Quizá porque la década de los noventa dio tanto, en tiempo, forma y contenido, al primer lustro del siglo XXI se le sigue ninguneando sin motivos. Y eso, visto con una mirada global (y la distancia que da el paso del tiempo) no es justo. En los noventa, en su primera parte, hubo discos icónicos, movimientos musicales rupturistas y una excitación hasta entonces desconocida. Luego ya, conforme avanzó la década, las cosas empezaron a flojear: el impacto no era tan epatante e incluso hubo algún episodio mediocre.
Franz Ferdinand lo reventó con un disco homónimo y un single de época: Take me out. ¿Quién no ha bailado alguna vez esa canción? A la que suenan los primeros acordes de la misma, surge la adrenalina y esta coge impulso. Nada ni nadie la va a detener
A partir de 2001 hubo de nuevo una eclosión con ínfulas guitarreras. Estas cogieron el mando funcionando a todo ritmo. Con patrones distintos, con intenciones distintas, pero convencidos de lo que querían hacer. De hecho, no hubo una escena concreta que los agrupara a todos. En parte, porque cada uno era de su padre y de su madre. No tenían nada que ver Franz Ferdinand con Yeah Yeah Yeahs, The White Stripes con The Hives o The Strokes con Arctic Monkeys. Sin embargo, todas esas bandas partían desde el entusiasmo contando con un punto a favor: la prensa estaba necesitaba de caramelos, un reclamo para las portadas de sus revistas. En definitiva, caras y propuestas nuevas. Y, una de ellas, fue la de Franz Ferdinand que lo reventó con un disco homónimo y un single de época: Take me out. ¿Quién no ha bailado alguna vez esa canción? A la que suenan los primeros acordes de la misma, surge la adrenalina y esta coge impulso. Nada ni nadie la va a detener.
Auge, caída y resurrección
Ese debut de 2004 que iba en línea con el postrock, los situó a las primeras de cambio compitiendo en la Champions League con la posibilidad de ir pasando rondas. Entre ese y su siguiente disco, You could have it so much better, no hubo casi tiempo ni para respirar. Otra vez con resultados excelentes y añadiendo ingredientes que, por otro lado, no alteraban su sonido y esa personalidad tan acentuada. Después los discos cayeron con intervalos de cuatro o cinco años, con propuestas defendibles, pero con un problema: no volverían a sorprender nunca más, ni a sí mismos ni a sus seguidores. El momento más bajo fue en 2018 con Always ascending. A partir de entonces, han vivido de las rentas: un sonado recopilatorio y ser carne de cañón de festivales. Suerte de aquel intervalo en 2015 con el proyecto FFS con Sparks y un disco resultón, pero sobre todo, una gira inolvidable.
Esta versión de ahora tiene otro cometido: demostrar cosas y cambiar, aunque sea un poco, el registro
Así hasta que el año pasado, que con aire fresco (dos miembros nuevos), un productor con el que ya habían trabajado (Mark Ralph) y cierto aire glam a sus canciones, Franz Ferdinand revivieron. Tocaba renovarse, no del todo, pero sí con matices. Y recuperar la frescura. No todo iba a responder al rescate coreable de Take me out, Do you want you o No you girls. Así pues, de la banda que actuó en el Festival Cruilla en 2023 a esta de ahora hay una diferencia: aquella iba a piñón fijo convencida de que le bastaba con tirar de repertorio. Esta versión de ahora tiene otro cometido: demostrar cosas y cambiar, aunque sea un poco, el registro. Si bien, si no vas hasta el detalle, todo sigue igual. Con una premisa: de las veinte canciones que tocan, nueve son del disco nuevo. O te lo llevas bien aprendido de casa o vas perdido.
Lo que quiere la mayoría es escuchar su batería de hits. Y ahí Alex Kapranos se siente cómodo, es quien lleva la batuta. Tira de carisma, de aptitud física y, claro está, de tablas
Lo que quiere la mayoría es escuchar su batería de hits. Y ahí Alex Kapranos se siente cómodo, es quien lleva la batuta. Tira de carisma, de aptitud física y, claro está, de tablas (y canciones nuevas que se sostienen, como Hooked compartida a medias con el telonero, Master Piece, el single Night or day como apertura o la adictiva y casi melancólica Audacious). Pero nada como al sonar de Take me out, y esa pose de Kapranos abriendo las piernas y dando saltos. Es tal la entrega, que al acabar la canción, va rápido a por una taza con brebaje milagroso y se quita la americana y para los bises, que no acabaron de arrancar hasta llegar a This fire, otro clásico que quizá alargaron en exceso. A pesar de eso, la circunstancia no pareció importarle a casi nadie. Y es que, parece que fue ayer, pero son ya más de veinte años en la cima. Y lo que te rondaré morena. En esta nueva condición, tienen gasolina hasta cuando ellos quieran. Basta con ver las caras de satisfacción de la gente saliendo de Razzmatazz: el objetivo está cumplido.