Adolf Hitler pasó por su casa sin mirarla. A pesar de estar engalanada con esvásticas para la ocasión. Fue la primera y la última vez que fue a Braunau (Austria) después de subir al poder. Aunque vivió allí de 1889 a 1892, después se marchó a Passau. Hitler prácticamente ni ¡caminó por estas calles. Eso no quiere decir que Braunau no sufra las consecuencias de un suceso tan fortuito —y definitorio— como un nacimiento, el nacimiento del Führer. Así lo explora el documental ¿Quién teme al pueblo de Hitler? (Wer hat Angst vor Braunau?, 2024), que esta semana llega a las salas de cine.
Viviendo al norte de Salzburgo
El documentalista Günter Schwaiger se va a buscar a su hermano, que precisamente fue a vivir en Braunau hace unos años. Él es un escéptico, así lo define el mismo Schwaiger. ¿Cómo puedes sino ir a vivir a Braunau? Un lugar donde la gente prefiere decir que vive al norte de Salzburgo. Prejuicios que han llegado hasta el presente. La casa donde nació Hitler es ahora un lugar a medio pintar, carcomido por la humedad. Una piedra de Mauthausen recuerda que allí puso el primer pie en el suelo el Führer. "Es una vergüenza que la generación actual tenga que seguir agachando la cabeza, ¿qué culpa tenemos?", comparte un vecino de Braunau con un frondoso campo de fondo. El documentalista aprovecha para hacer una encuesta por la calle: ¿los dos austríacos más famosos según las búsquedas en Google? ¡El inventor del Red Bull! ¡Beethoven! "Uno de ellos es Hitler", responde una mujer, acotando el cap. "Pero no se puede decir".
La casa de Hitler se convierte durante todo el metraje en un símbolo del not in my back yard (nimby), un fenómeno sociológico que explora las respuestas de la sociedad frente a lo que nos molesta
La casa de Hitler se convierte durante todo el metraje en un símbolo del not in my back yard (nimby), un fenómeno sociológico que explora las respuestas de la sociedad frente a lo que nos molesta. De lo que no queremos cerca de nosotros: una fábrica que proyecta humos contaminantes, una discoteca ruidosa o el hogar de uno de los mayores genocidas de la historia. La respuesta es la misma: no hay. Este es el recorrido narrativo del documental, que en hora y media va mostrando los caminos del pesimismo al optimismo. De los que tienen memoria, de los que quieren exaltarla, de los que quieren cambiarla y de los que quieren borrarla.
Cambiar la fachada para no cambiar el interior
¿Estamos a resguardo del pasado? No lo parece, el 2019 (el metraje empieza en el 2018) el líder de un partido ultra austríaco escribió un poema fascista. "Me ratifico", declara a la cámara meses después. Compara los migrantes con las ratas. Hay uno que, en pleno 2021, así está filmado, lleva una corona de flores al líder nazi a la casa por su aniversario. Un vecino la tira a la basura. No sin intercambiarse unos cuantos improperios. Las decenas de testigos, sin prácticamente música, vierten un documental crudo. De factura historicista, pero bien hilado en el montaje para que la contradicción y el absurdo en las respuestas corran y no dejen respiro en la cabeza. Hay cámaras en primera persona, selfies, primeros planos, planos generales. Pero la estética es solo un recurso. El hecho es tan potente, el conflicto tan latente, que no hace falta lágrima artificial.
El destino es caprichoso y aquella casa medio cutre fue una escuela después de la guerra. Pero hasta el 2016 no se expropió para utilizarla para proyectos sociales. "Era peligroso", según el Gobierno. Los hay que piensan que no hay lugar más fácil para ser antifascista que Braunau. Lo dice un poeta. Vive en Viena. El hermano del documentalista no tiene claro que la casa de Hitler acabe albergando a una ONG. "Se dicen muchas cosas aquí". El 2019 el documentalista empezó a filmar con la ONG; la ciudad parecía estar preparada para acogerla. Pero los participantes, personas con diversidad funcional, no. "Nos gaseaban". Y el hermano no iba equivocado. Según el Ministerio del Interior, finalmente parece que la casa será para la policía federal. Querían normalizar el lugar y "neutralizarlo"; que los neonazis se lo pensaran dos veces antes de visitar el espacio.
Hitler seguirá siendo un vecino de Braunau mientras el fascismo siga siendo la respuesta a la diferencia
Los xenófobos lo veían bien. Los progresistas, una aberración para la memoria histórica. Los de la ONG, un desbarajuste. Y el hermano, el hermano ya había avisado. Una voz comenta: se intenta cambiar una fachada, pero no el interior, se hacen homenajes a las víctimas, pero no sabemos cómo llegaron las personas a ser victimarias. Faltan historias de vida. Conexiones. Hitler seguirá siendo un vecino de Braunau mientras el fascismo siga siendo la respuesta a la diferencia. Veríamos qué dirían los vecinos de Ferrol si les preguntaran por el Caudillo. O los de Predappio por el Duce.