Dejo atrás la parada de metro de El Maresme | Fòrum y pienso en aquel meme de John Travolta en su papel de Vincent Vega, encogiendo los brazos, moviendo la cabeza de un lado a otro, preguntándose dónde está la gente. Si Sant Jordi es de todos, ¿por qué en la Rambla de Prim, aunque sean las cuatro de la tarde, no hay nadie? ¿Por qué nos hemos resignado a convertir la diada de Sant Jordi en un parque temático en el centro de una ciudad que cada vez es menos nuestra y hemos aceptado no celebrarla más allá del Eixample, en otros barrios, en sus calles y plazas, con sus vecinos y vecinas de siempre y con los que acaban de llegar, haciéndolos partícipes y conocedores de nuestra cultura y nuestras tradiciones? Dicen que Sant Jordi es de todos, pero aquí nadie va con la rosa y el libro en la mano.

🟠 Un Sant Jordi regalado a los turistas que pueden pagarlo
Frontera entre los barrios de la Verneda, el Besòs y el Maresme, con una anchura media de 60 metros y una longitud aproximada de 4 km, orientación sureste-noroeste siguiendo el trazado de la Riera d’Horta; actualmente, la Rambla de Prim comienza en el cruce de la Avinguda Diagonal con el passeig de Taulat y, tras cruzar la Gran Via de les Corts Catalanes y la Rambla de Guipúscoa, acaba casi tocando el mar. En el plano original de Cerdà de 1859, estaba designada como la calle número 64, la penúltima por la derecha de la ciudad. No fue hasta el año 1879 que recibió el nombre de calle de Prim (el cambio a Rambla de Prim se aprobó en 1989). Los primeros núcleos urbanos empezaron a aparecer a partir de la década de 1920, siendo a partir de los años cincuenta, con el expansionismo arquitectónico franquista, que comenzó a tomar el relevo y el perfil que todavía no ha abandonado.
El patriarca que vende novelas de Aleksandr Puixkin
Desde la calle, desierta, se puede escuchar a la panadera diciéndole a una clienta (más que hablándole, gritándole) que no, que no le queda pan de Sant Jordi. Sube el volumen de voz para coger el teléfono y llamar a otro local de la misma cadena. Tampoco tienen. Hoy no es Sant Jordi en La Verneda. Un poco más arriba, frente al Menjador Social Gregal, un grupo de mujeres vende rosas hechas de ganchillo. No hay nadie en la calle, salvo ellas y un grupo de personas sin hogar. Algunos charlan con ellas. “Gracias a Dios soy ateo”, alcanzo a escuchar que dice uno soltando una carcajada. Otros duermen en los bancos de la Rambla.

“Soy el patriarca Manuel”, me alarga la mano y nos damos un apretón. Aprieta con la fuerza de unas tenazas hidráulicas. Manuel se está haciendo cargo del único puesto de libros que hay a lo largo de toda la Rambla. Una mesa con libros de segunda mano para recaudar fondos para un centro cívico del barrio. Los venden a un euro. “La asistenta social se ha ido a comer y me ha pedido que vigile el chiringuito. Ahora soy el ‘vigilante de la playa’, o mejor aún, ‘el vigilante de las payas’”. Y las cuatro mujeres que lo acompañan estallan en carcajadas. Hay otra mujer, pero está hojeando libros. “Es rusa”, me dice el patriarca. “¿Tú sabes ruso? Yo tampoco”. La mujer le alarga un libro. Una novela de Aleksandr Pushkin. Le pregunta si vale un euro. Debería ser una pregunta retórica. Pero una de las mujeres que acompañan a Manuel dice que no, que son cuatro. “Los libros tienen valor y hay que pagarlos”. La chica rusa pone cara de no entender nada. Pero los paga, los cuatro euros, y se va. “Tendrías que haber venido esta mañana”, me asegura Manuel, “había una riada de gente. Si vuelves más tarde, ya verás cómo esto vuelve a estar tan lleno como el centro de Barcelona”. No le creo. Me río. Él también. Él tampoco se cree lo que dice. Volvemos a darnos la mano con la misma fuerza del primer apretón y nos despedimos.
Hace ese calor que empieza a anunciar verano, que se da algunas tardes de primavera. El sol me quema. También quema las rosas que intenta vender una pareja. Han montado un pequeño puesto en la entrada de una gasolinera casi tocando la Gran Via de les Corts Catalanes. No tienen sombrilla, ellos también se están quemando. En la calle sigue sin haber nadie y la gasolinera está cerrada. No hay nadie para comprar rosas, no hay nadie a quien vendérselas. Dicen que Sant Jordi es de todos. Pero en La Verneda parece que no sea Sant Jordi. Llego a la parada de metro de La Pau. Tengo que volver al parque temático.