«Lo había perdido todo. Todo. Todas las jodidas cosas. Te lo diré otra vez: todo. Cuando no me quedaban ni doscientos dólares en el bolsillo, ni siquiera mi panda me dirigía la palabra. Incluso llamé a un colega para preguntarle si sabía dónde podía conseguir un trabajo de albañil. Me dijo: "Mickey, corta el rollo, no tengo tiempo para tus mierdas", y me colgó el teléfono. De ahora en adelante, me tocaba pasarlas canutas. Supongo que ahora sí que la había liado parda». Así se sinceraba Mickey Rourke hace 20 años, entrevistado en la revista Rolling Stone. Hace 30, el actor cargaba de sentido estas palabras, todavía por pronunciar, visitando Oviedo para boxear en un combate de pacotilla.

El acontecimiento, organizado y emitido por Mediaset, contaba con Samantha Fox y Grace Jones en calidad de animadoras. Loreto Valverde era la presentadora. Entre el público, luchadores como Poli Díaz, el Potro de Vallecas, o como Javier Castillejo, conocido entre los aficionados al boxeo como el Lince de Parla. Rourke luchaba contra Terry Jessmer, un canadiense que se dejó hacer una cara nueva en un combate desacomplejadamente preparado. Los silbidos del público fueron atronadores. El actor, calzones Versace holgados, les respondía con cortes de mangas. Las peores lenguas de Oviedo dicen que, aquella noche y con las cámaras de televisión ya apagadas, los guantazos de Rourke excedieron las cuerdas del ring.

Envidio EE.UU. porque soy secesionista, es decir: porque quiero un estado detrás, no uno en frente

El privilegio de escoger

Esta semana hace 30 años, de un sainete que, desgraciadamente, no fue ninguna excepción. En el mejor momento de su carrera como intérprete, Rourke decidió combinar las filmaciones con el boxeo. A cada golpe de derecha que encajaba, su reputación caía fregadero adentro, a la vez que una de las bellezas masculinas más codiciadas de la gran pantalla se iba fundiendo a negro. La cara como un cuadro, el teléfono en silencio. Aunque películas como Sin City volvieron a ponerlo en el mapa, la suerte de Rourke nunca acabó de reavivar, y su estatus hoy es el de unos memes crueles y sórdidos. De estrellas desgraciadas por la droga Hollywood está lleno; consumidas por su ego y con público pagando la entrada, solo una.

Envidio muchas cosas a los Estados Unidos porque soy independentista, es decir: porque quiero un estado detrás, no uno en frente. De los Estados Unidos envidio cómo de la nostalgia hacen pan. Cómo hacen que todo vuelva, con el adhesivo del precio convenientemente colocado. Las Chicas de Oro tienen dos spin-offs, un documental y un espectáculo en Broadway. Teresina S.A. tienen una cuenta de Twitter hecha por un admirador. Los jodidos Estados Unidos de América: hacen que la envidia se me sofistique tanto, que incluso la profundidad de los pozos donde caen sus perdidos me hacen poner los dientes largos. ¿Quién sería capaz, aquí en Catalunya, de descender tanto como lo hizo el actor de Nueve semanas y media?

Mickey Rourke y Kim Basinger en 'Nueve semanas y media' (1986)

En Hollywood, a las productoras grandes las llaman majors. Teniendo en cuenta que el star system catalán se forja en los medios de comunicación, podríamos decir que RAC1 y la CCMA son nuestras majors, nuestras Universal y Columbia. A veces, imagino la posibilidad de que alguno de sus tertulianos y presentadores pueda caer tan bajo, de forma tan consciente y tan premeditada, como cayó Rourke. Que pongan en peligro sueldo, físico y estatus. Al mismo tiempo. Sensatamente. Que, al verlos llegar, les cierren las puertas del Amar y del Nobu. Las solapas de la chaqueta siempre arrugadas, siempre por mano de un tercero, siempre echándolos, de todas partes. Que el horizonte de vida sea Oviedo y solo Oviedo.

Escribo sobre Mickey Rourke porque el espolio fiscal me importa un pimiento: es la posibilidad de ser nihilistas, lo que realmente nos roba España. La oportunidad de renuncia. "He escogido renunciar a mis privilegios", escribe Deborah G. Sánchez en el ensayo histórico España es esto y todo lo contrario, "pero no puedo hacer nada, contra el privilegio de haber escogido". El privilegio de escoger. El boxeo, los moratones, los dientes por los aires. 20 millones de dinero público ardiendo encima de un ring. En 1992, en Oviedo mandaba el popular Gabino de Lorenzo. En los Estados Unidos, el republicano George Bush padre. Cuando le preguntaron a Rourke qué opinión le merecía la tarea de gobierno de su hijo, declaró: "Si hubiera podido, habría votado a Bush dos veces".

En 1992, Rourke lo sabe, si te hacían escoger entre la masculinidad y la cara, te deconstruías la cara
Hombres atascados

En 1992, Rourke lo sabe bien, si te hacían escoger entre tu masculinidad y tu cara, te deconstruías la cara. En 2022, y sin el privilegio de poder escoger, el hombre catalán pasa las horas gritándoles a las nubes Literalmente: una pieza de Anna Punsoda publicada en Núvol ha levantado una polvareda entre los hombretones de letras que todavía hoy flota por las redes. "Solo una educación andrógina", escribe Punsoda bajo el influjo de bell hooks, "que combine valores que se han considerado masculinos y valores que se han considerado femeninos, puede crear a personas vertebradas". Leerla hizo que mi cabeza viajara de Oviedo a San Quentin, el penal donde está ambientada Animal Factory. Mickey Rourke interpreta a una presa trans.

Pienso en la respuesta que ha recibido el texto de Anna y en la reacción que el público experimentó al ver a Rourke con colorete, sombra de ojos y barra de labios. Pienso en los barrotes de la prisión de San Quentin, y en quienes los palpa desde fuera, y en quien los que los palpan desde dentro de la celda. Pienso en cómo los hombres heterosexuales que ocupan la posición que desocupaba Rourke ahora hace 30 años —Timothée Chalamet, Harry Styles, Bad Bunny— llevan faldas y jumpsuits y uñas pintadas. Pienso en quien reacciona a un atasco apretando el claxon y quien reacciona pasando por encima de los coches, sobre las vías de un tren de alta velocidad. Pienso en quien sube al ring a hacer comedia, y en quien las clava directas a la nuez y sin guantes.