Netflix es la plataforma en streaming que más criticas recibe por parte de los espectadores y los expertos. Y no hay para menos. El gigante californiano lidera la eterna guerra del entretenimiento televisivo, pero a menudo lo hace gracias a producciones sensacionalistas, a tramas falsamente intrigantes y, en definitiva, a una fórmula fast-food destinada a conseguir que el usuario consuma contenidos sin que tenga tiempo de saborearlos. En muchas ocasiones, claro, el precio a pagar es la calidad del producto. Sabéis de qué hablo: los más sibaritas siempre preferirán HBO o Filmin.

El caso, sin embargo, es que, de vez en cuando, Netflix también hace las cosas bien. Y Notorious B.I.G.: I Got a Story to Tell es un buen ejemplo de ello. Este documental, estrenado el pasado 1 de marzo, narra la vida de Notoroious B.I.G. –Christopher Wallace, Biggie Smalls, Biggie o también Big Poppa, el icónico rapero de Brooklyn que, para muchos, es la figura más influyente de la historia del hip-hop. Para hacerlo, el director, Emmet Malloy, tira de imágenes inéditas y entrevistas con el círculo más íntimo del MC, quien pasó de traficar con drogas en las calles de Nueva York a convertirse en un rapero mundialmente conocido gracias al único álbum que publicaría en vida, Ready To Die (1994).

Aunque la receta ya la conocíamos –se han producido decenas de piezas audiovisuales que hablan del rapero–, esta vez hay que agradecer a los productores una cuestión clave: el documental se centra en la vida del protagonista y no en su muerte, un episodio que a lo largo de los años ha generado ríos de tinta y teorías de todo tipo debido a la rivalidad que Biggie mantenía con Tupac, el otro gran MC de la década de los 90. Resumen rápido para los oyentes de Manolo García y Sidonie: en plena guerra entre la East y la West Coast, y en menos de un año de diferencia, ambos raperos –los máximos exponentes de su costa– fueron abatidos a tiros. El primero en ser asesinado fue Tupac, hecho que provocó que muchas voces responsabilizaran a Notoroious B.I.G y sus simpatizantes del crimen. Cuando este también fue ejecutado a sangre fría, hay quien lo interpretó como una venganza. En cualquier caso, ninguno de ambos sucesos se llegó a aclarar nunca.

Pero volvemos al documental. Su gran virtud, a diferencia de producciones como Notorious (el biopic oficial), Unsolved (también en Netflix), o Bigge & Tupac; es que pasa de sensacionalismos y pretende mostrar todo aquello que había detrás la imagen de rapero más chulo del planeta: el tráfico de drogas, la calle, la relación con la madre y sus miedos. Notorious B.I.G.: I Got a Story to Tell profundiza en la dicotomía vital del MC –crimen o música– y hace especial énfasis en su connexión con la muerte. Biggie fue asesinado con 24 años, pero a juzgar por sus letras –recordemos, Ready To Die–, declaraciones y manera de vivir; da la sensación que el MC tenía claro que le llegaría la hora muy pronto. Algo normal, probablemente, cuando te crías vendiendo crack con los personajes más colgados de una avenida problemática de Brooklyn. Lo más triste, sin embargo, es que las imágenes demuestran que murió cuando más claro tenía que tenía que seguir en este mundo.

Notorious B.I.G, sin embargo, no era sólo un icono, una personalidad, un símbolo de fanfarronada simpática; también era un maestro de las rimas y la métrica, un artista que fluía por la base con la elegancia de un gángster y la mala hostia de un narco. Gracias al testimonio de personajes como Sean Combs, su mánager, o Mister Cee, el productor de Ready To Die, podemos entender cuál era la magnitud musical del rapero, padre de auténticos hits atemporales como Juiciy, Big Poppa, Hypnotize o Mo Money Mo Problems. Recuperar los momentos en que, sin saberlo, empezaba a absorber las sonoridades que definieron su ritmo, o ver como grava un tema con la instrumental de Africa, de Toto, son sin duda algunas de las joyas de la producción.

Irónicamente, sin embargo, uno de los grandes defectos de Notorious B.I.G.: I Got a Story to Tell es que utiliza muy poca música. Cuesta entender que se dediquen 97 minutos al padre del hip-hop y, en cambio, se utilicen tan pocos recursos vinculados a su obra. El documental sobre Michael Jordan, para poner un ejemplo –también sobre su vida, también ambientado en los 90 y también en Netflix– da mucho más peso al sonido. Y eso que hablamos de una reportaje sobre un deportista. El otro gran defecto del documental es la duración. Nos hemos tragado series que se habrían podido explicar en una película y ahora, en cambio, tenemos un documental del cual se podría haber hecho una serie.