Entiendo que no tenga importancia en sus vidas. Pero me han operado. Nada, una cosa sencilla. Pero pasar por quirófano, los puntos, las curas. Eso es incómodo, saben. He estado unos días fuera del trabajo. Este lunes se me antoja durísimo. Imaginen cómo encaraba el domingo tarde, esa fecha maldita para el asalariado, un mal de trabajador ordinario, un mal del privilegiado; un mal, al fin y al cabo. Iba al Auditori entumecido, la cicatriz está pétrea, sólida. Me muevo mal y torpe. Por fortuna, y esto pasa por fortuna, algo iba a cambiar las sensaciones: música no-música. Me explico.

Decir que lo del productor Joseph Kamaru (KMRU), artista de Nairobi afincado en Berlín, y lo del baterista, ascendente de Banyoles, Ramon Prats, es música es difícil de defender. Se hace con instrumentos, sí. Pero no es cantable, ni memorizable. Es raramente bailable. Es una cosa de los instintos. Es sonido, golpes y glitches, que dejan noqueado al cerebro, que lo sumergen en una meditación grave, que destensa y hace olvidar: hasta un domingo tarde previo a la vuelta al tajo.

Pom, pim, pam, spuash, pam, pum

Arrancó Ramon Prats, ojos cerrados en rezo, como pidiéndole permiso al instrumento. El catalán, reconocido internacionalmente por su exploración en percusión, es un mamífero que usa las extremidades diferente al resto de mamíferos. Un superdotado del ritmo. Él sólo con su batería es capaz de captar la atención, sin estridencias, sin golpes de efecto. Mucho rango, compases sin compás. Caídas hacia el ritmo. Desde redondeles sibilinos hasta redobles, ¡a cuatro baquetas! ¡Con todo el cuerpo! No paro de pensar que yo y mi convalescencia no podrían hacer ni un poquito de ese pom, pim, pam, spuash, pam, pum. Punk, free jazz, mantra, primitivismo y sofisticación. Solot es un cuento en un lenguaje que no entiendes, pero te lo cuenta un storyteller acojonante. No queda otra que creer. Es la pastillita de no sabes qué que un amigo te introdujo en la boca en una fiesta fantástica.

Ramón Prats es la pastillita de no sabes qué que un amigo te introdujo en la boca en una fiesta fantástica

Cuando ya todo el mundo estaba, más que sentado, casi deshecho sobre la silla, salió KMRU. Qué bien empastó con Prats (muy agudo el link entre ambas propuestas, chapeau los programadores) este joven que en sus inicios con grabaciones de campo, ruidos y ruiditos, yendo del ambient al IDM, pasaba por lo puramente espacial, como si de una instalación sonora se tratase. Algo poco musical. Estaban advertidos. Yo también. Lo vi en uno de sus recitales anteriores, allá por 2021, en la basílica de Santa María del Mar. Daba para creer aquello, era una misa laica, absolutamente espiritual, muy centrada en sus crípticos Peel y Jaar (2020). Desde entonces ha publicado casi media docena más de álbumes. Álbumes, ya saben.

Aquel voltaje de beats casi inexistentes, sintetizadores ahumados, nieblas vespertinas, muchísimo drone y otras cosas indescriptibles, tuvieron en vuelo al respetable durante una hora en la Sala 3 Tete Montoliu

Aquel voltaje de beats casi inexistentes, sintetizadores ahumados, nieblas vespertinas, muchísimo drone y otras cosas indescriptibles, tuvieron en vuelo al respetable durante una hora en la Sala 3 Tete Montoliu, aforo casi completo dentro del ciclo Sampler Sèries y Nova Música. El espacio, por cierto, recogido, cuco, familiar. En este formato, con esta no-música, la sensación de terapia de grupo se agudizaba. Los vítores sólo llegaron al final, cuando yo tuve que tocarme los puntos de sutura. No me fiaba que no se hubiesen soltado del extraño relax. Ya ni siquiera parecía domingo.