Me hacía mucha ilusión conocer a Núria Bendicho. Siempre me ha interesado que la autora de Terres mortes (Anagrama, 2021) no fuera una constante en el panorama cultural después del éxito que tuvo su primera novela, y confieso que me atraía que fuera una tía genuina que no se hubiera dejado explotar por los circuitos perverso del cosmos literario. Charlando con ella todavía admiras más su coherencia, o como mínimo el esfuerzo de tenerla, porque Núria reflexiona mucho de cualquier cosa y huye de las verdades absolutas. Y entre tanto ruido todos sabemos que poder detenerse a pensar es casi una revolución.

Pero Bendicho no se había marchado. Estaba leyendo, escribiendo y pariendo Mississipi, una nueva colección de L'Agulla Daurada que recogerá obras de la literatura del sur de los Estados Unidos. La primera apuesta es Aldarulls de juliol, de Erskine Caldwell y con traducción de Imma Falcó. Dice que lo más importante de este proyecto es vincular el pasado con el presente, y que los libros puedan dialogar entre ellos, también con traducciones de otros editoriales catalanas que han publicado autores del sur americano. Es decir: no quiere alimentar la competencia, sino la cooperación. Por ejemplo, la segunda obra que saldrá es Intrús a la pols, de William Faulkner y que Manuel de Pedrolo ya había traducido. "Hemos decidido reeditarla porque queremos homenajearlo como uno de los impulsores y defensores de la literatura norteamericana en Catalunya, y no queremos hacer una nueva traducción porque también admiramos la gran tarea de Esther Tallada traduciendo las obras de Faulkner en Edicions de 1984", recalca Núria. Tiene claro hacia dónde va. Y lo cierto es que habla de ello con la pasión de quien ama profundamente lo que hace.

Entrevista Núria Bendicho, escritora / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Vuelves al panorama literario como editora y llevando al catalán la literatura del sur de los Estados Unidos.
Me di cuenta de que mucha literatura de autores del sur de Estados Unidos estaba extendida en diferentes editoriales, y que mucha gente que buscaba a William Faulkner, por ejemplo, no relacionaba sus obras con la de otros autores americanos. Y nació la idea de crear una colección donde se narraran la historia, las ideologías o las luchas que ha habido en esta tierra, para que todo el mundo que fuera a buscar estas obras supiera de dónde vienen y las pudiera hacer dialogar con otras.

¿Tú tenías algún vínculo con Estados Unidos?
Solo a través de la literatura. Faulkner, nacido en el condado de Misisipi, para mí es un autor primordial. De hecho, todo el mundo sabe que no respiro, ni pienso, ni quiero del mismo modo después de haberlo leído, y yo creo que ni Terres mortes ni la literatura que hago existirían sin este autor. Aunque nunca he ido físicamente a su casa, mi literatura está impregnada de los símbolos de aquella tierra, y creo que nunca iré porque prefiero vivir el sur de los Estados Unidos en mi imaginación y a través de cómo lo narran los autores que admiro.

¿Ha sido casualidad que el primer libro que publicáis también se enmarque en unas elecciones y hable de racismo?
En los Estados Unidos siempre hay esta lucha entre republicanos y demócratas, es una cosa eterna, y siempre está el racismo por el medio. Parece que nunca avancemos y que sea un país que siempre esté discutiendo lo mismo. Cuando escogí esta novela de Caldwell fue porque me emocionó y me tocó. Aunque había leído otras novelas suyas, como La ruta del tabaco o El pequeño campo de Dios, publicadas en Catalunya hacía muchos años, y me habían gustado, esta novela me cautivó. Y a medida que lo iba editando, me iba dando cuenta de que, inevitablemente, pensaba en Kamala Harris y Donald Trump. De hecho, una de las ideas de la colección es que el eje temporal sea desde la Guerra Civil Americana hasta el presente, porque no podemos entender los autores —ni la historia— del presente sin entender el pasado. La literatura tiene este vínculo constante y queremos remarcar esta relación.

