Acabado el concierto, haciendo un piti en la entrada de la estación de metro de Paral·lel, decidiendo si se marchaba a dormir o cogía el camino más largo para volver a casa, me encontré a un colega del Ara al que quiero bastante. Sus artículos deportivos son puro gozo literario. Iba con la pareja. Nos abrazamos y con el entusiasmo que lo caracteriza me explicó que siempre van a uno de los dos bolos que Mishima montan en la sala Apolo por Navidad, que a veces es la primera, a veces el segundo. Este 2024, por trabajo, había tocado el primero, pero nunca faltan. "Es la tradición". David Carabén ya lo había dicho un rato antes, de tantos años actuando en estas fechas, se les había quedado cara de cocido navideño. "Volem la pilota", le respondía el guitarrista Dani Vega -ya sabéis, todo aquello de El nou clam y la celebración del 125 aniversario del Barça de que Carabén (president!), ha sido el comisario-. Qué personaje más entrañable, el Vega. Qué tipo más carismático, en Carabén (president!).
Volverás a ir a un concierto de Navidad de Mishima
A mí Mishima no me gustaban. A mí me gustaba la chica que conocí una noche que, en la misma sala Apolo, pinchaban 2 Many DJ's. En el tonteo me explicó que estaba enamorada de David Carabén, de su voz imperfecta, de sus gafas y sus camisas negras. Acabamos en su piso de la Rambla del Raval. Al día siguiente me despertó una lengua áspera que me lamía la mejilla. Pensé que era la suya, seca por la resaca. Era la del Jimi, su perro, un chucho malnutrido y patán. Todavía con los ojos cerrados, escuché su voz. Que salía a pasear al perro, que si quería me podía hacer café, que las cápsulas estaban en el armario de encima de la pica de la cocina. Una hora más tarde, dejé la taza del cortado en el lavaplatos y, sin señales de ella, me marché cerrando de golpe. Espero que hubiera cogido las claves. No nos dimos los números de teléfono.
El año 2024 Mishima no somos más que eso, un millar de personas que van a uno de sus dos conciertos navideños. Las mismas caras, las mismas canciones, las mismas palmas en Tornaràs a tremolar. Las mismas tradiciones. Nada cambia, no queremos que cambie nada. ¿Follamos?
Semanas más tarde, paseaba por el barrio cuando en uno de aquellos cilindros reservados para la pegada de carteles vi un póster que anunciaba un concierto de Mishima en la sala Apolo para celebrar la Navidad. Fui para ver si me la encontraba. No estaba. Volví el año siguiente, y el otro, y el otro, y el otro... Hasta que llegó un momento en el que de aquella chica solo me gustaba el recuerdo y, en cambio, Mishima se habían convertido en uno de mis grupos favoritos. Ayer, sí, volví al concierto de Navidad de la banda de Carabén. Ella tampoco estaba. O quizás sí. Seguramente, si ahora me la encontrara, no la reconocería. O al revés, porque como ellos, a mí, después de tantas veladas prenavideñas cantando a pleno pulmón Tot torna a començar, también empiezo a tener un poco cara de cocido navideño.
Muy probablemente, el año 2024 Mishima no somos más que eso, un millar de personas que van a uno de sus dos conciertos navideños. Las mismas caras, las mismas canciones (ayer, sin embargo, con la sorpresa del estreno de su villancico El pollastre de la nit de Nadal, acompañado de Mariona Urpí, una de las voces más bellas que hemos tenido nunca, años atrás mitad de la banda de culto Fang), las mismas palmas en Tornaràs a tremolar. Las mismas tradiciones. Nada cambia, no queremos que cambie nada. Follem?