Me cuenta Nando Cruz que muchos espectadores melómanos se sienten desbordados por un modelo de macrofestival que ya no les representa, pero que como melómano y renegado incluso él a veces es susceptible de entrar en la rueda por temor a no ver al artista fetiche. También dice Nando Cruz, concretamente en la página 74 de su libro Macrofestivales. El agujero negro de la música (Península), que Bad Bunny cobró 8.000 euros en su primera gira por discotecas españolas en 2017 y que ahora ya pide 1,2 millones, aunque algunos expertos dicen que Benito no volverá a pisar Europa por menos de dos millones. ¡Dos millones de euros por un solo artista y poco más de 1 hora de actuación!
Nando Cruz dice muchas cosas porque sabe de lo que habla. Este periodista musical ha abierto el melón de las malas praxis ocultas en la trastienda de los macrofestivales: explotación laboral, información engañosa o prácticas ilegales que suelen blanquearse bajo la promesa publicitaria de una experiencia vital única. Y no solo eso: también el público ha hecho oídos sordos a precios abusivos, colas eternas, problemas de seguridad o tumultos descontrolados en pro de una pulsera moderna y un par de fotos a golpe de golden hour. Porque ir de festival mola: se cuentan ya mil en todo el estado español y la burbuja no deja de hincharse. Lo que intenta Nando es abrir un paréntesis en este oasis presuntamente maravilloso para visibilizar qué está pasando en los festivales. Una pequeña batalla gran de David contra Goliat.
¿Por qué dices que 2022 es el año del colapso?
La temporada empieza con un accidente gravísimo en Galicia, en el festival O Son do Camiño, en que un trabajador acaba en la UCI en coma. La primera jornada del primer festival que inaugura la temporada, el Primavera Sound, queda completamente desbordada porque la estructura montada no es capaz de absorber el aforo y los apasionados del festival empiezan a decir que allí no vuelven. Y el punto máximo del desastre es la muerte de un espectador en el festival Medusa Sound Beach: el escenario se desprende por una ventolera, cae encima de un grupo de chicos y uno de ellos muere. Los jueces lo decidirán, pero se están celebrando festivales en la costa mediterránea con una problemática meteorológica clarísima donde hay estos reventones que son cada vez más habituales, y el escenario estaba montado de una manera que no garantizaba la seguridad del público. Es un colapso literal.
"La pandemia nos hará mejores".
Después de la pandemia los macrofestivales vuelven y no solo no han decrecido, sino que la mayoría han intentado ser más grandes de lo que eran. El ejemplo máximo es el Primavera Sound, que cuando no puede crecer más en el espacio lo hace en el tiempo y propone una edición de dos fines de semana, y la idea del decrecimiento desaparece. Todas estas empresas intentan recuperar el dinero perdido en una temporada 2022 en que aparecen festivales de debajo de las piedras. Algunos se tienen que cancelar porque no tienen material ni trabajadores que puedan montar los escenarios. Y claro, hay una repercusión que va más allá de los macrofestivales porque, si se lo quedan todo, las fiestas mayores de los pueblos también lo sufren. Aquí no hay una gran red de espacios musicales para trabajar, las posibilidades de subsistencia de las bandas son pocas, y una es que los festivales te contraten. Pero es un pez que se muerde la cola: te aseguras el dinero pero no consolidas tu carrera.
No se habla mucho de todo esto.
Los macrofestivales son la máxima expresión de todos los problemas que se están reproduciendo en otras esferas de la sociedad. Tenemos algunos enemigos muy claros y creemos que el mundo de la cultura es un espacio donde olvidarnos de los conflictos que hay en el resto de la sociedad, pero también están. Parece que no les queremos ver porque entonces ya no podemos disfrutar tanto de los conciertos. Pero culpabilizar al público y a los grupos de la parte baja es culpabilizar a la parte más débil de la cadena.
Barcelona posiblemente sea la única ciudad del mundo con dos de los macrofestivales más importantes que hay en el planeta
Es verdad que el año pasado hubo muchas quejas del público festivalero, pero eso no ha servido para que los festivales dejen de colgar el cartel de sold out con meses de antelación.