"Literatura del sur de los Estados Unidos" es muy amplio y se puede leer de muchas maneras.
La idea es que sea una colección que narre todas las diferentes texturas del sur de los Estados Unidos. Nos interesan todos los temas: tanto como vivían los esclavos en las plantaciones como la visión de un hombre que vuelve a Kentucky después de haber ido a la guerra, o la figura de la mujer blanca esclavista, que también había. También nos interesa cómo afectó la Gran Depresión en el sur de los Estados Unidos o la literatura negra que surgió después de la Guerra Civil americana. Queremos explorar las diferentes visiones, no solo de autores marginales, también de otros que han tenido mucha importancia. Caldwell, por ejemplo, vendió millones de ejemplares en su momento, aunque es un autor que ahora mismo está olvidado y que ya no se publica. O Zora Neale Hurston, que de momento no publicaremos y que es una autora que aquí es muy desconocida, pero que en los EE.UU. es un referente, como Víctor Català para alguien que estudia Filología Catalana. Publicaremos buenas obras, y yo entiendo que todas las obras que son buenas también son obras universales.

Todo el mundo sabe que no respiro, ni pienso, ni quiero del mismo modo después de haber leído a William Faulkner

También te estrenas haciendo esta tarea.
Sí. Como directora de la colección, la creo, la pienso, leo constantemente obras del sur de los EE.UU. para decidir cuáles quiero publicar y, después, las edito. Es la primera vez que hago de editora y tengo que reconocer que como escritora me va muy bien, porque estoy leyendo los textos fijándome mucho en la ortografía y en el estilo con una tranquilidad y con una dedicación que antes no tenía. Me está encantando hacer de editora y creo que este aprendizaje de trabajar el texto me irá muy bien de cara a mi siguiente novela.

¿Ser escritora hace que te tomes con una responsabilidad extra revisar o tocar obras de otros compañeros de oficio?
La verdad es que me emociona mucho decidir qué obras se publican en catalán, porque son obras que considero que los lectores catalanes tienen que tener y que tienen que estar en los Països Catalans, y pienso que en un futuro seguramente nacerán escritores que se inspirarán en las obras que yo estoy decidiendo publicar. Y eso me emociona. Antes de empezar Filosofía, empecé Filología clásica, y la abandoné porque me di cuenta de que ya tenía suficiente nivel de catalán como para seguir adelante con mi proyecto vital de ser escritora. Haciendo de editora, me doy cuenta de que todavía me quedan muchos libros de lengua catalana por leer.

Pues vamos allá: ¿en qué punto está este proyecto vital?
Estoy escribiendo una novela que es una historia de amor, y espero acabarla el próximo año. Me alejo completamente de Terres mortes, y a la vez no, porque evidentemente habrá temas comunes, habrá esta belleza mezclada con la decrepitud y la muerte que forma parte de mi estética. Piensa que todas las novelas que escribiré, si me da tiempo o si tengo fuerzas para escribirlas, ya hace años que las tengo en la cabeza. Es decir: las siete novelas siguientes las tengo analizadas y pensadas de forma completa, con todos los personajes creados y con planteamiento, nudo y desenlace. Pero evidentemente no he parado de leer, y he ido descubriendo nuevas técnicas que me han ayudado a perfecciónalas, porque con cada novela me propongo crear una estructura más complicada que la anterior.

Entrevista Núria Bendicho, escritora / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Y no sé si también tocar temas desde una perspectiva más analítica con la realidad contemporánea, como puede ser la tecnología o la crisis de la vivienda.
De estos temas hablo y reflexiono mucho en el diario Ara, con artículos que son fundamentalmente políticos donde propongo argumentos filosóficos. La especulación, las tecnologías, intentar descifrar como funcionan Twitter o Instagram, el mundo contemporáneo... como graduada en Filosofía, no puedo dejar de pensar y buscar razones. Pero sí que lo he separado, entiendo que la literatura va por otra parte. Por ejemplo, una parte de la novela en la que estoy trabajando ahora se sitúa en el mundo contemporáneo, pero he decidido que la tecnología no es importante. Yo no tengo redes sociales ni WhatsApp, rehúyo de las tecnologías por varias razones políticas y, por lo tanto, considero que ahora mismo no me interesa hablar de ello en mis novelas. Así que el tema central no son las tecnologías, pero quizás sí las relaciones personales de la gran ciudad y una serie de cosas que yo, como persona nacida y vivida en Barcelona, he sufrido, disfrutado y reflexionado.

