Julio Muñoz Ramonet fue un personaje de película: estuvo implicado en numerosos negocios sucios, se enriqueció extraordinariamente y dejó una endemoniada herencia (con numerosas obras de arte que corresponderían a la ciudad de Barcelona). Ahora la editorial Comanegra y la Fundación Muñoz Ramonet diseccionan su figura en Muñoz Ramonet. Retrat d'un home sense imatge (editorial Comanegra). La obra se compone de ocho textos, entre los cuales dos de esenciales: los de José Martí Gómez y Xavier Muñoz, dos personas que intentaron sacar a la luz los trapos sucios del empresario y que fueron incansablemente perseguidos judicialmente por este, que intentaba acallar cualquier crítica (y que lo consiguió con frecuencia). El libro se completa con textos de Manel Risques (que hace de editor del texto), Xavier Theros, Joan Miquel Gual, Montserrat Llonch, Esther Alsina y José Ángel Montañés.
Un hombre para un tiempo
Julio Muñoz Ramonet se enriqueció extraordinariamente en tiempos de la posguerra, cuando los vencedores de la guerra civil tuvieron todo tipo de prebendas que les permitieron destacar en todos los campos. El ascenso económico de Muñor Ramonet no se entendería sin los beneficios que obtenía de los cupos de algodón que obtenía de la administración en un tiempo en que la venta de este producto estaba estrictamente controlada por el Estado. Y se enriqueció extraordinariamente facilitando la evasión de capitales hacia Suiza, en unos tiempos en que eso era considerado una actividad normal para alguien adinerado. Su larga impunidad, sin duda, tenía mucho que ver con su colaboración con el bando rebelde durante la guerra civil. Y también con sus relaciones familiares: se casó con Isabel Vilallonga, la hija del presidente del Banco Central. En realidad, la caída del empresario fue asociada a sus problemas familiares.
La especulación como oficio
El jefe de la sección de estafas de la policía española en Catalunya creía que Muñoz Ramonet había realizado estafas de primer nivel, pero aseguraba que era uno de los delincuentes más hábiles que había conocido, porque la opacidad de sus tramas hacía que fuera casi imposible llevarlo a juicio. En realidad, en el libro aparecen numerosos negocios turbios, en España en un principio, pero más tarde también en Suiza, donde Muñoz Ramonet hizo de las suyas en el mundo del secreto bancario y, por postre, se benefició de un exilio dorado hasta su muerte. La suya no es una historia de grandes éxitos empresariales. Todas sus fábricas fueron desapareciendo, una tras otra. Del águila, emblema de sus negocios, no quedaba nada de nada en el momento de su muerte. No es que se fundieran sus negocios textiles, como el de Can Batlló, sino que se fueron al garete todas sus iniciativas, como la Compañía Internacional de Seguros, sus inmobiliarias, sus negocios de fosfatos en Cuba o incluso sus bancos suizos, habitualmente tan lucrativos. Pero él nunca se arruinó: nunca dejó de tener grandes posesiones ni de vivir con gran lujo, gracias al entramado empresarial que lo protegía. Cerró Can Batlló, pero su opaca red de empresas se benefició de la confusa situación inmobiliaria del lugar. Sus controvertidos negocios perjudicaron a mucha gente, desde una menor heredera de un gran propiedad, hasta la familia del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, socios de Julio Muñoz en los almacenes El Águila. Sus negocios a menudo acababan de forma misteriosa: cuando cerró los almacenes El Águila de la plaza Universitat quiso derribar el edificio. El Ayuntamiento no se lo permitió para ser edificio de valor histórico. Pero en 1981 el edificio se quemó, y Julio Muñoz se benefició de una rica póliza de seguros que había firmado tan sólo un mes antes. O era un hombre con mucha suerte o era otra cosa.
Justicia, ¿de quién?
