Iré directa al grano: salí de ver En los márgenes como si me hubiera pasado un camión por encima. En los cinco minutos posteriores a la última escena, cuando se iban paseando los créditos con la banda sonora de Rozalén y se saturaban mis ojos hinchados tras abrirse las luces de golpe sin ninguna piedad para con los transeúntes reposados en los asientos, mi cuerpo no pudo responder. Se me paralizaron los párpados, las yemas de los dedos, las rodillas, el diafragma que coge desde la lumbar hasta los riñones, y hasta los pulmones se me encharcaron de una nebulosa tosca y espesa que todavía me da auténtico pánico identificar. Me levanté como la que se levanta sin rumbo, empapada de arriba a abajo de una zozobra mortificante, y sin embargo sabiendo que estaba andando hacia una casa de la que nadie me puede venir a echar. La incoherencia personal te abofetea cuerpo y mente cuando sales de ver la ópera prima de Juan Diego Botto. Te pasas el día sorteando los centenares de colchones almacenados en las aceras que se han atrincherado en tu ciudad sin hacer nada, y de repente pagas ocho euros en unos multicines creyendo que estás contribuyendo al cambio social.

Muy resumidamente y sin caer en el spoiler, la película es una cuenta atrás que recoge varias historias paralelas bajo el telón de fondo de los desahucios y las estafas que ejercieron los bancos para engordar la burbuja inmobiliaria que explotó en 2008. Una de las historias es la de Azucena (Penélope Cruz), madre y reponedora de un supermercado que rema contracorriente para que no la echen de su casa, que seguramente es el relato que vertebra más la trama. La otra perspectiva la pone Rafa (Luis Tosar), bordando la figura del abogado activista y extremadamente concienzudo que se implica hasta los topes en las causas ajenas, o es que quizás el más común de los errores es hablar de causas ajenas teniendo en cuenta que somos seres que vivimos en comunidad. Sería imposible bordar toda la recreación sin los trabajos interpretativos de los personajes, que se ponen en el papel con una credibilidad aplastante que permite hablar de pseudo documental más que de ficción. La dignidad, el compromiso, la soledad y el amor son quizás los cuatro pilares de una pieza audiovisual—en la que Cruz es productora— ya nacido referente, cine social y de protesta en mayúsculas para remover conciencias y que huye de los grandes efectos visuales, porque no hace falta abusar de los filtros cuando la realidad supera la ficción.

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Otro de los aciertos de Botto ha sido el de hacer un retrato extremadamente fidedigno de condicionantes como la cuestión de clase, la cuestión de género o la cuestión de raza que impactan en nuestro día a día. La mujer como pilar transversal de la familia, garante de mantener la esperanza viva y la cabeza bien alta, se contrapone con la vergüenza al qué dirán y la pésima gestión emocional de un marido resignado. Esa brecha también la materializa Botto en una asamblea de la PAH en la que las mujeres son la gran mayoría o en recurrir también a otra mujer (racializada) para hablar de cuidados. La mano de obra aparece como un conjunto de títeres obligados al maltrato que no merece compasión y se pone encima de la mesa el estigma crónico que planea sobre las comunidades inmigrantes. El neodirector, que también actúa en el filme, también pone en jaque los recursos del presunto Estado del Bienestar e identifica el poco margen de maniobra del que disponen los servicios sociales, desbordados hasta la vergüenza y con unos patrones de actuación generales claramente insuficientes. La totalidad de los personajes se convierten en grandes potenciadores de la bondad de las personas, pero también dejan entrever las partes más egoístas y oscuras de la razón humana. Un cóctel de puntos de vista diferentes que recrean la cruda realidad que Botto siempre quiso contar.

El argentino no es un personaje público que se haya mantenido al margen en sus opiniones públicas. “Tomar la calle y construir desbe abajo es la única alternativa en España”, dijo en una entrevista publicada en Jot Down en 2012. Ese año los desahucios superaron la barrera de los 100.000, el récord anual absoluto desde el inicio de la crisis de 2008, y al menos 46.408 fueron realizados de forma efectiva. Botto se estrena recogiendo el testimonio de más de una década de abandono por parte de las instituciones y el sistema, pero no es que se inspire en el pasado, sino que se centra en el presente de un mal endémico —el de los desahucios— que se ha cronificado hasta el punto de ya no ser noticia. Por eso, el relato de la película no se enmarca exactamente en una fecha concreta, sino en una suerte de atemporalidad que solo se rompe cuando un mensaje radiofónico informa de la peor subida de precios energética de la historia del país. Moverse en esta ambigüedad temporal consigue que el mensaje de la película no se limite a una época concreta. Ahora mismo, sigue habiendo aproximadamente 100 desahucios al día en España.

El malestar y la proyección que siente cada persona al salir del cine, la mayoría de las veces, acaban sin materializarse en hechos individuales reales, y es en ese preciso instante que el poder de lo colectivo vuelve a caer en saco roto

Todo lo que se enciende en la cabeza del espectador tras ver En los márgenes es una maldita contradicción con patas. Por qué no hago más, qué podría hacer o hasta dónde estaría capaz de aguantar en esta lucha son cuestiones que no dan tregua y contagian el estrés económico de butaca en butaca, como una pandemia. Incluso algo que debería ser positivo como la revisión del privilegio no se vive como algo reconfortante, porque el malestar y la proyección que siente cada persona al salir del cine, la mayoría de las veces, acaban sin materializarse en hechos individuales reales, y es en ese preciso instante que el poder de lo colectivo vuelve a caer en saco roto. Toda la película explota esos sentimientos encontrados hasta el agotamiento físico y mental: el argumento está perfectamente hilado para colocar al espectador en una situación de absoluta vulnerabilidad emocional, un abismo incesante entre lo que a uno le gustaría ser y lo que en realidad es. Es bastante frecuente que una película te haga empatizar, pero es extraordinario que impregne al espectador de la misma sintomatología física y mental que padecen sus personajes. En En los márgenes esto pasa, y es la esperanza definitiva para que cojamos todo ese cabreo, tristeza e impotencia y nos levantemos del puto sofá.