Después de una primera época dorada a finales de los años 70 y primera mitad de los 80 impulsada desde el underground, actualmente el mundo del cómic en Catalunya vive una de sus épocas más sugerentes y estimulantes. "Sí, especialmente en los últimos años", coincide Nadia Hafid (Terraza, 1990). "Especialmente del cómic más independiente y hecho por mujeres", añade. "Esto no es casual, tiene mucho que ver con los movimientos feministas recientes, que han reivindicado el papel de las autoras. Autoras de cómic siempre ha habido, pero estaban relegadas a un segundo plano, casi no se les hacía caso. En los últimos años se ha intentado poner el foco sobre ellas, especialmente en el ámbito del cómic más experimental o innovador". Uno de los nombres más destacados en esta nueva ola es el suyo. Autora de obras tan interesantes como El buen padre y Chacales, ahora publica Mal olor, su primer cómic en catalán con que ganó el Premi Finestres 2024. Como todos sus trabajos, Nadia ha dado vida a una novela gráfica de líneas sencillas, casi minimalista, donde cada detalle toma una relevancia primordial para enfatizar un mensaje siempre cargado de denuncia social. En este caso el racismo y las desigualdades de género y clase en el entorno laboral. "Muchas de estas autoras, como yo, no vienen del cómic convencional y tradicional, sino de haber estudiado Bellas Artes, diseño gráfico, audiovisuales... Eso hace que tengamos una visión más amplia del medio y menos miedo a la experimentación. Mezclamos referentes de otras disciplinas artísticas, y eso nos da libertad. Sin embargo, también me molesta un poco cuándo se habla de las autoras como si todas hiciéramos el mismo tipo de cómic. No es así. Cada autora trata temas muy diversos y trabaja el lenguaje de formas muy diferentes. Ahora bien, sí que es cierto que quizás hay una mayor tendencia a la experimentación, y eso probablemente tiene que ver con no seguir la ortodoxia del cómic clásico".

Entrevista dibujando Nadia Hafid / FOTO: CARLOS BAGLIETTO
La ilustradora Nadia Hafid acaba de publicar su tercer cómic, Mala olor / Foto: Carlos Baglietto

La exposición Constel·lació Gràfica del CCCB fue la plasmación perfecta de todo esto que comentas.
Allí se notaba que partíamos de un universo común: el mundo de la autoedición, del cómic alternativo, del fanzine... Un cómic que va en paralelo al circuito editorial. Pero también quedaba claro que cada una tenía sus códigos, sus estéticas, sus referentes. Éramos todas de una generación parecida, mayoritariamente de Barcelona o Madrid, y eso también marca. Pero, a pesar de compartir contexto, cada una tenía sus obsesiones e imaginarios propios.

Ahora que hablas de la influencia del audiovisual, leyendo tu nuevo cómic pensaba en la serie Severance.
No la había pensado como referente. ¿Qué te lo ha hecho pensar?

Por este ambiente de multinacional distópica: en Severance los trabajadores pierden la memoria cuando entran en la empresa, todo para mantenerlos bajo control. Hay esta sensación de opresión, de thriller extraño, con un ambiente inquietante, pero que no sabes exactamente por qué es incómodo...
Me encanta ver cómo cada lector o lectora encuentra sus propios referentes. A mí, personalmente, me influenció mucho la película Tyrel, del director chileno Sebastián Silva. Va de un chico afroamericano que pasa un fin de semana con unos amigos blancos en una cabaña en el bosque. En teoría no pasa nada extraño, pero notas todo el tiempo que él no encaja. Hay una incomodidad constante, aunque no hay nada explícito. Esta sensación la quise trasladar al mundo laboral. Quería hablar no solo de las dinámicas de racismo estructural —estas cosas que tenemos interiorizadas— sino también de la clase social y de la explotación laboral. El mundo laboral es un lugar muy potente para mostrar todo eso. Está lleno de contradicciones, de presiones, de discursos falsos...

Mal olor también es una crítica contra toda esta retórica neoliberal de la empresa como comunidad, este discurso de engranaje y falsa sensación de pertenencia.
Es una manera de enajenarte, de desposeerte de tu propia identidad, de convertirte en parte de una masa. Y una masa es mucho más fácil de controlar. También hay este miedo latente, esta sensación de vigilancia.

