Explica la leyenda que un oscuro bar de Los Angeles fue el escenario del encuentro entre un desesperado Edward D. Wood Jr. y su ídolo Orson Welles. Lo explica la leyenda o más bien se lo inventaba el guion escrito por Larry Karaszewski y Scott Alexander para una de las mejores películas de Tim Burton, la fabulosa Ed Wood (1994). Un cara a cara del que no se tiene ninguna prueba, pero que se convertía en el camino a seguir para todo cineasta con personalidad. Cuando el considerado peor director de todos los tiempos decide ahogar las penas, y las presiones de sus inversores, con un whisky, reconoce en un rincón al mítico autor de Ciudadano Kane. Se le acerca, se presenta y, con la camaradería de los que plantan cara a la censura del sistema, escucha el mejor consejo que podría recibir: "Vale la pena luchar por nuestros propios sueños. ¿Por qué pasarse la vida filmando los sueños de los otros?", afirma un Welles que en aquel momento de la historia (repetimos, fabulada) busca financiación para rodar El Quijote y que se queja amargamente porque los estudios que le tienen que producir Sed de mal insisten que contrate Charlton Heston para hacer de mexicano.
Desde el principio formé parte del sistema de los grandes estudios y, a pesar de todo, he podido hacer lo que he querido
La escena explica muy bien los muros que Hollywood levanta habitualmente a todos aquellos que se resisten a pasar por el aro. "Desde el principio formé parte del sistema de los grandes estudios y, a pesar de todo, he podido hacer lo que he querido", afirmaba Tim Burton (Burbank, California, 1958) en la época en que presentó Ed Wood, refiriéndose a sus inicios como dibujante de Disney. "Me siento muy afortunado, pero no lo acepto. Me resisto a unirme a este club porque soy muy consciente de lo que me puede pasar. He visto cómo es la gente: si tienes éxito, gustas, y si no lo tienes, no les gustas tanto", decía cuando todo le sonreía.
Prestando atención al desarrollo de la carrera de Burton, resulta totalmente evidente como él mismo sucumbió a la tentación o no pudo evitar acabar fagocitado por la industria, quizás aburrido, quizás cansado de pelearse, quizás por la inevitable pérdida de la energía juvenil
Ligadas al consejo de Welles en Wood en su encuentro imaginado, aquellas palabras de entonces resultan paradigmáticas hoy, con el fin de entender las dificultades para sobrevivir sin perder valores y dignidad en una industria que te eleva y te hunde a la velocidad de la luz. Porque, prestando atención al desarrollo de la carrera de Burton, resulta totalmente evidente cómo él mismo sucumbió a la tentación o no pudo evitar acabar fagocitado por la industria, quizás aburrido, quizás cansado de pelearse, quizás por la inevitable pérdida de la energía juvenil. Cuesta mucho encontrar en filmes recientes como Big Eyes (2014) o, sobre todo, Dumbo (2019) aquel fresco brillo, aquella imaginación desbordante que asoció su cine a un universo propio y muy reconocible. "Me había desilusionado con la industria del cine", admitió Burton hace justo unos días a la rueda de prensa de presentación de Bitelchús Bitelchús, que inauguraba el Festival de Venecia y que esta semana llega a las salas de cine. "Me había perdido a mí mismo. Quería hacer alguna cosa que me divirtiera, y rodar esta película ha sido toda una inyección de energía", admitía en una reflexión que ya había percibido cualquiera que tuviera ojos en la cara.
Reivindicar la diferencia
Convertir en adjetivo su apellido dice mucho del impacto de nuestro hombre en el Hollywood. Hablar de lo que es burtoniano sucedió poco después de su fulgurante aparición como visionario outsider con La gran aventura de Pee-wee (1985) y, sobre todo, con Bitelchús (1988). Fue un extraordinario éxito de público que lo llevó de cabeza a dirigir Batman (1989), otra bomba comercial en la que supo mantener personalidad propia a pesar de las presiones de comandar un barco tan pesado. Después llegaría Eduardo Manostijeras (1990), donde ya sublimaba lo que entendemos por su universo.