El poder de la publicidad es infinitamente superior al poder del periodismo. La maquinaria publicitaria te enseña fotos en las que no se ven aglomeraciones brutales de gente. Cualquier empresa intenta vender la mejor cara de su proyecto. Y también creo que los medios de comunicación hemos entrado mucho en este juego. Nos dedicamos a validar de una manera bastante acrítica este modelo de consumo de música en vivo, de manera que con los años se ha convertido prácticamente en la estrella de cómo consumimos música en esta ciudad. La hegemonía que han adquirido los macrofestivales en todo el territorio es incuestionable. Las marcas están totalmente volcadas a invertir en estos espacios y no en otros donde se disfruta de la música. Y las administraciones también. Es un lugar dónde ir igual que lo es el campo del Barça: no puedes no haber ido a un macrofestival en tu vida.
¿Tú cuándo haces el cambio de chip?
Recuerdo bajar de casa con la moto hacia el Primavera Sound en la época del 15M y tener la sensación de estar yendo al lugar equivocado. En aquel momento las cosas importantes estaban pasando en Plaza Catalunya, había una acampada y toda la representación del conflicto en Barcelona, pero había una especie de burbuja donde todos íbamos a pasárnoslo bien. Sentía que todos los que estábamos allí dentro éramos completamente ajenos a lo que estaba pasando fuera y me hizo cambiar la manera de entender mi trabajo como periodista musical. Dentro de aquel envoltorio los discursos a la contra quedan completamente diluidos y se convierten en un elemento decorativo.
¿Qué relación tiene Barcelona con los festivales?
Barcelona posiblemente sea la única ciudad del mundo con dos de los macrofestivales más importantes que hay en el planeta, como son el Sónar y el Primavera Sound. En un momento en que el macrofestival es un modelo principalmente de fuera ciudad, Barcelona apuesta por el festival urbano porque casualmente unos años antes se ha construido un recinto gigante, el Parc del Fórum, que después de haber acogido el Fórum de las Culturas no tiene ningún tipo de uso. De repente parece un espacio idóneo para hacer macrofestivales. Es una ciudad donde la presión turística que generan los macrofestivales es enorme y cada vez se hacen más.
¿Los macrofestivales de Barcelona —Primavera Sound, Sónar y Cruïlla- tienen algún tipo de relación a la hora de sacar adelante sus proyectos?
No creo que tengan demasiado buen rollo, pero tampoco lo puedo asegurar. Son empresas que compiten y que han tenido tensiones. De hecho, creo que una de las muchas razones por las cuales el Ayuntamiento de Barcelona decidió que el Primavera Sound no podía durar dos semanas era porque tensionaba todavía más la relación entre estos 3 macroacontecimientos. Los macrofestivales son maquinarias depredadoras por naturaleza que intentan crecer para poder generar más ingresos y para poder garantizar que no fracasarán económicamente, pero también para sacar terreno al del lado. Son modelos de negocio depredadores insertados en esta vorágine competitiva, y el hecho de que haya tres en la ciudad no quiere decir que haya paz y armonía entre ellos, sino más bien el contrario.
Qué tiene más poder: ¿un conglomerado de festivales o un agente internacional?
Hasta ahora lo ha tenido claramente el agente internacional. En un mercado en que hay muchísimos macrofestivales, pero no tantos artistas para llenarlos, quien tiene la sartén por el mango es quien tiene a estos artistas. Pero cuando un conglomerado de macrofestivales puede ofrecer 10 o 12 fechas diferentes al agente, aquí la cosa se equilibra un poco: no es lo mismo que llame un festival y te pida precio para Foo Fighters que un empresario llame al agente de Foo Fighters y le diga que le ofrece 10 actuaciones, es decir, 10 veces el precio que pediría.
¿Cuántos grupos te pueden llenar un Estadio Olímpico? Pocos, y este es el problema; que los festivales tienen que contratar cada año a los mismos 20 o 30 artistas
¿Cómo se calcula el caché de un artista?
Los agentes de los artistas son los que deciden el caché que tienen en un momento determinado, en un año concreto y en una zona concreta del planeta, y su trabajo es conseguir el máximo de dinero en los mínimos conciertos posibles. A partir de aquí, la cosa puede variar si encima quieres que este artista solo toque en tu festival. Eso se tiene que pagar. Lo tenemos muy naturalizado, pero fijémonos en como de absurdo es pagar a un músico para que no toque. Y es eso lo que se está haciendo. Cuando se habla de que los macrofestivales generan cultura, yo lo pongo en cuestión. Generan cultura en su recinto pero intentan que no exista cultura en otros espacios, y eso es una de las actitudes absolutamente malsanas de los macrofestivales.
