Nunca se sacó de encima la etiqueta de seductor, de mujeriego, pese a sus esfuerzos constantes por sacudirse una fama que, no nos engañemos, se sustentaba en buenos motivos y contribuyó a agrandar la leyenda del gran Marcello Mastroianni. Por poner solo un ejemplo, en una sensacional entrevista en el exitoso programa televisivo estadounidense The Dick Cavett Show, a finales de los años 70, su íntima amiga Sophia Loren y el propio presentador le adjetivaban como latin lover. “No sé qué significa esto. Me suena a fucker, a ser un enorme fucker. Y yo no lo soy. No soy el prototipo de macho fuerte. Más bien soy un tipo muy normal. Además, en mis películas, siempre hice de hombre frágil, nunca interpreté a un seductor. No soy ningún latin lover”, afirmaba entre molesto y divertido.

Centenario y estreno

En realidad, todo esto no venía tanto de sus papeles en la pantalla, y sí más bien de una vida privada (o no tanto, porque tampoco se preocupó nunca mucho de mantener nada en secreto) que llenó a menudo las páginas de los periódicos y la prensa sensacionalista. Sus reconocidas relaciones extramatrimoniales con Catherine Deneuve, con la que tuvo su hija Chiara, o Faye Dunaway fueron públicas. Como la que mantuvo con la cineasta Anna Maria Tatò, su última compañera, quien le dedicó el documental Sí, ya me acuerdo (1997). Sumémosle los rumoreados líos, desmentidos o no, con Anouk Aimée o con Claudia Cardinale, entre otras muchas.

En otra magnífica entrevista, en el programa de TVE A fondo, presentado por Joaquín Soler Serrano, afirmaba: “Parece que solo los actores y los cantantes tenemos aventuras. Y todo el mundo tiene. Pero nosotros debemos alimentar los sueños de la gente modesta, y por eso salimos siempre a los periódicos y parece que tengamos más amores que otras personas. No es cierto”, se defendía él, que hasta el día de su muerte, el 19 de diciembre de 1996, y durante 46 años llenos de idas y venidas, de abandonos y regresos al hogar común, siguió casado con su esposa de siempre, Flora Carabella, madre de su otra hija, Barbara. Cosas del catolicismo y de los pecados mortales.

Este mes de septiembre, el día 26, se conmemora el centenario del nacimiento del legendario Mastroianni, un magnífico motivo para disfrutar de una película extraña, bien marciana, también llena de guiños a un irrepetible mito del cine: este el viernes llega a las salas Marcello mio, dirigida por Christophe Honoré con la absoluta complicidad de Chiara Mastroianni, la hija que el actor tuvo con Deneuve.

“Me di cuenta de que la gente constantemente trataba a Chiara como una especie de intermediaria hacia una realidad imaginaria, mitológica y onírica, y hacia la imagen que tenían de Marcello y Catherine. En definitiva, ella era una suerte de mensajera entre el mundo actual y uno que ya ha desaparecido. Era algo cruel cómo su identidad se reducía a su ascendencia”, explica el director, que ya había contado, en películas como Habitación 212 o La belle personne, con la hija de dos iconos de la historia del cine. El peso de los apellidos ha sido una constante por una Chiara Mastroianni que, eso sí, y basta con seguir su sólida carrera, ha heredado el talento de los padres. Actriz de largo recorrido, ha tenido que soportar eternas comparaciones e infinitas preguntas sobre su condición de hija, más que de intérprete.

Una autoficción desconcertante

De eso habla Marcello mio: con un tono nada convencional, juguetón ya ratos desconcertante, que se mueve entre la autoficción y el estado de ensueño, el filme explica la determinación de Chiara, que interpreta una versión más o menos distorsionada de sí misma, de adoptar la personalidad de su traspasado progenitor, harta de que todo el mundo le recuerde la herencia genética y un enorme parecido físico. La protagonista decide entonces hacerse llamar Marcello, ahora será un hombre, y vestir como lo hacía papá en algunos de sus trabajos más recordados. Veremos a la Chiara transformada en el Marcello de La dolce vita (y bañándose en la Fontana di Trevi), el de Noches blancas o el de Ginger y Fred. Y veremos también cómo Catherine Deneuve, otra que participa de la fiesta haciendo de sí misma, no entiende la decisión de su hija. Y no deja de aprovechar la ocasión para lanzar algunos dardos a la memoria del hombre con quien vivió una tormentosa historia de amor y una larga amistad.

Marcello mio, un documental entre la autoficción y el estado de ensueño

Con un tono nada convencional, juguetón ya ratos desconcertante, Marcello mio se mueve entre la autoficción y el estado de ensueño

Chiara Mastroianni ha dicho a menudo que no tiene recuerdos de sus padres juntos como pareja, más allá de las películas que compartieron, como Angustia de un querer (fue rodándola que Marcello y Catherine se enamoraron) o No te puedes fiar ni de la cigüeña. Sólo tenía dos años cuando los progenitores lo dejaron estar. De hecho, en Marcello mio hay una emocionante escena en la que el fantasma del actor, por boca de su hija transmutada, explica que Chiara habría deseado que él y Deneuve se hubieran casado en la vida real, y no sólo frente a las cámaras.

No es el único momento que transmite amor infinito hacia la desaparecida leyenda: en un precioso instante del filme, por ejemplo, el padre y la hija cuando era pequeña se estiran en el suelo del comedor de casa y paran oreja. escuchar el ensayo de su vecina del piso de abajo, una tal Maria Callas. Unos minutos de complicidad que son, también, una muestra llena de sensibilidad que pone el foco en el amor incondicional a pesar de las ausencias y amarguras.

Bonito homenaje al hombre que lo aprendió todo de Luchino Visconti y de Federico Fellini

Carta de amor a una figura legendaria, Marcello mio cuenta también con otras celebridades del cine francés que hacen de sí mismos, como Fabrice Luchini, Stefania Sandrelli, la cineasta Nicole Garcia o dos ex parejas de Chiara, el actor Melvil Poupaud y el cantante Benjamin Biolay. Y, más allá de proponer un original juego que constantemente bascula entre la realidad y la ficción, y de reivindicar la identidad propia de una protagonista que trasciende sus vínculos sanguíneos, la película se convierte en un bonito homenaje al hombre que lo aprendió todo de Luchino Visconti y de Federico Fellini, que formó con Sophia Loren la pareja oficial del cine de su país (en Matrimonio a la italiana, en Los girasoles o en Una jornada particular), y que protagonizó decenas de clásicos inmortales. La lista sería infinita, pero por destacar solo un puñado: Rufufú, Fellini 8 1/2, La gran comilona, El bello Antonio, La noche de Varennes, Adiós al macho, Todos están bien, Splendor, Ojos negros o su testamento fílmico, Viaje al principio del mundo.

Marcello mio, una carta de amor a una figura legendaria

Su personaje en La dolce vita es historia del cine, icono de sofisticación y modernidad

Marcello Mastroianni cumple cien años y, viendo hoy sus películas, su talento permanece intacto. Como su personalidad, su intuición, su sensibilidad, su capacidad para ser cómic o trágico, travieso, aventurero o, sí, seductor. El fucker, el latin lover, que negaba serlo y se rebelaba contra su supuesta (o no tanto) condición, fue una de las mayores estrellas del cine europeo, y una de las más queridas. Su personaje en La dolce vita es historia del cine, icono de sofisticación y modernidad, y solo una muestra de tantas que resumen el impacto de un intérprete genial. Marcello mio, Marcello nuestro que está en el Cielo...