plantearon nunca.
El porqué se explica por el nervio ideológico tradicionalista del carlismo catalán y, también, como una consecuencia del sentimiento antiburgués. El mundo agrario catalán del siglo XIX veía a los fabricantes como unos inmorales abusadores de la clase rural, apartados de la fe y de la Iglesia y entregados a la adoración del diabólico dinero. Y, también, como un producto social desnaturalizado, de origen rural y campesino, pero enriquecido al calor del régimen borbónico. Una clase de fabricantes descreída, inmoral, colaboracionista y corrupta, que había relevado a la prestigiosa burguesía austriacista desaparecida (con la prisión o con el exilio) después de 1714. "Métele, que es de Reus".