Ocaña, reina de las Ramblas nació de un encargo que la Neuköllner Oper de Berlín le hizo al dramaturgo y director Marc Rosich: un nuevo espectáculo con repertorio musical español. En Catalunya, la pieza se estrenó en 2019 en el marco de los Terrats en Cultura, y se ha podido ver después en salas y espacios diversos. Es de agradecer la nueva oportunidad que nos brinda el Espai Texas de acercarnos a la vida del pintor y activista José Pérez Ocaña (1947-1983). El actor y cantante Joan Vázquez tiene el personaje agarrado en la piel y lo performa generosamente cada sábado por la noche, acompañado a la guitarra por Marc Sambola, director musical del espectáculo. Cabe decir que esta nueva reposición coincide con la exposición La Ocaña, que la Galería Mayoral dedica al artista sevillano, "pionero de la performance queer" —son palabras de Rosich— e icono de la Barcelona underground de los años setenta y primeros ochenta.

Vázquez asume dos papeles: Ocaña mismo —en una carismática y enternecedora creación de personaje— y un experto en su biografía; alterna, así, el tono arrebatado y el académico. Además, el relato en primera persona —la voz se ha construido a partir de recortes de prensa, declaraciones de amigos como Nazario y Alejandro Molina, textos de catálogos y, claro está, el testimonio del artista en la película Ocaña, retrato intermitente (1978) de Ventura Pons— se completa con sambres y coplas muy conocidas —entre ellas, Yo soy esa, con algún verso reescrito ad hoc, y Tatuaje—, servidas por el actor con una sensibilidad exquisita. Además de la tarima donde se sitúa el guitarrista, hay una mesilla con cómoda y un desorden de blondas rojas. Los intérpretes aparecen enmarcados por la platea a dos bandas del Texas, una cortina que se tiñe de colores, y, en el muro opuesto, una pantalla donde se proyectarán fotos de Ocaña, pinturas suyas y, puntualmente, postales de la Barcelona de la época: el Café de la Ópera, la plaza Reial...

Foto: Inma Quesada

El objetivo de la pieza es homenajear una figura que, antes de morir entre llamas, "encendió de vida y de color" las Ramblas de Barcelona. Alguien que enseñó que por fin se podía salir a pisar la calle con libertad, sin complejos, después de los cuarenta años de "negra dictadura". A manera de desafío explícito de la crononormatividad, Rosich opta por no restituir la vida de Ocaña de manera lineal. Una de las primeras imágenes que nos ofrece, después de la proyección de sus cuadros de ojos enormes, corresponde al corto de arte y ensayo Ocaña, der Engel der in der Qual singt (1979) que Gérard Courant filmó en la Puerta de Brandeburgo, en la frontera entre los dos Berlín; se emite aquí sin sonido, como si fuera una película muda, y el actor en escena —abanico, peine, mantilla— superpone la voz y los aspavientos de llorona.

El actor y cantante Joan Vázquez tiene el personaje agarrado en la piel

Ocaña se definía como "libertataria" y renegaba de las etiquetas. Declaraba haber venido al mundo para vivir, soñar, pintar; para ofrecer "chou, exhibicionismo y cachondeo." En una ciudad convertida en explosivo laboratorio cultural, ocurrió un auténtico icono del underground y la contracultura, y son historia de la Transición sus provocativas intervenciones en el Canet Rock, las Jornadas Libertarias y la manifestación del Frente de Liberación Gay. Le gustaba vestirse de Manola —beata con mantilla— o de Violetera, y se presentaba como "la Pasionaria de las mariquitas". Quería hacer teatro en la calle, en libertad, y no dentro de los límites de un escenario. Pedro G. Romero, comisario de la muestra en la Galería Mayoral, habla del carácter votivo y procesional de su arte, y considera que los rasgos más definitorios de la irrupción de Ocaña en la esfera pública son la reivindicación de los ritualismos populares y un retorno a formas simbólicas y fetichistas.

Foto: Inma Quesada

La obra de Marc Rosich también hace referencia al desgraciado accidente que sufrió Ocaña mientras desfilaba con un estandarte del Sol en la fiesta de su pueblo, y que, sumado a "una hepatitis mal cuidada", pondría fin a su vida. Estilizadamente vestido de duelo y sentado en la tarima, el personaje entra en un estado de elegíaco recogimiento y rememoración de sus amores de adolescencia. Sin embargo, después de interpretar Canción muerta de Marc Sambola —a partir de la suite homónima de Federico García Lorca—, cambia de tono y de vestuario —ahora opta por un vistoso conjunto que combina cuero y lentejuelas— para exhortarnos a la alegría. Tal como apunta Isaias Fanlo en el prólogo del volumen Teatro trans y otros textos no normativos (Comanegra, 2020), el dramaturgo se toma la licencia de asignarle al artista un gesto de activismo póstumo que tiene un sentido de reparación. Resulta emocionante la desenvoltura con que Ocaña habla de su propia muerte, convirtiendo el trágico desenlace en un alegato y en una fiesta. La excelente, afinada, generosísima interpretación de Joan Vázquez consigue que nos lleguen con mucha fuerza, desde el primer momento, aquel encanto de "malvaloca loca de querer" —que cantaba Carlos Cano— y un aura de libertad irreductible.