¿Hoy cuáles son los artistas más cotizados?
Red Hot Chili Peppers, The Strokes, Rosalía, Bad Bunny... Beyoncé ya ni te cuento. Los artistas que veas en Coachella cada año son los artistas más cotizados. Otro tema es que artistas muy exitosos y muy bien pagados en los Estados Unidos tengan sentido aquí, que consumimos otro tipo de música. También están Muse, Artic Monkeys, The Chemical Brothers... los que ves cada año.
Los que veo cada año, literalmente.
Sí, sí, sí. Es que los cabezas del Primavera del año pasado son los de este año en Cala Mijas u otros festivales. Porque si tú montas un festival para 80.000 personas, necesitas cabezas de cartel que te traigan 50.000, y de estos no hay tantos. ¿Cuántos grupos te pueden llenar un Estadio Olímpico? Y este es el problema, que los festivales tienen que contratar cada años a los mismos 20 o 30 artistas. A veces aparecen setas, como Blur que está de gira, y entonces todos como locos para cogerlo. O si hace una Radiohead, pues todo el mundo a buscar Radiohead. El año que Oasis se reúna todo el mundo irá detrás de ellos porque saben que solo con este grupo ya podrán vender 70.000 entradas.
¿Cómo se explica que las administraciones públicas den subvenciones a festivales en qué hay explotación laboral o abusos al consumidor?
Las administraciones descubrieron que los festivales no eran solo un alboroto y una molestia, sino que podían ser una buenísima fuente de ingresos. El elemento clave es cuando en 2004 el Sónar hace un estudio de impacto económico para demostrar cuánto dinero genera la existencia de un festival de músicas electrónicas en la ciudad, en un momento en que el festival está creciendo y el vecindario del Raval —cuándo se hacía en la plaza del MACBA— empieza a mostrar quejas. Y todos los ayuntamientos hacen este clic de querer un festival: solo dura 3 días, no genera gastos de mantenimiento y pone la ciudad en el mapa. Este es el momento en que empiezan a crecer los festivales en todo el Estado, pero validar la cultura a través de la atracción de turismo y de la generación de beneficios económicos no la pone en valor. Y encima hay un tema clarísimo de dejadez: yo te doy 30 porque sé que aportarás 300 a la ciudad, pero me desentiendo totalmente de lo que hagas dentro del recinto. Una vez tiene el dinero público, el empresario privado hace y deshace sin ningún tipo de supervisión por parte de la administración, y eso es un problema grave. Se están cometiendo abusos.
¿Por ejemplo?
Hay un decalaje muy bestia entre lo que cobra más y lo que cobra menos al cartel de los artistas; hay un problema brutal de precarización de trabajadores de todas las esferas, gente que está cobrando 5 o 6 euros la hora, unas cifras absolutamente vergonzosas que está fuera de lo que marca el salario mínimo interprofesional. Y a menudo hay también abusos al espectador: los macrofestivales fomentan una manera de consumir la música que generar angustia, empachos y la sensación que has tirado el dinero; también precios de entrada que son desorbitados, hacer pagar dinero si se quiere salir del recinto o la prohibición de entrar con comida y bebidas. La FACUA, la OCU y otras asociaciones de consumidores dicen claramente que esto es ilegal: no se puede prohibir a la gente que entre comida en los macrofestivales.
Una vez tiene el dinero público, el macrofestival hace y deshace sin supervisión de la administración
Pero todo esto que comentas se publicita abiertamente en las redes de los festivales; quiero decir, es muy fácil de fiscalizar.
Sí, sí. Pero se desentienden. La inmensa mayoría de denuncias que se están haciendo desde FACUA están quedando perdidas en los cajones, y las pocas que se tramitan se convierten en multas irrisorias que invitan a seguir ejerciendo estas prácticas. Si obligando a que la gente no entre bocadillos y se los compre dentro ingresas 100.000 euros, pero te ponen una multa de 10.000 euros, el año que viene lo volverás a hacer porque te estás sacando 90.000 euros por la cara. Me ha llegado, y eso está bien decirlo, que la Asociación de Festivales de Música de España está enviando correos a los festivales sobre cómo tratar el tema puntilloso de prohibir la entrada de bebidas y comida. Ellos insisten en que las denuncias de FACUA son falsas y que sí que se puede hacer, pero especificándolo en las condiciones de entrada. Será un punto de atención interesante esta temporada, porque yo creo que la gente cada vez está más harta y está menos dispuesta a aguantar según qué abusos.
