Si Montserrat Roig hubiera tenido Twitter en enero de 1972, su tuit se habría hecho viral. La futura promesa sólo tenía 25 años el día que entrevistó a Josep Pla para Destino y el escritor, cuando ella le comentó en medio de la conversación que también escribía, le soltó: "Señorita, con estas piernas que tiene, no hace falta que escriba". Directo al trending topic.
La anécdota no es vox populi pero lo sabemos porque el boca oreja no ha dejado de intentar que se mantenga la vergüenza viva. Pero Roig, por pudor, por idolatría o por la elegancia de las que saben que de donde no hay no se puede sacar, decidió no citar el comentario machista. En las cinco páginas que dura la entrevista sólo sembró pistas de desprecio sutil que ahora entendemos mejor. “Alguien dijo, en cierta ocasión, que es mejor no conocer nunca a los escritores que se admiran. Acaso sea verdad…"
Durante aquella charla, Roig y Pla ya eran la representación viva de dos visiones enfrentadas. Ella, con el pelo igual de corto que la falda, irreverente, incisiva: "¿Qué le parece que la mujer trabaje"? Él, con la lengua más larga que aquel típico abrigo-americana suyo que hace bolitas y la planta descomunal de una generación muy vivida, impetuoso, convencido de la superioridad que te dan la guerra, el hambre y la tradición. “No me parece nada. Si quiere trabajar, que trabaje y, si no, que no trabaje. Me es igual. Pero si una mujer está realmente enamorada no tiene tiempo para hacer nada”. Lo que podría ser la pelea de dos tertulianos opuestos en el podcast de Radio Primavera Sound que presentan las Oye Polo.
Ni Beethoven, ni Einstein, ni Miguel Ángel
Si Virginia Woolf tenía una habitación propia, Roig tenía una mirada tuerta. Diseñó unas gafas violetas que todavía utiliza la cultura catalana hoy que hace 30 años de su muerte. La escritora despertó la conciencia del feminismo en los años 70 y fue uno icono literario para aquellas mujeres libres que querían hacer mucho más que cocinar patata hervida y coser los pantalones rotos de los hijos, no sin ser criticada por muchos hombres que no veían bien que una mujer escribiera. En la recopilación de artículos ¿Tiempo de mujer? (1980) diría: “He escrito con mente de hombre y cuerpo de mujer, y he tomado prestadas las palabras, el lenguaje de los hombres. Porque no hay otro”. Allí mismo también se permitió el lujo de constatar obviedades como que sería "imposible imaginar un Beethoven pariendo cada año, Einstein especulando sobre la teoría de la relatividad entre bebés que lloran, a Miquel Àngel trabajando en la Capilla Sixtina mientras cada tres horas tiene que dar de mamar a sus hijos. Hay una imposibilidad física, real, que ha mantenido a la mujer apartada del campo de la creación". Una auténtica crac.
No entendía la opresión: no fue hasta la universidad que conoció el machismo porque en su casa su padre nunca hizo ningún juicio de valor contra las mujeres. En sus novelas velaba para hacer una radiografía de personajes femeninos imperfectos, alejados de la concepción protocolaria del bien queda. Les inoculaba sueños, miedos, angustias y cualquier inquietud que creara personalidades complejas. El suyo era un feminismo sin filtros, muy millennial. Cuestionaba debates como el papel de la mujer en el ejército o en el Parlamento, el divorcio y el aborto, los vientres de alquiler o el hecho que el trabajo de las amas de casa tuviera que estar retribuido, como ya había puesto sobre la mesa la novelista e intelectual Charlotte Perkins Gilman a principios del siglo XX; criticaba la misoginia de los idealistas de izquierdas o el rol de mujer sacrificada y denunciaba la pornografía como esclavitud, las violaciones, las relaciones tóxicas justificadas en los celos y el patriarcado.
La obra de Montserrat Roig nunca se podrá desligar de la voluntad omnipresente de profundizar en todas las brechas opresoras del androcentrismo. Cuando nadie entendía qué era la perspectiva de género, cuando el empoderamiento era cosa de frescas y los problemas de mujeres sólo eran suyos, Roig rompió los muros de silencio que llevaban décadas encarcelando a las abuelas, hijas, madres del antes. En un momento donde la gran mayoría de los referentes literarios de nuestra casa eran hombres, a ellas les dio voz propia. Levantó la suya para poner en la agenda pública que la violencia de género y que cualquier lucha feminista no era un conflicto personal, sino político. Y todo lo hizo sin necesitar uno directo en streaming visto por más de un millón de seguidoras.