Entiendo por lo que dices que has huido de la ciudad.
Ahora vivo alejada de todo, en medio de la montaña, en una casa autosuficiente con placas solares, agua de un pozo, huerto y animales. Políticamente defiendo eso. Llegué de forma azarosa, pero ya era una idea que tenía para el futuro: critico la globalización, que los alimentos lleguen por otra parte del mundo, que se explote a gente para tener buenos precios aquí o el despilfarro alimentario, y defiendo un retorno al cultivo de proximidad, a tocar más de pies en el suelo. Entiendo que es natural que la vida me haya llevado a vivir de esta manera. También te tengo que decir que, como persona de ciudad, me he tenido que formar muchísimo, porque aquí en Barcelona estamos desconectadísimos de la realidad del resto del país.

Y teniendo en cuenta que los circuitos literarios y culturales también son muy centralistas, ¿esta desconexión no te ha perjudicado en el oficio?
Yo creo que no, porque he tenido la suerte de que mi novela ha llegado a muchos lectores. No tengo la necesidad de estar expuesta continuamente. Si hubiera sido así, si hubiera tenido esta obligatoriedad económica de estar constantemente expuesta, o de participar en actos en que no me apetece participar, lo hubiera sufrido mucho. Pero he tenido la gran buena suerte de poder encontrar un oasis.

Han pasado casi cuatro años de la publicación de Terres mortes. ¿Qué ves cuándo miras atrás?
Fue un momento que me agobió muchísimo. Yo vivía en un mundo de imaginación, en una especie de idea romántica en que se me imaginaba al escritor encerrado en una masía escribiendo todo el día en su soledad y sin tener nada que ver con el ámbito público. Yo no sabía qué era un editor ni que los medios de comunicación me harían caso, y para mí fue un choque increíble, un cambio de vida radical.

Hablo con mucha gente del mundo literario y me doy cuenta de que esta incomodidad es común; la gente no se siente cómoda con esta sobreexposición que se exige

Y lidiar con las etiquetas: mujer, joven, catalana, mundo rural.
Todo el mundo me lo pregunta, y si te tengo que ser sincera, a mí no me molesta nada, aunque sé que a mucha gente sí. Para mí fue una manera en la que los periodistas me dieron conocer. Evidentemente, no estoy de acuerdo con todas las etiquetas; era joven, catalana y mujer, eso no es una mentira, aunque quizás se nos puso a muchas escritoras dentro de la etiqueta "rural" cuando realmente hacemos cosas muy diferentes. El Canto jo i la muntanya balla de Irene Solà no tiene nada que ver con Terres mortes, ni tampoco los libros de Eva Baltasar o de Carlota Gurt. Se nos puso en un mismo saco y creo que eso perjudicó el análisis que se podía hacer de cada obra de forma individual. Pero también me permitió conocerlas, con Eva y Carlota nos hemos hecho amigas y hemos podido establecer un diálogo, así que no soy demasiado crítica con eso.

No obstante, después del boom inicial saliste del foco mediático.
Fue una decisión ética y personal, de militancia. Yo no quería participar de eso porque no me sentía cómoda. Era muy consciente de que como me expreso mejor es a través de la escritura y del trabajo que hago, y quizás no me sentía cómoda exponiéndome a través de entrevistas. Es una vida que no estaba hecha para mí. Y también me di cuenta de una cosa muy importante, que es que cuando publicas un libro y tiene un poco de éxito, la gente te pide tanto tiempo que dejas de leer y escribir, y yo no podía parar mi ritmo de vida, quería seguir haciendo lo que hacía antes porque me apasionaba. Tuve que volver a lo que era importante para mí, que era la soledad, el pensamiento, el análisis crítico, pasar tiempo con los amigos y tener buenas conversaciones. Tengo que decir que tanto Isabel Obiols como Lluís Ruiz, mis editores, respetan mucho mis tempos, me conocen y entienden que para hacer lo que hago tengo que hacerlo como yo necesito hacerlo. De hecho, sin Isabel habría publicado una versión peor de Terres mortes, ella me enseñó a perfeccionar la novela.

