Los que no sois de pueblo nunca entenderéis qué significan las fiestas mayores de nuestra casa para nosotros. Es que vaya, ni mucho menos. Y eso es porque no es comparable a la Mercè llena de peña ni a las fiestas de Gracia. Tampoco a otras fiestas de barrios barceloneses. Tengo muchos amigos que siempre acaban cerrando el tema diciendo que "el barrio es como un pueblo". Pero no es lo mismo: las fiestas mayores de pueblo son aquello que pasa mientras en Barcelona estáis sudando la gota gorda y esquivando guiris de color rosa. Y no pasa nada. Vosotros tenéis la Sagrada Familia y nosotros la plaza de la iglesia. Superadlo.
Este tendría que ser el año de las barracas, el retorno a las arenas, el epílogo más esperado de un año de mierda que nos ha privado de beber birra hasta las 9 de la mañana, escuchar grupos de versiones cutres al ritmo de Tu calorro, Purpurina o Un beso y una flor y empalmar en el desayuno popular con voz ronca y gafas de sol. Pero eso no pasará. Otra vez volvemos a pringar. Una vez más, los que vivimos entre cabras (y vamos en carro y no nos llega Internet) sólo aspiramos a ponernos el Spotify en el terrado de casa mientras caen un par de fuegos artificiales que, con todo el amor, no le importan a nadie. Porque todo el mundo sabe que las fiestas de pueblo están para ir a cenar al frankfurt de toda la vida, ver el correfoc desde una esquina para cotillear al tipo que te mola o ir a la feria para pararte a hablar con todo el mundo. Porque no tiene sentido hacerlo de otra manera.
Es que es muy guay ver las terrazas a rebosar desde las 9h de la mañana y las mesas de los bares llenas de tazas de café y vasos de cubata. Eso, cuando las calles del pueblo están engalanadas con serpentinas de colores, siempre pasa; quedas para hacer un desayuno inocente y acabas reenganchando con el vermú, comiendo en la bodega de la plaza y arrimada a la bota de vino. Empezar en una mesa de 3 y acabar siendo 15 y de grupos diferentes - porque no sé si os acordáis, pero esto de las burbujas no existía antes del 2020. Y la excusa siempre es la FM, y tiene validez durante los 10 días que dura la programación. No falla.
Sonará viejuno, pero nos flipa salir a las 20h de la noche con el pelo mojado y el vestido de arreglar
Es un no parar: la Cercavila de Gegants, las gincanas nocturnas, los concursos de castillos de arena o de pintura rápida, las exposiciones improvisadas en el Centro Cívico, el cine a la fresca, la guerra de colores, las carreras populares, las orquestas, las muestras de danza o de punta de cojín, los encuentros de sardanas. Tantas otras cosas que estos dos años de abstinencia me han borrado de la memoria y obligado a echar de menos como una posesa. Y lo mejor de todo es salir a las 20h de la noche con el pelo mojado, las mejillas rojas y el vestido de arreglar recién estrenado. Sonará viejuno pero eso, en el pueblo, pasa. Y a los que somos de pueblo, nos flipa.
No centralismo, no party
Creo que todos pensábamos que el Vida o el Cruïlla darían el pistoletazo de salida a las barracas y conciertos de todas partes; que, por fin, las entidades populares podrían volver a llenar el bolsillo para seguir tejiendo la vida del pueblo. Que el toque de queda volvería a las películas de guerra, de donde no debería haber salido nunca, y daría aire a tombolas y guitarras. Tampoco. Las FM vuelven a estar relegadas a una festividad de segunda por no cumplir con las bases neoliberales que buscan la pasta por encima de la alegría, el reconocimiento internacional por encima del jolgorio de yayas, tías y primos. Yo adoro los festivales pero me he criado a ritmo de Boikot, El Último Ke Zierre y Envidia Kotxina entre suelos de barro y arena, y si ahora canto Love of Lesbian o Rigoberta Bandini a pleno pulmón es porque durante muchos años me he dejado literalmente la voz cantando El Vals del Obrero o Ellos dicen mierda tras una barra de metal. Lo tengo clarísimo.
Y por todo eso, da mucha rabia ver que los mismos que han apoyado los festivales que lideran el panorama a golpe de line-up también han criminalizado los embalados de municipios de miles de habitantes. Es injusto, básicamente. Algunos dirán que es culpa de la quinta ola pero yo soy de letras, y no puedo entrar en debates científicos que no podría sostener más de tres segundos. Lo que sí sé es que los golpecitos en la espalda en emisoras y platós siempre suenan mejor con cifras infladas. Los de pueblo no olvidamos.