Si alguien ha nacido para capturar la esencia de La familia Addams, este es Tim Burton. Una buena prueba es que cuando se estrenaron las adaptaciones cinematográficas de los años 90, la crítica destacó que, a pesar de estar firmadas por Barry Sonnenfeld, respiraban el estilo de Burton por todos sus poros. Pero también es verdad que el autor de Big Fish hace años que ha perdido aquel nervio narrativo y estético que caracterizó sus inicios y que lo convirtieron en una de las grandes voces del cine norteamericano. Por lo tanto, con Miércoles podía pasar de todo: que fuera la resurrección del Burton más añorado, el que era capaz de convertir cualquier historia en una celebración de las tinieblas y el glosario gótico, o bien que se tratara de la enésima demostración del adormecimiento de su personalidad, el simple reflejo de lo que habría podido ser. El resultado se queda exactamente a medio camino de ambas cosas.
Renuncia demasiado a menudo a las posibilidades expresivas del material original para limitarse a ser una comedia fantástica para todos los públicos
Por una parte, se vislumbra a ratos el Burton más juguetón e irreverente que sabe revivir la deliciosa extravagancia de La familia Addams y reproducir su viejo gusto por los outsiders que conviven con aquello sobrenatural. Por la otra, renuncia demasiado a menudo a las posibilidades expresivas del material original para limitarse a ser una comedia fantástica para todos los publicos (digna, sí, pero menos subversiva de lo que se piensa) que se alarga más de lo necesario. Dicho de otra manera, es más fácil que guste a alguien que no tiene ni idea de quién es Miércoles y de dónde proviene que no a las seguidoras y seguidores de su imaginario. Es legítimo, pero viniendo de Burton, el mismo que todo el mundo mencionaba cuándo miraban las películas de los 90, no deja de ser sintomático de su momento profesional.
Antiheroína moderna
Miércoles muestra a la protagonista, paradigma de la antiheroína moderna, en diferentes frentes que definen el cruce de géneros en que se mueve la serie. Se introduce, pues, en un relato "coming on age" donde la protagonista afronta una sucesión de cambios trascendentales, el retrato satírico de las relaciones familiares que ya era el motor de la serie original de los años 60 y una trama repleta de misterios sobrenaturales que ayuda a situar la historia en terrenos poco explorados en el universo de los Addams.
Miércoles es víctima de unas convenciones narrativas que tienen más que ver con la voluntad de llegar a un número concreto de episodios que con las necesidades reales de una historia
En todos ellos hay un equilibrio entre virtudes y defectos. Entre los primeros, que tiene momentos ocurrentes, unas eventuales incursiones al tenebrismo y una aceptable evolución dramática de los personajes; entre los segundos, la tendencia a hacer detonaciones controladas (en algunos aspectos, la serie original era mucho más valiente), la renuncia a hurgar en los aires de excéntrica extrañeza que siempre han acompañado a esta familia y, sobre todo, la insistencia a vestir de serie unos elementos que se podrían haber comprimido en una película. Como ha pasado con otras series de Netflix, Miércoles cae víctima de unas convenciones narrativas que tienen más que ver con la voluntad de llegar a un número concreto de episodios que con las necesidades reales de una historia. No es ningún desastre, pero está por debajo de lo que se le podría pedir en Burton, que dirige cuatro de los ocho capítulos. SEa como fuere, lo que la acaba redimiendo es la magnífica interpretación de Jenna Ortega, que capta mucho mejor al personaje que los guionistas.