¿Y esta burbuja no choca con las necesidades del sector? Ahora parece que impere esta dictadura del ya, y que si no te promocionas en las redes sociales i no te trabajas una identidad digital, no existes.
Yo creo que estamos viviendo un exceso de exhibicionismo. Antes los escritores no se exponían tanto en los medios de comunicación, y ahora incluso se exige a los editores que lo hagan, cuanto antes nunca habían aparecido como estrellas dentro del mundo literario. Hablo con mucha gente del sector y me doy cuenta de que esta incomodidad es común. La gente no se siente cómoda con esta sobreexposición que se exige desde todos lados. Y otra cosa: cuando tú publicas una obra, la gente te pregunta quién eres, y tú probablemente no lo sabes porque no te lo has preguntado nunca. Tu identidad muta, por suerte. Mi ideología ha evolucionado en estos últimos años y también desde que tenía 15, y espero que siga evolucionando dentro de 10, porque leo constantemente y critico mis propias tesis. A veces se nos exige que nos creemos una identidad, y creo que muchos personajes públicos han quedado presos de ella, y es peligroso, porque después somos incapaces de abandonar muchas de las ideas que la han conformado. Y yo no quería caer en esas trampas.

Entrevista Núria Bendicho, escritora / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Antes me has dicho que ya sabes todas las novelas que escribirás.
Solo las tengo en la cabeza, y es curioso porque decido la orden de las novelas en función de la cantidad de tejido que ya he creado dentro. Primero me imagino una historia; después voy caminando por la calle, y a veces alguien me mira de una determinada manera y pienso en una mirada que hace un personaje. Y entonces esta novela empieza a tejerse. Solo cuando considero que una novela ya está lo bastante tejida y evolucionada es cuando me pongo a escribir. Lo hago sin querer, es automático, realmente no escojo las novelas que me aparecen ni las historias que me vienen en la cabeza. Nunca escogí ser escritora, simplemente sabía que tenía que serlo.

Qué es más agotador: ¿todo este alboroto mental o ponerte a escribir?
Para mí este alboroto mental, como tú lo llamas, es un gozo. Inventarme historias, revivir la misma escena una vez y otra, poder oler la arena que hay en los pies del personaje, girarme y verlo. Para mí todo eso es muy emocionante y muy divertido. La tarea complicada siempre es ponerme a escribir, porque soy una persona muy exigente y necesito encontrar la palabra exacta. Siempre tengo miedo de que la oración siguiente sea peor que la anterior, sufro muchísimo, y por eso siempre digo que si no tuviera claro qué escribir nunca me pondría. No quiero pasarme más horas de las necesarias delante del escritorio. Es cuando más sufro.

Siempre tengo miedo de que la oración siguiente sea peor que la anterior, sufro muchísimo

¿Eres más escritora o más lectora?
Soy mucho más lectora que escritora. Considero que para escribir tienes que leer mucho, y gracias a haber leído mucho, puedo escribir como escribo. También es verdad que muchas veces es mucho más fácil leer que escribir, y siempre cojo antes un libro que ponerme a escribir. Reflexionar y leer son las cosas que más me gustan del mundo. Y te tengo que decir que soy una mujer de clásicos: desde que publiqué empecé a leer autores contemporáneos, pero prefiero los clásicos. Los libros que más he leído son de Faulkner, pero también libros clásicos como la Odisea o la obra de Cicerón. De hecho, me puse a estudiar Filología Clásica por Cicerón. Fui una niña muy friki, porque tuve muy buenos profesores en el bachillerato humanístico que me enseñaron que una niña de 16 años podía leer autores latinos y griegos.

Eso es otro tema: como las lecturas obligatorias mal enseñadas pueden acondicionar la atracción por la lectura en los adolescentes.
Es indispensable que haya lecturas obligatorias. Sobre todo porque generan una cultura común y que podamos discutir conjuntamente. Pero sí que es verdad que muchas veces la manera de dirigirnos a la literatura hace que muchos alumnos desarrollen rechazo hacia ella. Tenemos que replantear el sistema educativo desde muchos lugares diferentes, porque la literatura es emocionante, te enseña a vivir y te prepara para el futuro.