Hace casi tres siglos, un grupo formado por 852 personas -mayoritariamente procedentes de los países de la corona de Aragón- iniciaba una nueva y particular singladura cerca del río Danubio. Constituían el segmento más humilde de los exiliados por la Guerra de Sucesión hispánica (1705-1715), partidarios del candidato Carlos de Habsburgo que, a la conclusión del conflicto, lo siguieron hasta Viena. El exilio hispánico, globalmente, reunió a una formidable diversidad de orígenes y de condiciones que marcaría su destino. Las clases letradas fueron incorporadas al aparato funcionarial del Imperio Habsburgo. Las clases menestrales fueron encuadradas en el ejército del emperador. El problema vino con las clases más desfavorecidas. Gente que había entregado su juventud -la etapa de aprendizaje- al oficio de la guerra en el bando de Habsburgo; en ocasiones, mutilada para cualquier actividad profesional. Nueva Barcelona se proyectó para incluir en el Imperio a un colectivo que había perdido la guerra y el futuro.
Antes de Nueva Barcelona
Las guerras siempre son guerras. Con ganadores y derrotados. En las posesiones italianas que se adjudicaron los Habsburgo -las que le regaló el Borbón hispánico a cambio de abandonar a los catalanes a su suerte- pasó exactamente lo contrario que en el resto de países de la corona de Aragón. El gobierno imperial de Viena ordenó requisar las propiedades de todos los partidarios de Borbón en Nápoles y Sicilia. No era una gran fortuna porque los Borbones, en el mezzogiorno, no tenían más apoyo que el de ciertas elites de panzas agradecidas. Pero era suficiente para financiar el Consejo de España, una curiosa institución que velaba por las ayudas a los exiliados. Con las rentas requisadas se sostuvo el entramado durante una década. El agotamiento del sistema coincidió, curiosamente y sospechosamente, con el inicio de una nueva negociación entre Borbones y Habsburgo, que diez años después de haber asolado la península ibérica se reunían de nuevo para cortar algunos flecos pendientes.
El Banat de Temesvar
Las fuentes revelan que en la Viena de la posguerra hispánica había unos 5.000 exiliados hispánicos. La quiebra del sistema italiano representó algo parecido a los recortes contemporáneos pero con música barroca, que no quiere decir que fueran más digeribles. En aquel punto, el gobierno imperial dejó el Consejo de España como un testimonio -o como una reliquia- de un pasado de generosa solidaridad con los fieles a la causa de los Habsburgo. Y en aquel contexto surge la figura de Josep Plantí, un exprofesor de derecho de la Universidad de Barcelona incorporado al aparato funcionarial vienés, que redactó un proyecto que sería la génesis de Nueva Barcelona. Inspirado en las políticas defensivas del milenario Carlomagno, planteó la creación de una colonia agrícola y militar allí donde los imperios austríaco y turco habían fijado la frontera de sus respectivos dominios. El Banato de Temesvar era la región más insegura y más desaprovechada del imperio Habsburgo.
Los colonos
El historiador Agustí Alcoberro, en un interesantísimo artículo publicado por la Reial Acadèmia de les Bones Lletres de Barcelona (2001), revela que los recortes en el Consejo de España impulsaron una curiosa selección de beneficiarios de lo que restaba del saco de las prestaciones. Y que los grandes perjudicados fueron los que vivían -o mejor dicho, malvivían- exclusivamente de las pensiones. Una reveladora cita de las fuentes relata que una parte del exilio "devono mendicare per non morire di fame" ('deben mendigar para no morir de hambre'). Plantí -el exprofesor de derecho- elaboró un censo de mendigos hispánicos que sumaba 122 familias. A su criterio -y al del gobierno imperial- los candidatos perfectos para el proyecto Nueva Barcelona. Las fuentes también revelan el origen de este colectivo y de las 122 familias candidatas a la aventura. Entre ellas había 75 procedentes de los países de la corona de Aragón: 33 catalanas, 16 valencianas, 12 aragonesas, 11 napolitanas, 1 mallorquina, 1 sarda y 1 siciliana.
La fundación
El 4 de octubre de 1734 el gobierno imperial sancionaba el acuerdo de creación de la colonia. Se llamaría Nueva Barcelona y se emplazaría en el margen izquierdo del río Bega, a pocos quilómetros de su desembocadura en el río Danubio. En la actualidad, en aquel mismo paraje está la ciudad de Zrenjanin, una de las más populosas de la región de Voivodina, en Serbia. En el año 1734, sin embargo, era un lugar deshabitado que ofrecía unas grandes posibilidades. Y sobre una colina se planeó y construyó una pequeña ciudad para albergar a las 122 familias seleccionadas y unas cuantas más de los estamentos superiores de la masa de exiliados, que tendrían que ejercer como clases rectoras. El esquema clásico de las colonizaciones del barroco que vemos, también, en muchas ciudades de nueva creación en el Cono Sur del continente americano. La ciudad se planeó con criterios urbanísticos racionales. Nada fue dejado a la improvisación: un precedente remoto, si se quiere ver así, del ensanche barcelonés de Cerdà.
La colonia
El proyecto Plantí prohibía expresamente la construcción de edificios ostentosos. Seguros y útiles, pero en absoluto lujosos. La proverbial austeridad catalana trasplantada a los Balcanes. En cambio, dotó la colonia de un sistema político y jurídico riquísimo, inspirado en el régimen foral catalán que el primer Borbón hispánico, a sangre y fuego, había reducido a ceniza. Nueva Barcelona sería gobernada autónomamente por un consejo municipal formado por doce senadores. La recuperación del modelo del Consell de Cent barcelonés, con matices de la antigua y prestigiosa Roma imperial. Nueva Barcelona emitiría moneda propia: el florín barcelonés; albergaría instituciones universitarias que impartirían las enseñanzas en catalán, latín y alemán, y crearía su propia fuerza de orden público y defensa militar: las Guardias de Estado -inspiradas en la Coronela barcelonesa. Todo ello para organizar la vida -y la muerte- a un máximo inicial de 400 familias (2.000 personas), que el proyecto Plantí ambicionaba establecer.
El fracaso de Nueva Barcelona se escribe con p
En 1735 las chimeneas domésticas de Nueva Barcelona ya sacaban humo. Fue así hasta 1738. El interesante artículo del profesor Alcoberro cita tres causas decisivas que precipitarían el fracaso del proyecto: perfiles inadecuados, previsiones erróneas y peste de Voivodina. Lisa y llanamente: los que tenían que labrar la tierra y llevar los animales a pacer eran gente demasiado mayor o demasiado impedida para estos trabajos. La mayoría tenía más de 40 años, una edad muy avanzada en aquella época. Y muchos eran mutilados por amputaciones de guerra. Las previsiones económicas se hicieron considerando que la Voivodina tenía un clima mediterráneo que invitaba a cultivar las plantas conocidas por los colonos. El clima continental y húmedo estropeó todas las cosechas. Y el brote de peste que estalló en la región hizo el resto. En 1740, los 400 supervivientes malvivían amparados por las órdenes religiosas y repartidos entre Viena y Budapest en un régimen de pura y rigurosa mendicidad.