El Espai Texas recupera por Navidad dos montajes de Eu Manzanares: El mestre i el mar y Lo nuestro. De este segundo, estrenado en la Sala Flyhard el 2019, con dirección de Mercè Vila Godoy, es de lo que hablaremos aquí. Se trata de una obra muy indicada por estas fiestas, porque nos permite asistir a la cena de Fin de Año de una familia de clase trabajadora, en un comedor enormemente realista –la escenografía es de Jose Novoa- que a muchos os traerá recuerdos: un mueble grande con vitrina y cómoda, una mesa ensanchada para la ocasión y sillas de piel sintética. A ambos lados del sofá, un abeto bien adornado y un pesebre. Mientras el padre y el hijo ponen mesa –los manteles con motivos navideños, los platos hondos, la cubertería buena–, por la tele pasan un capítulo de The Simpsons.
Del montaje original se mantienen los actores Paul Berrondo y Eli Iranzo –el padre y la madre–, mientras que se incorporan, en el papel de hijos, Bàrbara Mestanza y Jan Mediavilla. Los cuatro están de lo más compenetrados en la recreación del costumbrismo y el ritual de celebración. Contribuye al preciso dibujo de los personajes –inmejorablemente interpretados– el apropiado vestuario ideado por Zaida Crespo. Resultan muy reconocedoras las dinámicas establecidas entre las dos generaciones; por ejemplo, se produce la típica discusión entre los más jóvenes, escolarizados en catalán, que quieren ver las campanadas de TV3 –ahora 3Cat–, y los padres, que se acaban decantando por Televisión Española. Se produce un efecto espejo tan potente que llega a sorprender –y, en algunos momentos, a emocionar–: ¡hasta qué punto reproducimos diálogos y gestos aprendidos!
Se trata de una 'comedia digna', con una pizca de drama social y grandes dosis de humor
Retratos de una familia de barrio
El padre, obrero y sindicalista, echa de menos más vida de comunidad, tanto en la fábrica como en la escalera de vecinos y en el resto de espacios de interacción social. Le sublevan el individualismo feroz –"La gente solo piensa en el colectivo cuando cree que va a pillar cacho"–, la culpabilización de los pobres –como si fueran responsables de su "mala sort"–, el conformismo y las vanas esperanzas. La madre, del todo volcada en la familia y acostumbrada a invertir muchos esfuerzos, paciencia y alegría, acaricia una serie de ilusiones que podrían hacerse realidad. ¿Les ha tocado la lotería, quizás? Querría acabar en paz y bien arriba el año que justo finaliza, pero no puede sino quedar decepcionada por las explosiones de ira de los otros, así como por la poca resonancia que encuentra su entusiasmo: "Si no sabemos ilusionarnos por los pequeños momentos, quizás no merecemos que nos pasen grandes cosas".
Los hijos tienen muchas cualidades, inquietudes e ideas propias, por mucho que sean conscientes de su desventaja –también en cuanto a capital cultural– respecto de otros jóvenes. La hija mayor, que ya no vive en aquella casa, canaliza su compromiso a través del arte: en las horas que el trabajo en la cafetería le deja libres, está montando con su compañía un Shakespeare ambientado en un barrio marginal; pero a los padres, claro está, el teatro les parece una inversión a fondo perdido. Por su parte, el hermano pequeño hace observaciones agudas sobre compañeros de curso más acomodados que fingen no serlo. Por algún lado le tiene que salir el resentimiento de clase.
Cada vez está más presente la cuestión de la clase en las manifestaciones culturales. En el ámbito de la narrativa, se han ocupado escritoras como Anna Pacheco (Listas, guapas, limpias, 2019) y Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas, 2023), que hablan, entre muchísimas otras cosas, de las cintas de casete compradas en la gasolinera –aquí sonará Camela, en un momento dado– y del poco valor que, en general, se otorga al trabajo intelectual o artístico de las hijas de clase trabajadora. Eu Manzanares es una de las autoras que hace irrumpir estos temas en el escenario, con este Lo nuestro y con obras posteriores como Nessun dorma (2023). Como bien dice la dramaturga, la comedia previene contra el paternalismo y la condescendencia con que a menudo se habla de la gente de bajo estrato socioeconómico, que parece condenada a sufrir por el dinero –"Por qué siempre tenemos que pasar tanta vergüenza"– y a conformarse con ir tirando.
Esperemos que, por una vez, los Guerrero Fernández ganen y se lleven lo que les corresponde
Reunidos con la intención de celebrar la entrada del año nuevo en familia, son los mismos personajes quien se ríen de sus preocupaciones y miserias. Hay noticias para dar, algunas buenas y otras que no lo son tanto; algún secreto que sale a la luz y, también, el deseo compartido de prosperar. Se dan cuenta, con rabia, de hasta qué punto son modestos sus sueños, y luchan contra sus propios prejuicios, que los limitan. Resultan cómicas tanto las explosiones de alegría –desatado Berrondo encima de la mesilla auxiliar– como las malditas contrariedades –parece que tienen mala suerte. Las debilidades de los personajes generan empatía; su euforia se contagia.
Lo nuestro es una "comedia digna" –en palabras de la autora–, con una pizca de drama social y grandes dosis de humor. La dirección de actores es excelente –cuando la familia cena, los platos están vacíos, pero los gestos de masticación y saciedad resultan de lo más creíbles; hay un equilibrio óptimo entre las situaciones adversas y las felices, y el código naturalista realza tanto las sempiternas disputas –debidas, sobre todo, al choque generacional– como el sólido afecto que los une. En una hora y media, Eu Manzanares consigue que entendamos a la perfección las dinámicas internas de esta familia. ¡A ver si por una vez los Guerrero Fernández ganan y se llevan lo que les corresponde!