Para mí era muy importante hablar de la idea de feminidad universal, que a menudo viene acompañada de un feminismo muy blanco, muy cómodo con el estatus quo. Este feminismo que cree que la única opresión es la del género. Y no es así. El feminismo tiene que ser interseccional. Tiene que tener en cuenta la raza, la clase social, y evidentemente también las cuestiones LGTBIQ+

Y lo refuerzas mucho con la imagen del uniforme que las obligan a vestir: ahora todas son iguales y acaban formando parte del engranaje, sin personalidad.
Para mí era muy importante hablar de la idea de feminidad universal, que a menudo viene acompañada de un feminismo muy blanco, muy cómodo con el statu quo. Este feminismo que cree que la única opresión es la del género. Y no es así. El feminismo tiene que ser interseccional. Tiene que tener en cuenta la raza, la clase social, y evidentemente también las cuestiones LGTBIQ+. También quería jugar con una cierta ironía. A pesar de ser un cómic oscuro, tiene momentos un poco delirantes, incluso con un toque de humor negro. Este contraste también me parece interesante.

Aunque es un cómic que puede tener una lectura muy amena, muy rápida, se tiene que leer con detalle. En el poco texto que hay, dices mucho. Hay muchísima información concentrada, sobre todo en la atmósfera que vas creando en cada viñeta.
Soy un poco exigente con el lector y la lectora. Tanto El buen padre como Chacales, y ahora Mala olor, prácticamente no tienen texto. Eso hace que te tengas que fijar muy bien en cada viñeta. Aunque son muy sencillas, minimalistas, cada pequeño detalle está por una razón. Crear esta atmósfera es clave. Y es una de las cosas más difíciles de transmitir con un estilo tan minimalista. En el cine tienes recursos como la música, pero en el cómic tienes que jugar con otros elementos: el color, el ritmo, la repetición... Todo eso puede hacer que te sientas atrapado o que dé mucha importancia a un gesto aparentemente cotidiano. Es así como voy construyendo el relato.

Entrevista dibujando Nadia Hafid / FOTO: CARLOS BAGLIETTO

Nadia Hafid, el cómic como herramienta de pensamiento y reflexión / Foto: Carlos Baglietto

Y también juegas mucho con los rostros. Muchos de tus personajes no tienen, pero de vez en cuando sí que los pones.
Eso no es gratuito. Cuando hay rostro, es porque en aquel momento estoy hablando de identidad. En cambio, cuando los personajes forman parte de una masa, desaparece el rostro. Quiero que la lectora pueda identificarse con cualquier personaje, incluso con la jefa, en algunas escenas. No me interesa polarizarlos. Prefiero mostrar contradicciones, dudas, ambigüedades. La vida está llena de momentos así. Me gusta que mis cómics iniciten a reflexionar, no que den lecciones.

¿Y a ti, hacer cómics te ha ayudado a pensar?
Sí, mucho. Es la manera que tengo de procesar, de intentar entender cosas. Me sirve para poner en cuestión ideas preconcebidas, maneras en que nos han educado, e invitar a la reflexión colectiva. Quiero que leer el cómic sea también una manera de pensar.

Hacer cómics me sirve para poner en cuestión ideas preconcebidas, maneras en que nos han educado, e invitar a la reflexión colectiva. Quiero que leer el cómic sea también una manera de pensar

Has explicado muchas veces que de pequeña te encantaban los cómics, pero cuando llegaste al mundo académico te hicieron creer que eso no era arte.
Sí, lo redescubrí más adelante, de mayor. Y pensé: "quizás quien estaba equivocado era el mundo académico".

Nos marcan muy pronto unas líneas de qué es cultura y qué no.
Eso pasa especialmente aquí, en nuestro contexto. En los Estados Unidos, por ejemplo, no tienen esta visión tan limitada del cómic. En Francia tampoco. Pero aquí todavía hay muchos prejuicios. De pequeños leemos Ibáñez, Tintín, lo que sea... pero llega un momento que nos hacen creer que eso "es para niños". Y después descubres autores como Charles Burns o Chris Ware y dices: "Eso no es para niños". Y ves que el cómic puede ser profundo, complejo, artístico. Por eso también es importante dar visibilidad a voces nuevas, a formatos que rompen con aquello establecido, para hacer crecer el medio y ampliar la mirada.

Más allá del cómic, también tienes una prolífica y muy destacada trayectoria como ilustradora, trabajando para medios tan relevantes como The New Yorker, The New York Times, The Economist o Monocle Magazine.
¡Todavía me peta la cabeza! Sobre todo publicar con The New Yorker, por toda la historia que tiene dentro del mundo de la ilustración. Fue durante la pandemia, cuando me surgió la oportunidad, y fue muy fuerte. Con el New York Times he trabajado mucho más y es muy gratificante que valoren tu trabajo. Te hace sentir realizada.

Una de Mr. Wonderful para acabar: trabajas para el New York Times y para el New Yorker, publicas cómics como Mala olor que ganan premios... ¿Cuáles son tus sueños para el futuro?
(Ríe) Mantenerme. Poder seguir publicando cómics y tener una carrera larga. Y si surgen retos nuevos, como hacer alguna cosa de animación, me encantaría. También porque está muy relacionado con el cine, que me apasiona. Pero sobre todo eso: mantenerme. Porque no es nada fácil.