Mort, qui t’ha mort. Mort, qui t’ha mort. Escuchando la sintonía de Tor, la miniserie que estrena este lunes 3Cat, una se imagina a Carles Porta sentado delante del ordenador, dándose coscorrones y repitiendo la frase como un susurro constante, con los ojos inertes dirigidos a algún punto del infinito, haciendo cábalas sobre quién demonios se cargó a Josep Montané, alias Sansa. Mort, qui t’ha mort. Mort, qui t’ha mort. No se trata solo de una apertura musical (con la voz de Roger Mas) que engancha: es una fórmula medieval andorrana que se utilizaba en el territorio durante el levantamiento judicial de un cadáver antes de que el Principat aprobara su primera constitución. Según la costumbre, cuando había una muerte violenta en el Pirineo, el alcalde picaba la cabeza del muerto tres veces con un palo mientras recitaba la frase para asegurarse de que el cuerpo estaba bien aturdido, y también la utilizó el escritor Iñaki Rubio como título para su libro sobre el último condenado a muerte de Andorra. En el caso de Tor, la frase es un presagio y un spoiler disimulado a la vez: de primeras ya sabemos que hay (mínimo) un muerto, que no sabemos quien lo ha matado y que la muerte no fue natural, pero ni esta tríada informativa repetida hasta la saciedad permite que el interés caduque.
Montané, el último muerto, acababa de ser proclamado dueño único de Tor después de que los vecinos llevaran cien años peleándose por la propiedad de la montaña, porque los estatutos de la sociedad de copropietarios decía que para serlo se tenía que tener el fuego encendido durante todo el año. Su enemigo más manifiesto y acérrimo, Jordi Riba, alias Palanca, había perjurado que eso no quedaría así. Un par de año antes, dos muertos más se habían apilado en la zona, siempre bajo la misma sombra montañosa. El odio y la envidia llevaban años profanando el corazón de Tor y de su gente, haciendo salseo criminal de puertas adentro, pero cuándo Carles Porta llegó en 1997 acompañado de un cámara lo puso todo patas arriba. De eso hace tres décadas y todavía no se ha dicho todo, porque se ve que esta miniserie ofrece datos nunca explicadas hasta el momento.
Pero podríamos decir que lo más importante de Tor treinta años después ya no es el tema en sí, por mucho que haya muchísima documentación y sea un caso criminal con decenas de ingredientes susceptibles de crear toda una retahíla de teorías y expectativas en el receptor. La curiosidad alimentada durante décadas y la pasión del narrador (Porta y su amistoso "gràcies per acompanyar-nos") cogen el relevo y la fuerza del relato: todo el mundo quiere saber qué pasó durante aquellos años turbios en que se amontonaron tres muertos en una zona de solo 13 casas bajo la maldición de la montaña de Tor, pero todavía más como se lo hará Porta para seguir ampliando su ajuar de crónica negra, de qué manera volverá a explicar lo que ya ha explicado en forma de 30 minuts, de libro (¡dos!) y de podcast. En este caso, una maqueta del pueblo aparece como un sujeto más que aporta ritmo y huye de la morbosidad de la sangre. En la última propuesta de Tor se es testigo de que el ímpetu del formato ha trascendido a la temática.
En la última propuesta de Tor se es testigo de que el ímpetu del formato ha trascendido a la temática
También pasa con sus protagonistas principales. Sansa y Palanca pasan de ser dos personas anónimas, hostiles y contradictorias a dos personajes populares que se podrían sentar al lado de Serrallonga o el Timbaler del Bruc en la pasarela de la historia. Ayudan estos sobrenombres salidos de cualquier rondalla y la creación de un ambiente narrativo más próximo al cuento que al género del true crime, que les rodea de un aura mística y profética y les refleja más a la tradición del país que a cualquier sospecha de hecho maquiavélico. Esta conversión, pasar de un relato metódico a uno que se focaliza en la proximidad y el calor de una chimenea metafórica, dota la trama de vida propia y la forma parte del folclore catalán, como una fábula más del imaginario de Irene Solà. Si Porta pretendía diferenciarse de Crims —a pesar de mantener algunos tics funcionales que refuerzan el compromiso del espectador— parece que está a punto de conseguir otro producto de éxito.
Según el mismo director y narrador, mirando la serie, formada por 8 capítulos, aunque el espectador esté familiarizado con la narración "no tendrá la sensación que es una historia que ya ha visto, porque cada capítulo es diferente y no se aburrirá; el mundo que rodea el crimen de Tor es infinito". Tan infinito que él mismo lleva casi treinta años poniendo el dedo en la llaga a pesar de no saber del todo qué es lo que pasó, o quizás es que todavía no nos lo ha explicado y el giro de guion será un espectacular punto y final, volviendo a dejar el formato en un plano secundario. Sea lo que sea, todo lo que toca este periodista se convierte en oro: incluso volviendo a repetir el mismo sonsonete siempre encuentra la manera de tener a todo el mundo con el corazón en un puño.