Lo que queda diametralmente claro de la lectura de esta obra es los problemas que tiene la administración de justicia con los grandes delincuentes, los que tienen muchas influencias y bastantes recursos como para diseñar complejas operaciones legales para esconder sus delitos. Muñoz Ramonet fue autor de numerosas fechorías, pero nunca fue castigado con contundencia. Y las víctimas del empresario nunca fueron indemnizadas. Y parece que el contencioso legal entre el Ayuntamiento y las hijas de Muñoz Ramonet va por el mismo camino. Xavier Muñoz, que denunció las corruptelas de Muñoz Ramonet en un libro (Muñoz Ramonet, societat il·limitada) asegura en su capítulo: "los pleitos los ganan los ricos". En realidad, su libro fue retirado de las librerías, cuando iba por su tercera edición, porque el autor no se sintió capaz de enfrentarse a la máquina de pleitear que es la familia Ramonet.
¿Sin rostro?
Julio Muñoz Ramonet fue mucho aficionados a los autohomenajes, tan arraigados en la cultura empresarial del franquismo. Cuando sus empresas hacían algún acto, a menudo este se transformaba en un auténtico acto de vasallage al amo (sus iniciales, MR, invadían pueblos y colonias industriales). Y, a pesar de todo, no se conservan muchas imágenes del empresario. Parece ser que fue muy celoso de su imagen. El título del libro, por eso, se refiere a un "hombre sin imagen". Joan Miquel Gual reconstruye al personaje a partir, no tanto de sus fotos disponibles, como de sus ausencias en el archivo fotográfico de la ciudad. Intentará recrear, con fotografías en las que Muñoz Ramonet no aparece, imágenes de momentos icónicos de su vida y tratará de pasearse por los escenarios de sus proezas y de sus crímenes.
Un legado desaparecido
En los últimos tiempos Julio Muñoz Ramonet se ha hecho mucho conocido por las polémicas sobre su legado artístico. Su primer fondo artístico lo consiguió, tras la guerra, en una turbia operación. Más tarde, incrementaría mucho su colección con obras muy diversas, sin que nunca llegara a ser reconocido como un admirador del mundo del arte. Al morir, el empresario dejó su palacio de la calle Muntaner y las ricas obras de arte que contenía al Ayuntamiento, con la condición de que creara una Fundación con su nombre. Pero el notario y los herederos no notificaron la herencia al Ayuntamiento y este se enteró, mucho más tarde, por una filtración. Cuando, por fin, el Ayuntamiento tomó posesión del palacio, encontró sólo obras de arte de poco valor. Las hijas del empresario habían expoliado el interior del palacete. Los procesos judiciales empezaron y todavía no se han detenido. Las Muñoz se mostraron dignas sucesoras de su padre en su litigio judicial y recurrieron de forma continua a empresas interpuestas, denuncias cruzadas y todo tipo de estrategias legalistas para evitar devolver las piezas... Hay pruebas de que algunas obras fueron vendidas en contra de las instrucciones judiciales, pero el proceso de restitución de la mayor parte de los cuadros de valor no ha sido posible, entre otras cosas porque se han escondido con cuidado todas las pruebas. Buena parte de los cuadros no eran formalmente propiedad de Ramonet, sino del entremate de empresas de su propiedad, que las compraba y vendía continuamente para esconder su patrimonio.
Ironía póstuma
El libro que publica ahora Comanegra, y que es la mayor obra de investigación sobre este personaje tan opaco, se ha publicado paradójicamente con el apoyo de la Fundación Julio Muñoz Ramonet, que el Ayuntamiento de Barcelona impulsó porque así figuraba en las últimas voluntades del empresario. Mientras niños y jubilados disfrutan de los jardines del antiguo palacete del empresario en la calle Muntaner, la ciudad parece todavía lejos de poder recuperar los cuadros que por ley le corresponde. Es posible que muchos no lleguen nunca. Pero, como mínimo, con este Retrat d'un home sense imatge queda claro quién fue Muñoz Ramonet. Y no fue un benefactor de la humanidad.