Si hay un asunto que siempre ha estado presente en los filmes del cineasta, es el de la reivindicación de la diferencia, la empatía hacia los marginados, hacia los incomprendidos y sus rarezas, hacia los señalados por no encajar
En todas ellas, y de una manera más o menos evidente, Burton ya dejaba muestras de sus obsesiones temáticas. Estas eran tan importantes en su cine como la apuesta por una estética imaginativa inspirada en atmósferas góticas y el expresionismo alemán, el cuidadísimo diseño de producción y una puesta en escena que pronto se convertirían en firma y harían que cualquiera reconociera una película suya viendo solo un fotograma. Y es que, si hay un asunto que siempre ha estado presente en los filmes del cineasta, es el de la reivindicación de la diferencia, la empatía hacia los marginados, hacia los incomprendidos y sus rarezas, hacia los señalados para no encajar. Lo son desde Eduardo Manostijeras hasta los jóvenes protagonistas de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares (2016), pasando por el Pingüino y, si me apuráis, la Catwoman de El retorno de Batman (1992), otra de sus mejores películas, a menudo no tan reconocida como se merece. O Charlie de Roald Dahl y la Alícia de Lewis Carroll, sus irregulares versiones de Charlie y la fábrica de chocolate (2005) y de Alicia en el país de las maravillas (2010). También la pequeña de la familia Addams a la serie Miércoles, la más vista de la historia de Netflix, que produce y de la que dirigió unos cuantos episodios.
Otra de las constantes burtonianas es su habitual retrato de los suburbios. Muchos de sus relatos se sitúan en estos suburbios, que ayudan también a demostrar cómo la masa casi uniforme que reside en él, personas que viven exactamente igual que su vecino, es el peor enemigo de alguien singular
Esta mirada a la diferencia es clave en su cine, pero no solo: otra de las constantes burtonianas es su habitual retrato de los suburbios (entendidos como las zonas residenciales de casas unifamiliares con jardín donde, desde los años 50, se instalaban las familias de clase media norteamericanas). Muchos de sus relatos se sitúan en estos suburbios, que ayudan también a demostrar cómo la masa casi uniforme que reside en él, personas que viven exactamente igual que su vecino, es el peor enemigo de alguien singular, con personalidad marcada y que busca su lugar en el mundo.
Disney, un circo infernal
Al lado de colaboradores habituales como el músico Danny Elfman (el más perfecto cómplice para sonorizar las imágenes de Burton), la diseñadora de vestuario Colleen Atwood, los diseñadores de producción Bo Welch y Mark Scruton, o intérpretes como Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Michael Keaton, Lisa Marie, Danny De Vito, Winona Ryder o, ahora, Jenna Ortega; Tim Burton ha hecho carrera firmando también películas tan notables como Mars Attacks! (1996), Big Fish (2003), La novia cadáver (2007) o, a pesar de las críticas, Sweeney Todd. El barbero diabólico de la calle Fleet (2007). Y algunas muy olvidables, como Sombras tenebrosas (2012) o la ya mencionada Dumbo, que acabaría suponiendo su segunda salida de Disney después de la de inicios de su carrera.
Tim Burton ha hecho carrera firmando películas tan notables como Mars Attacks!, Big Fish, La novia cadaver o, a pesar de las críticas, Sweeney Todd. El barbero diabólico de la calle Fleet
Hay que recordar que Burton había empezado trabajando para la productora del tío Walt como animador (en filmes como Tod y Toby, Tron o Taron y el Caldero Mágico), y allí firmó cortometrajes tan inclasificables, y nada disneyanos, como los oscurísimos y magníficos Vincent (1982), dedicado a su ídolo Vincent Price, o Frankenweenie (1984), que casi 40 años después reharía como largometraje, de nuevo trabajando para Disney. Al estudio volvió para rodar Alicia en el país de las maravillas y, después de media docena de filmes, volvería a ser despachado cuando acabó de filmar su versión del elefante volador de orejas gigantescas.
Puedo mirar atrás y verlas muchas cosas buenas de trabajar allí y todas las oportunidades que tuve. De la misma manera, puedo identificar el lado negativo, y es que te destruye el alma
"Puedo mirar atrás y ver las muchas cosas buenas de trabajar ahí y todas las oportunidades que tuve. De la misma manera, puedo identificar el lado negativo, y es que te destruye el alma. Como en la vida, es una mezcla de cosas", admitía después de su marcha post-Dumbo. "Me di cuenta de que yo mismo era como Dumbo, y estaba trabajando en este horrible gran circo". Ahora, de nuevo en la Warner, y volviendo a la película que lo lanzó como creador, Tim Burton ha recuperado la ilusión de dirigir. Y quizás los espectadores también recuperamos tantas viejas sensaciones olvidadas, y descubrimos que el universo inconfundible del cineasta todavía está muy vivo. Tan vivo como el muerto Bitelchús.