Faltan pocos minutos para las siete de la tarde de un agradable jueves invernal cuando llego a La Violeta de Gràcia, el lugar donde me he citado con Neus Ballús para escaparnos durante un rato a otro bar, "El cafè de la granota". Pasan los minutos, sin embargo, y la cineasta vallesana, directora de la aplaudida Seis días corrientes, no llega. Mientras me pregunto si alguno de los parroquianos del bar se dedica a la lampistería, la camarera me pregunta qué quiero y la informo de que estoy esperando a la directora que saltó a la fama hace años con La plaga con el fin de entrevistarla. Me informa de que conoce a Neus Ballús, ya que es cliente habitual del nuevo casino La Violeta, y también me confiesa que una vez fue víctima de un casting sin previo aviso. "Ella es así, un día te está pidiendo un bitter y al cabo de cinco minutos te explica que le gustaría hacerte un casting para algún proyecto que cavila", me comenta. "Vigila, que quizás empiezas grabando un podcast y acabas encontrando un papel en alguna película", me avisa mientras me sirve uno quinto. Alertado, justo en aquel momento mi invitada entra por la puerta y yo aprieto el botón "rec" de la grabadora con la ilusión de quien dice "acción" antes de rodar un plano inicial.
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Una merienda con Neus Ballús
Cuando llega, Ballús se excusa diciéndome que se había confundido y que había ido a la plaza Virreina. "La Virreina y La Violeta, leído así por encima, son de confusión fácil". Como un servidor considera que entra en otra dimensión cuando traspasa la puerta de El cafè de la granota, le respondo que no pasa nada y que su retraso me ha permitido ser protagonista de una película mental titulada La espera. "Pues yo, mientras tanto, estaba protagonizando La confusión". Sin saber como|cómo, pues, la cinta sigue rodando con fluidez mientras entramos en este extraño mundo donde|dónde todos los títulos posibles parecen válidos por ganar algún Premio Anagrama de narrativa de turno, por eso me dejo llevar, enfermo de un flipadismo que el médico me tiene prohibido, hasta que explico a mi invitada que la he citado allí porque La Violeta era la antigua sede del Centro de Gremios de Gracia y eso me hacía pensar en Seis días corrientes. Por suerte, mi invitada pone el freno de mano y, riendo, me dice "no seas peliculero" y me explica que lo que ella busca en el cine es precisamente retratar la autenticidad de la vida corriente, con realismo casi naturalista, sin florituras ni imposturas.
Así es, sin duda. Con permiso de Joan Brossa y su obra El día del profeta, seguro que Seis días corrientes será recordada algún día como la primera gran película sobre lampistas. La gracia, sin embargo, es que no se trata de un filme donde tres actores hacen el papel de operarios de lampistería, sino donde tres lampistas reales se dedican a hacer de actores. Como ya pasaba a La plaga y El viaje de Marta -exceptuando la figura de Sergi López-, Neus Ballús ha vuelto a construir un proyecto cinematográfico con una premisa clara: encontrar en el cine una gran chispa de verdad, por lo tanto, prescindir de actores profesionales y convertir ciudadanos corrientes en protagonistas de un filme que muestre la vida corriente de tres trabajadores. ¿El resultado? Una película, Seis días corrientes, que de momento ha recibido buenas críticas, que lleva|trae más de un mes en cartelera y que volvió del Festival de Locarno con un gran premio bajo el brazo: el galardón compartido para Mohamed Mellali y Valero Escolar de mejor actor. Quizás yo soy peliculero de tipo, pienso por dentro, pero que dos lampistas profesionales triunfen a Locarno me parece la mejor forma de demostrar que ser peliculero y realista, aunque no lo parezca, a veces es una utopía posible.
"Hice un casting a casi mil lampistas", me explica Ballús, que confiesa haber estado trabajando durante dos años con los protagonistas del filme a partir de ejercicios de improvisación con el fin de conseguir lo que Seis días corrientes alcanza: que aquello que parece guionizado sea, en realidad, fruto natural de aquel momento. Por eso es una película trilingüe donde cada personaje habla con su lengua materna (catalán, castellano y amazig). Por eso es una película llena de humor espontáneo, irreverente e incluso políticamente incorrecto. Por eso es una película donde el racismo es un tema latente, porque "vivimos en una sociedad racista y esconderlo es hacernos trampas en el solitario", como confiesa la misma Ballús. Y por eso, sobre todo, es una película que destila autenticidad, ya que si Neus Ballús me deja claro a lo largo de media hora de conversación es que le fascina observar a la gente y plasmarla tal como es, por este motivo una vez se puso a hacer un casting improvisado en un tanatorio, antes del entierro de alguien próximo. Impactado para|por la confesión, ponemos punto final a la conversación, pero ningún título de "The end" aparece sobre impresionado en las paredes de El cafè de la granota cuando la cineasta se despide y sale del bar. Yo, que salgo detrás suyo, aterrizo de nuevo en La Violeta sin haber conseguido ningún papel en una futura película de ella, creo. Eso sí, cuando digo adiós a la camarera que antes me había servido la cerveza, no puedo evitar tener la sensación que soportar el Síndrome del Peliculero Flipado™ y creer que la vida es permanentemente una película es sufrir la mejor patología del mundo.