El artista mallorquín Miquel Barceló acaba de publicar De la vida mía (Galaxia Gutenberg, 2024), un libro de memorias donde expone reflexiones como que considera que "la pintura es como Drácula, siempre se habla de su muerte, pero siempre resucita". En un encuentro con la prensa en la capital catalana, Barceló ha recordado, cuándo era joven, y escuchaba decir que la pintura había muerto, pensaba, "¡qué putada!, ahora que empiezo yo". Título del todo descriptivo que no invita en la confusión, a De la vida mía, Barceló habla por primera vez de... su vida. Lo hace a través de sus carnés, su pintura, sus dibujos y una larga serie de textos sobre su infancia, sus padres, su Mallorca natal, su relación con el mar o con los animales. "Pintar, nadar, leer. Hago eso desde que tengo memoria. Pero también escribo. A veces. Lo menos posible, pero siempre demasiado, como por desgracia, ahora, aquí", confiesa en el inicio del libro el artista. Curiosamente, el libro lo escribió en francés, un idioma del que explica que "leo bien y escribo mal, mi latín particular".

Cubierta de De la vida mía, el libro de memorias del artista mallorquín Miquel Barceló

Un mal escritor, un buen lector

Barceló nació en 1957 en Felanitx, "justo antes de la explotación turística de la isla". Entonces su pueblo era parecido al de 1857 y no muy diferente del de 1757. Fecha en 1982, el año que lo cambió todo: "Ya nada era igual, en veinte años cambió más que en dos siglos". Con todo, celebra haber podido vivir los últimos años de la vida agrícola, "antes del desastre, primero del turismo, y después del euro, que implicó la destrucción casi absoluta de la cultura tradicional" y también del Mediterráneo. Quizás por eso, su pintura está ligada a la infancia y a Mali, porque con los dogones, sintió que se reencontraba con el mundo de su infancia: "Lo que no absorbí a los diez años, lo aprendí con ellos. Fue mi mili, mi refugio, mi bachillerato".

Miquel Barceló celebra haber podido vivir los últimos años de la vida agrícola, "antes del desastre, primero del turismo, y después del euro, que implicó la destrucción casi absoluta de la cultura tradicional,"

Barceló se describe como un mal escritor que si tuviera aspiraciones de escribir, "lo haría en catalán". El artista mallorquín, en cambio, se descubre como un buen lector, aunque "poco de lo que leo me gusta". Y aquí menciona Verlaine, Proust, Montaigne, Savitzkaya, Stendhal y Modiano. Evocando las palabras de Rodrigo Rey Rosa, que decía que "en el Purgatorio obligan a leer las novelas tardías de Vargas Llosa; en el Infierno, las de Coelho, y en el Paraíso tienen a Borges, pero no es de lectura obligatoria", Barceló comenta que él querría que estuvieran "Sciascia, Stendhal y Proust, en las tres plantas".

El pintor mallorquín Miquel Barceló acaba de publicar su libro de memorias, De la vida mía / Foto: Marta Pérez / EFE

El momento de mirar atrás

De la vida mía nació hace un par de años cuando el artista sintió que era el momento de mirar atrás, pero nunca pensó en hacer un dietario; y a pesar de haber conocido a muchas personas famosas, rechazó cualquier concesión a la vanidad: "Tengo fotografías con gente importante como Warhol o Basquiat, pero no las hemos incluido porque no tienen interés". Sí que ha cultivado cierto fetichismo, como cuándo fue por primera vez a París y visitó todos los lugares por los cuales había pasado y creado Picasso. También visitó los talleres de Pollock o De Kooning, pensando que "siempre hay alguna cosa mágica en los espacios de creación de los artistas". Una magia que también encontró en el taller parisino de Bramsen, donde siempre hace sus litografías, "con la esperanza de algún día encontrarme con la misma piedra que Cézanne, que también utilizaron Bonnard, Jorn, Saura y Topor".

Tengo fotografías con gente importante como Warhol o Basquiat, pero no las hemos incluido porque no tienen interés

A lo largo de las páginas del libro surgen sentimientos e impresiones sobre asuntos de lo más variados. Así, a De la vida mía, Barceló reflexiona sobre la ensaimada y la sobrasada o nos descubre a su madre de 96 años. Fue ella, bordadora de profesión, quien lo inició en la pintura. También nos descubre el viaje a Portugal que hizo el año 1984 con Javier Mariscal, o la mala relación con su padre, aunque reconoce que le enseñó el nombre de los árboles, los pájaros y los peces. Ahora planta árboles como él. También pinta, nada, lee... Y, aunque en francés, escribe libros.