Los ojos de Ventura siempre inquietos, nunca tranquilos, incómodos muchas veces y sus palabras muy directas, casi abruptas y que definían con precisión dónde quería ir, y qué quería de la escena, estos ojos eran su marca. Estos ojos los vi por primera vez cuando tenía 19 años y yo era un poco como un Manelic mal situado a la 'terra baixa', recién llegado de Banyoles y verde de conocimientos del vivir. Hacía la prueba para Carícies, de la mano de Pep Armengol, que me situó en aquella peli de la noche barcelonesa de finales de los 90, tórrida, sin censura, de relaciones hostiles y desajustadas.

Estos ojos los vi por primera vez cuando tenía 19 años y yo estaba un poco como un Manelic mal situado en la 'tierra baixa', recién llegado de Banyoles y verde de conocimientos del vivir

Casado con la cultura del país

Recuerdo muchas noches rodar hasta las siete de la mañana todo teñido de irrealidad. Desde la experiencia delante de cámara hablo, que es diferente de la experiencia de un espectador o de la opinión de gestor cultural, que levantas una piedra y salen siete. Sus propuestas siempre tenían un pie en el teatro, que quiere decir sin el manierismo de un psicologismo flojo. Pedía teatralidad, que quiere decir convicción e intención fuerte. Amigo de los textos donde las palabras suenan como palabras, bien dichas, comprensibles y claras hasta el punto de hacer daño, en un momento en el que el cine estimaba mucho los balbuceos sugerentes de comprensión dudosa. Con él, las propuestas siempre eran intensas, divertidas y felices a veces, pero generalmente nocivas, porque el retrato que pretendía del entorno era no amable, amigable, era duro, de instinto oscuro, siempre rayando la sordidez de la transacción social. Y en la pausa de la cena del rodaje sacaba el conversador vigoréxico y vital que podía ser.

Tan alta como su mirada talentosa era la complicidad y la voluntad de pertenecer a una lucha por esta cultura nuestra castigada

Soy feliz y privilegiado de darme cuenta de que me consideraba del círculo de su familia inventada, una familia laboral, histórica, personal, afectuosa. E incido en este punto, porque el final de una vida nos empuja al gesto emotivo, pero en su caso, tan alta como su mirada talentosa era la complicidad y la voluntad de pertenecer a una lucha por esta cultura nuestra castigada. Insistiendo en rodar en catalán en un momento que mucha gente, curiosamente catalanista, flirteaba con el castellano para ampliar presupuestos. Casado con este compromiso de país, casado con el teatro y las letras catalanas, configuró un lenguaje visual que no tuvo a menudo toda la resonancia que sí que tenía a nivel internacional. Estos ojos suyos han visto y han explicado una Barcelona que queda imprimida para que podamos volver, porque es nuestra historia.