Cuando supimos que Noah Wyle volvería a ponerse la bata blanca y a colgarse el estetoscopio del cuello para dirigir las urgencias de un hospital de Pittsburgh en la nueva serie de Max The Pitt, resultaba inevitable fruncir el ceño, pensando en si era necesario que el eterno John Carter cambiara de nombre para seguir reanimando a personas con paros cardíacos o a poner hombros en su sitio. ¿Hacía falta un refrito de uno de los grandes hitos de la historia de la ficción televisiva? Vista la primera temporada, con sus quince episodios ya disponibles, la respuesta es que no sólo era necesario, sino que se han superado todas las expectativas.

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Noah Wyle vuelve a vestirse de médico en la serie del año, The Pitt

La sombra de Urgencias es alargada para cualquier serie de médicos que apueste por la verosimilitud, y no por convertir los quirófanos en rincones para meterse mano en clases prácticas de anatomía (de Grey). Y, de hecho, el origen de The Pitt es un intento de revival de la Biblia de los dramas hospitalarios televisivos: tanto el creador y showrunner R. Scott Gemmill como el productor y director John Wells, además del propio Noah Wyle, fueron nombres clave para entender la larga vida y el prestigio de Urgencias, y los tres quisieron crear un spin-off siguiendo las peripecias del personaje de John Carter que inmortalizó Wyle. Pero las desavenencias con los herederos de Michael Crichton, propietarios de los derechos, hicieron desestimar el proyecto y reconducirlo (la viuda de Crichton, en todo caso, no ha visto diferencias suficientes y ha demandado a la Warner por plagio).

The Pitt es hija espiritual de Urgencias, y está muy bien que así sea, al menos para todos aquellos que vivimos enganchados durante quince temporadas a las idas y venidas de médicos y pacientes del County General de Chicago

Sacando de la ecuación las posibles derivadas legales, es evidente que The Pitt es hija espiritual de Urgencias, y está muy bien que así sea, al menos para todos aquellos que vivimos enganchados durante quince temporadas a las idas y venidas de médicos y pacientes del County General de Chicago. Con unos estándares de calidad similares, y con el carisma de Wyle comandando la nave, The Pitt se agarra a un puñado de elementos para mantener un interés creciente: de entrada, la estructura narrativa de la reciente finalizada primera entrega de la serie transcurre en tiempo real, en un interminable turno de día en el departamento de urgencias de un hospital de Pittsburg. La icónica 24 ya demostró la eficacia de la fórmula aplicada al thriller conspiranoico, y aquí multiplica los efectos adrenalíticos de la ya adrenalítica realidad de un servicio colapsado por la falta de recursos: en Estados Unidos, la sanidad pública vive el desmantelamiento de las políticas de Trump, pero en casa podemos empatizar con esa misma realitad, consecuencia de los recortes sufridos gracies a partidos políticos mucho más preocupados por sus mierdas que por nuestras necesidades.

Sangre, vísceras y humanismo

Salvo para espectadores con tendencia a la hipocondría o demasiado sensibles a la sangre, el hiperrealismo de The Pitt contribuye a crear la tensión indispensable para comprender y acompañar el arco dramático de unos personajes que se desarrollan y evolucionan con la precisión de un cirujano. De la jefa de enfermería que domina el servicio en la sombra hasta los tres residentes de primer año que flipan con la realidad que no se cuenta en las aulas. De la doctora que lleva un dispositivo electrónico en el tobillo por una condena judicial hasta el veterano de guerra que aplica toda esa experiencia de curar mientras las balas silban en sus oídos. Del médico que roba analgésicos hasta los residentes de segundo año que ya han visto demasiadas veces las orejas al lobo. El dibujo creciente, las luces y sombras, de la docena de protagonistas de la serie, es un prodigio de guión. Como lo es también que nunca acaben de encajar en el estereotipo.

Salvo para espectadores con tendencia a la hipocondría o demasiado sensibles a la sangre, el hiperrealismo de The Pitt contribuye a crear la tensión indispensable para comprender y acompañar el arco dramático de unos personajes que se desarrollan y evolucionan con la precisión de un cirujano

Visualmente, existe una apuesta inmersiva, con la utilización de cámaras ligeras al hombro, sin música que sirva para subrayar nada, con una sensación de caos controlado que le va muy bien a la propuesta. Y que, en algunos momentos, puede ser una pesadilla casi insoportable por los espectadores: los episodios 12 y 13 son brutales en este sentido. Y en la narrativa, en medio de un ritmo trepidante, The Pitt es capaz de situar en el lugar adecuado un puñado de secuencias potentísimas que elevan la dramaturgia del relato: más allá de los propios casos médicos, brillan momentos como las charlas motivadoras, una agresión de un paciente descontento, el desmoronamiento emocional de uno de los protagonistas en una sala de pediatría reconvertida en morgue, o la extraordinaria escena-espejo del primer y último episodios, con intercambio de papeles en la azotea del hospital.

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The Pitt, más allá de la sombra de Urgencias

Los tiempos han cambiado desde los años de Urgencias, las rutinas y procedimientos de los hospitales, así como la tecnología, no son las mismas. Y la desconfianza de los pacientes ha crecido con esperas eternas y visitas programadas a meses vista, y con la politización de la Sanidad, el auge de la extrema derecha y el negacionismo, con los antivacunas y antimascarillas a la cabeza. De ello se habla en The Pitt. El recuerdo de la pandemia marca el trastorno de estrés postraumático del protagonista. Y la denuncia de un sistema insostenible, para los usuarios pero también a causa de la precariedad económica de los profesionales de la Medicina, está muy presente.

Humanista hasta decir basta, y alejada de cualquier tentación de caer en frivolidades, The Pitt conecta con la televisión de calidad del cambio de siglo, con la ficción pre-plataformas, afortunadamente alejadísima de las fábricas de churros creados por un algoritmo y/o de las series con ínfulas, nacidas con la pretensión de dominar la conversación

Entre sobredosis de fentanilo, ahogamientos, quemaduras, huesos rotos, embarazos adolescentes, ancianos que no quieren ser reanimados, un niño con sarampión, influencers e incels, o clavos clavados en el pecho, los sanitarios se preparan sin saberlo para un tiroteo masivo que convierte la recta final de la primera temporada en un frenético prodigio de suspense y verosimilitud. Pero también hay dosis de humor e ironía por descomprimir: del running gag del pobre médico novato que se debe cambiar de ropa cada dos por tres hasta el tenedor que atraviesa la nariz de una paciente, de unas ratas difíciles de atrapar hasta las apuestas de médicos y enfermeras ante el posible destino de una ambulancia.

Humanista hasta decir basta, y alejada de cualquier tentación de caer en frivolidades, The Pitt conecta con la televisión de calidad del cambio de siglo, con la ficción pre-plataformas, afortunadamente alejadísima de las fábricas de churros creados por un algoritmo y/o de las series con ínfulas, nacidas con la pretensión de dominar la conversación. Tele de la vieja escuela y con un plan final que, llamadme loco, me hizo pensar en Chaplin y en John Wayne. ¿Severance? ¿The White Lotus? ¿El cuento de la sirvienta? No, amigas y amigos, la serie del año es The Pitt. ¡Y punto!