Libre, moderno, curioso, lúcido, atrevido, radical, creativo, vanguardista, ecléctico, inquieto, melómano, socarrón, Carlos Saura era todo eso. Y, también, uno de los cineastas más importantes de los últimos 60 años. Apasionado del cine, sí, pero también de la fotografía (allá donde fuera, lo hacía con una cámara colgada del cuello), de la pintura, de la música, Saura era muchas cosas, siempre inagotable, quizás por eso Félix Viscarret tituló en plural el documental que le dedicó el año 2017. En Saura(s), el cineasta se desnudaba mucho menos de lo que se pretendía, siempre huidizo cuando la pregunta le incomodaba.
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Ganar premios en la Berlinale y en el Festival de Cannes lo convirtieron en uno de los cineastas españoles más reconocidos internacionalmente. A la altura de su gran amigo Luis Buñuel, aragonés como él, maestro y referente. Hoy tenía que recibir el Goya d'Honor, pero no ha llegado a tiempo. Ayer moría a los 91 años, cumplidos el pasado 4 de enero, en su casa en la sierra madrileña de Collado Mediano. Repasamos la importancia de su figura en cinco claves:
Saura y Querejeta
Después de abandonar sus estudios de ingeniería industrial, Carlos Saura se formó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, después conocido como la Escuela de Cine, de donde haría de profesor durante seis años, y de donde surgiría una generación de cineastas fabulosos (Basilio Martín Patino, José Luis Borau, Miguel Picazo, Mario Camus...) que darían forma al Nuevo Cine Español. Sus primeros pasos, en forma de cortometrajes, fueron La tarde del domingo y Cuenca, premiado en el Festival de San Sebastián, y el año 1960 dirigió Los golfos, con la que viajó al Festival de Cannes, y poco después se encontraría con quien sería un socio fundamental para las carreras de ambos.
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Saura y Elías Querejeta se conocieron el año 1961, cuando coincidieron en un coloquios. Se proyectaba Los golfos, pero también el corto A través de San Sebastián, dirigido por Querejeta y Antonio Eceiza. Un encuentro cordial que, meses después, llevaría Saura a pedirle que se leyera un guion. Se trataba de La caza, la primera de las trece películas que uno produjo y el otro dirigió.
Innovadora, impactante, brutal, La caza (1966) era una metáfora de la sociedad española de la época y de la Guerra Civil, que ponía el foco en las miserias de los vencedores, y que se convertía en una reflexión sobre la violencia más próxima y cotidiana. Saura ganaría el Oso de Plata a Mejor Director en el Festival de Berlín. Y la colaboración con Querejeta se alargaría hasta el año 1982, con películas fundamentales que llevaron la modernidad al cine español. Y la experimentación, y los simbolismos. Todavía en pleno franquismo, fueron una piedra en el zapato de la censura con títulos como Peppermint frappé (1967), su segundo Oso de Plata en la Berlinale, Stress-es tres-tres (1968), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1973) y La prima Angélica (1974), premiada con el Premio Especial del Jurado en Cannes. El mismo premio se llevó Cría cuervos (1976), y durante la Transición, el dúo Saura-Querejeta siguió engordando el prestigio del cine español con Elisa, vida mía (1977), Mamá cumple cien años (1979) o con Deprisa, deprisa (1981), Oso de Oro en la Berlinale.
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Saura y Geraldine
Aunque nunca se casaron, la relación sentimental entre Carlos Saura y Geraldine Chaplin llenó páginas de diarios y revistas. Se conocieron en el Festival de Berlín el año 1966, convivieron durante 13 años y tuvieron un hijo en común. Más allá, la actriz británica, hija del legendario Charles Chaplin, se convirtió en su musa, protagonizando nueve de sus películas, de Peppermint frappé (1967) a Los ojos vendados (1978). Su mirada se convirtió en una de las imágenes más representativas de aquel cine metafórico y lleno de símbolos con el que Saura y Querejeta rompían los límites de lo que se podía o no decir.
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Saura tuvo tres parejas más: la primera, Adela Medrano, con la que tuvo dos hijos. Después llegarían Mercedes Pérez, madre de tres hijos más. Y finalmente, con la actriz Eulàlia Ramon, a quien conoció rodando ¡Dispara! (1993), y con quien tendría su única hija, Anna.
Saura y Carmela
Trece premios Goya se llevó Carlos Saura con la magnífica adaptación de la obra de teatro de José Sanchis Sinisterra ¡Ay, Carmela! (1990). Fue la única vez que el Academia de Cine Español reconocía al cineasta con el premio a Mejor Dirección. Solo lo volverían a nominar una segunda vez, con El 7º día (2004).
Saura viajaba al Frente de Aragón, en plena Guerra Civil, para explicar las penurias de una pareja de cómicos ambulantes que intentan sobrevivir sea como sea. El arte contra la brutalidad y el absurdo de las guerras, en una película que sería el mayor éxito popular de un Saura que apostó por una pareja protagonista insólita, Carmen Maura y Andrés Pajares. ¡Ay, Carmela! supuso, además, el reencuentro de Saura con una figura primordial de su cine, el guionista Rafael Azcona.
Saura y el musical
Finalizada su colaboración con Elías Querejeta, su carrera dio un giro cuando, con el bailaor Antonio Gades como gran cómplice, Saura dio un inesperado giro hacia el musical, reinventando el género con la trilogía formada por Bodas de sangre (1981), a Carmen (1983) y El amor brujo (1985).
Y después de la derrota comercial de la ambiciosa El Dorado (1988), y alternándolas con títulos como La noche oscura (1989), Pajarico (1997), Goya en Burdeos (1999) o Buñuel y la Mesa del Rey Salomón (2001), llegarían un puñado de películas musicales más, en las que el cineasta experimentaba con la imagen, con la luz y con la fotografía: Sevillanas (1992), Flamenco (1995), Tango (1998), Salomé (2002), Iberia (2005), Fados (2007), Zonda, folclore argentino (2015), Jota (2016) o El rey de todo el mundo (2021).
Saura y el eclecticismo
Quizás haciendo bueno el tópico de la tozudez aragonesa, Saura nunca dejó de pensar en clave de futuro. En las entrevistas era habitual que se saliera por la tangente cuando se le preguntaba por su fabuloso legado, con respuestas que siempre aludían a proyectos y a futuro. "No vuelvo a ver mis películas, forman parte del pasado. Tengo una relación extraña con lo que he hecho, no me interesa volver, prefiero mirar lo que haré en el futuro", le explicaba al firmante de este artículo en una entrevista hace justocinco años.
Director de teatro (La fiesta del chivo, El coronel no tiene quien le escriba, El gran teatro del mundo) y de ópera (Carmen, Don Giovanni), novelista y fanático de la fotografía (expuso continuamente su trabajo con la cámara), Saura dedicó los últimos tiempos a reflexionar sobre la Guerra Civil (el corto Rosa Rosae) y sobre el mundo del arte (el corto Goya, 3 de mayo y el largometraje documental recientemente estrenado Las paredes hablan).
Se marcha Carlos Saura, cineasta imprescindible, nombre mayúsculo de la cultura del estado español. "He tenido suerte de hacer aquello que más me atraía: he dirigido cine, teatro, ópera y he dibujado, fotografiado y pintado toda mi vida, y espero seguir haciéndolo", escribía hace unos meses, cuando se anunciaba el Goya d'Honor que la Academia le envió a casa hace unos días. Su espíritu estará bien presente en la ceremonia de hoy.