¿Qué consecuencias tiene que fondos de inversión tengan acciones del Primavera Sound y el Sónar?
A nivel práctico, implica una entrada de dinero fuerte que te permite jugar con mejores cartas a la hora de negociar. Y del otro lado, como mínimo en el caso del Primavera Sound, creo que una de las cosas que ha quedado clara es que la entrada a un fondo internacional ha permitido iniciar una campaña de expansión, sobre todo en Latinoamérica, que intuyo que es el nuevo campo de batalla para estas macroempresas del ocio musical. Una vez Europa está más o menos repartida, se tienen que conquistar otros territorios todavía no explorados. Ya hay franquicias del PS, por ejemplo, para hacer de contrapeso a las ansias expansionistas del otro gran conglomerado de la música en vivo, Live Nation, que también está comprando promotoras y tiqueteras.
En una frase muy corta en el libro sugieres que todas estas relaciones de poder están muy acentuadas por el hecho de que son hombres los que lideran todas estas negociaciones. ¿Hay pocas mujeres en la industria de los macrofestivales?
Es un sector muy masculinizado y casualmente uno de los pocos festivales que está intentando feminizar su oficina y su departamento de bookers —los que negocian la contratación de los artistas— es el Primavera Sound. No sé si esto puede cambiar las negociaciones, pero el perfil de los carteles es evidente que sí. Hay dos maneras de feminizar el cartel de un festival: una es yendo a buscar a las mujeres artistas que haya y el otro es contratando a mujeres que ya tengan este hábito de consumo y esta perspectiva más amplia buscando artistas masculinos y femeninos. Y el hecho de que haya mujeres dirigiendo los departamentos de booking de un macrofestival facilita feminizar los carteles.
¿Hay luz al final del túnel?
Hay la misma luz al final del túnel que en cualquier otro sector. ¿Tenemos posibilidad de revertir las dinámicas de concentración de poder y de exterminio del pequeño empresario en el sector del textil? ¿Hay posibilidades en la agricultura o en el mundo de los productos de consumo y de las grandes cadenas de supermercados? Pues en la misma medida hay en el mundo de la cultura, pero en el sector de la música ha llegado más tarde y ahora nos lo estamos encontrando de cara. Cualquier solución pasa, como mínimo, por visibilizar toda la problemática y por que cada uno tome su parte de responsabilidad. La administración está poniendo dinero sin cuestionar ningún tipo de elemento y con la idea de que la cultura genera turismo y dinero. La cultura y la música generan vínculos sociales, rompen barreras y pueden servir como contrapeso a discursos xenófobos y racistas como lo que lanzó el colega Enric Vila. La música es un espacio idóneo para disfrutar, pero también para desarrollar un espíritu crítico y entendernos como colectivo. Y todas estas potencias de la cultura parece que no se tienen en cuenta desde la administración. No se tiene en cuenta que un bar musical en un barrio puede ser un espacio de encuentro en el cual gente que no se conoce teja alianzas.
Prohibir a la gente que entre comida en los macrofestivales es ilegal
¿Y de verdad no hay ningún macrofestival que se salve?
Yo te pondría excepciones incluso aquí en Barcelona. Para mí hay dos cosas que son absolutamente negativas para disfrutar de la música y que cualquier macrofestival cumple. La primera son las pantallas; que vayas a un concierto y lo tengas que ver por la pantalla es un timo —el primer gran timo del rock'n'roll— porque te están cobrando por algo que no puedes ver. Y la segunda son los solapamientos. Dicho esto, el gran problema de los macrofestivales es que no tienen techo y quieren seguir creciendo, pero hay festivales que se han preguntado hasta donde pueden llegar garantizando más o menos el disfrute del público. Mi percepción es que el Sónar sí que hizo esta reflexión. De hecho, en un determinado momento decidió reducir de 3 noches a 2, y lleva 10-15 años con unas cifras de público en torno a las 100.000 personas. Y también hizo una cosa que casi nadie ha copiado, que es dividirse en Sónar de Día y Sónar de Noche. Y eso, que parece una tontería, permite que la gente decida. Creo que esta puede ser una de las razones por las cuales el Sónar no tenga tanta mala fama ni haya generado tanta sensación de desbordamiento.