A estas alturas de la película, no sabemos si que les califiquen como padrinos del grunge les halaga o si, en cambio, ya están hartos de que les pongan esa etiqueta. Sobre todo, la figura de Mark Arm, que es sobre quien recae normalmente esa pregunta cuando hace una rueda promocional a propósito de un disco nuevo o una gira, como la que les ha traído de nuevo hasta Barcelona. Ayer actuaron en la sala mediana de Razzmatazz.  

Cierto es que, si hubiese que darle un premio a la resistencia, a la insistencia, a la constancia, el trofeo caería en sus manos. Están lejos del lugar que ocupan, por ejemplo, Pearl Jam, con guerras por el precio de las entradas, cancelaciones durante el verano y la necesidad de demostrar que su reinado es intocable. Incluso, con las dudas que genera cada disco, y la incerteza de si son o no dignos de su historial.  Mudhoney están en otra batalla. La de ir grabando discos y seguir ahí por dos razones: hay que pagar facturas y todavía se creen y disfrutan con lo que hacen.

Concert Mudhoney sala Razzmatazz / Foto: Carlos Baglietto
Mudhoney, supervivientes del grunge en la sala Razzmatazz / Foto: Carlos Baglietto

Si hubiese que darle un premio a la resistencia, a la insistencia, a la constancia, el trofeo caería en sus manos

Es más, Mudhoney andan preocupados con otras cuestiones; en qué momento petará el planeta y si ellos se postularán como candidatos a ponerle la banda sonora. Con más o menos realismo y un sentido del humor (patente en las letras de sus canciones) que no abandonan, ellos van a la suya. Se centran en el viaje personal y colectivo que supone escribir y grabar canciones, y que, a pesar de que son cuatro individualidades con brillo, lo que aquí prima es el conjunto. Evidentemente, se toman en serio el asunto, también sus grabaciones (la última es Plastic Eternity de 2023), reducidas a pocos días en el estudio. La última vez llegaron con veinte canciones y un máximo de nueve días para cuajarlas, con la ayuda del productor Johnny Sangster. Y así, de uno en uno, van sumando discos mientras la leyenda se mantiene viva. Como son prudentes, se consuelan con ver a gente con camisetas del grupo: ese es un gran honor y la señal de un trabajo bien hecho. Luego, las portadas y los grandes titulares son cosa de otros, pero eso no importa. Fieles a su sello de siempre, el emblemático SubPop, valoran a los grupos nuevos que aparecen por ahí, y entienden que los jóvenes no escuchen rock'n´roll. Y no porque su interés esté en el hip-hop u otras tendencias; sino porque prefieren los videojuegos o entrar a formar parte del equipo de baloncesto del instituto.

Concert Mudhoney sala Razzmatazz / Foto: Carlos Baglietto
Mudhoney, arrasando con el sonido de otra era / Foto: Carlos Baglietto

Impacto a prueba de bombas

Dando casi el pistoletazo de salida a la campaña de conciertos tras el verano, Mudhoney llegaron para jugar y, a poder ser, ganar el partido. Con un oficio que les brota por todos lados, y un Mark Arm sólido y cómodo en su puesto, que aún canta desbocado como un animal (al 99% de los seres humanos se les rompería la voz en la segunda estrofa). Él va de frente y escupe electricidad, mientras el arquitecto Steve Turner mira de vez en cuando al tendido y esboza una tímida sonrisa, cómplice y agradecida. Lleva una camiseta que reza: “Vote and destroy”. Y Guy Maddison, bajista de la formación desde 2001, muestra el orgullo de seguir ahí en este tramo de vida, algo que parece un pequeño milagro. Entretanto, Dan Peters, quien 20 minutos antes de empezar el concierto salía de un bar cercano tras hacer la merienda, agacha la cabeza y aporrea la batería. Aguanta él solo el hormigón del edificio. Entre el público, con mezcla de nostálgicos de otra era y jóvenes que descubren a Nirvana, se hacen pogos como los de antes. Incluso hay el lanzamiento de una camisa de cuadros al escenario. "Cuando éramos jóvenes nos tiraban bragas, ahora, en cambio, nos cae esto".

Concert Mudhoney sala Razzmatazz / Foto: Carlos Baglietto
Mudhoney, premio a la resistencia, insistencia y constancia / Foto: Carlos Baglietto

Mark Arm va de frente y escupe electricidad, mientras el arquitecto Steve Turner mira de vez en cuando al tendido y esboza una tímida sonrisa, cómplice y agradecida

Aun así, la maquinaria no para. Pasan los minutos y Mudhoney suenan más rápidos, más compactos, más fieros. De hecho, despachan nada menos que veinticuatro canciones en hora y cuarto, bises al margen. Es tal la cosecha que atesoran, que tocan canciones de hasta diez de sus discos. En un momento dado, Mark Arm se permite darle un respiro a la guitarra; canta Next Time como si no hubiera un mañana, aúlla como si fuese Iggy Pop (existe una actuación alucinante de la KEXP en 2015, que se puede ver en YouTube, de homenaje a The Stooges, con Mark Arm, Duff McKagan de Guns N'Roses, Mike McCready de Pearl Jam y Barrett Martin de Screaming Trees). Es más, empalma varias canciones micro en mano, es la hora del punk con la que llegan a la despedida. A la vuelta, desenfreno total, Suck you dry, Here Comes Sickness e In´n´Out of Grace están en la rampa de despegue y, al final, una lluvia de distorsión. Y la sensación generalizada de que, a la próxima, los que han estado ahí, repiten seguro. Ahora que el mundo se vuelve loco para comprar entradas en retornos como el de Oasis, no cabe olvidar que existen otras apuestas más terrenales y accesibles como Mudhoney, con un impacto a prueba de bombas.