Estamos sentados en las butacas del Teatre Lliure de Gràcia esperando el inicio de Olympia (en cartelera hasta el día 2 de febrero), el nuevo espectáculo de la directora y dramaturga Carlota Subirós (Barcelona, 1974). Las luces están encendidas, se oye el rumor de la gente poniéndose cómoda y mi padre, actor jubilado, me dice:

—Hace años, sobre estas butacas—me señala—, había un balcón que formaba parte del público. Desde allí vi Eduardo II de Inglaterra. Era la primera vez que venía al Lliure y me quedé impresionado. Pensé, "eso es lo que yo quiero hacer".

—Ostras, esta caja negra se puede transformar mucho, ¿no? A veces es tan diferente que ni siquiera me parece el mismo lugar.

Todavía no lo sabemos, pero con estas palabras estamos convocando el tema de Olympia, un espectáculo multidisciplinar que habla, precisamente, de las posibilidades creativas del teatro, de la capacidad evocadora de los espacios y del poder de los referentes artísticos. En concreto, recoge dos de los referentes personales de Carlota Subirós, que son la materia que se despliega a lo largo del espectáculo y que, al mismo tiempo, inspiraron su creación. Un amor a unos referentes concretos y a las artes vivas en general que, más allá de ser compartidos o no con los espectadores, Olympia consigue hacernos sentir (habrá que ver si con toda lleva de público y edades).

Una mente y un teatro

Por una parte, el mismo  Teatre Lliure, un proyecto artístico inaugurado después de la muerte de Franco, que en sus inicios iba cargado de una energía transformadora. Subirós lo frecuentó como espectadora maravillada cuando era una niña. Por otra parte, el cantautor Paco Ibáñez, símbolo de la libertad y la resistencia antifranquista que un 2 de diciembre del año 1969 daba un concierto emblemático en el Teatro Olympia de París. Solo con una guitarra, el valenciano ponía voz y música a poemas de Góngora, Lorca o Quevedo. La entrega del público quedó grabada en un vinilo que años después Subirós escuchaba, entusiasmada, en casa sus padres.

Así, la pieza parte de la experiencia personal de la creadora y directora, pero se filtra por la dramaturgia de Ferran Dordal Lalueza y se encarna, como ya habíamos visto con la adaptación de La Plaça del Diamant al TNC (2023), en un reparto coral completamente femenino: Lourdes Barba, Paula Jornet, Vicenta N'Dongo, Neus Pàmies, Alba Pujol y Kathy Sey.

Olympia en el Teatre Lliure hasta el 2 de febrero / Foto: Marta Mas

Las seis actrices consiguen transportarnos al interior de una mente creadora hecha de reflexiones, canciones, poemas, recuerdos e imágenes vistas y vividas dentro de lo mismo Lliure y en los entornos próximos a la calle del Montseny

Con una dicción clara y limpia, una presencia firme y la fuerza expresiva de sus miradas, las seis actrices consiguen transportarnos al interior de una mente creadora hecha de reflexiones, canciones, poemas, recuerdos e imágenes vistas y vividas dentro de lo mismo Lliure y en los entornos próximos a la calle del Montseny. Un collage que empieza por lo que es más personal, pero que en la medida en que crece y se comparte, se transforma en una experiencia colectiva que acaba en una comunión con el público.

Para trasladarnos la sensación que estamos dentro de una mente y de un teatro, el espectáculo utiliza acertadamente las diferentes técnicas escénicas, que nos evocan a un estado casi de fantasía. Las actrices aparecen de entre los rincones, como si fueran ratones que viven dentro del teatro, o productos de la imaginación que Subirós convoca y emergen de la nada. La escenografía de Max Glaenzel, aparentemente vacía, se despliega a través de puertas, trampillas y artilugios, haciendo un uso muy creativo de la estructura teatral y sus intestinos. Los accesos y aperturas, como rendijas, subrayan la parte más física del teatro, que se nos presenta entonces como un elemento orgánico, vivo y sensible. Unas imágenes evocadoras preciosas que cogen fuerza gracias al trabajo de Raimon Rius con las luces, que a través de tonalidades diversas mimetiza las diferentes expresiones del texto: la blancura de la confusión, la calidez anaranjada del recuerdo o la luminosidad de la inspiración.

A todo eso, le tenemos que sumar el espacio sonoro de Guillem Llotje, quien crea atmósferas sugerentes hechas de música electrónica y voces indescifrables femeninas que se alternan con adecuados silencios absolutos. Una sonoridad que se combina, sin eclipsar, con las expresiones musicales en directo de las actrices, sobre todo encabezadas por unas fantásticas Neus Pàmies, Paula Jornet i Kathy Sey.

Hacia el final, la obra matiza acertadamente (porque si no caería en un pozo de ingenuidad e idealización irrelevante) la aparente maravilla de los referentes artísticos, conectando el pasado con nuestro presente y cuestionando el uso de la cultura para combatir las injusticias del mundo. Una reflexión política pertinente, porque los fantasmas de la España oscura a los que cantaba Ibáñez han vuelto a emerger, pero, en cambio, el sentido de las palabras grandilocuentes que él interpretaba se ha desvirtuado (ahora la ultraderecha también utiliza la palabra "libertad").

Lejos de caer en la nostalgia o en la desafección política, el espectáculo se aferra a la cultura como una herramienta de reflexión política universal

Con todo, lejos de caer en la nostalgia o en la desafección política, el espectáculo se aferra a la cultura como una herramienta de reflexión política universal, al teatro como un espacio de encuentro para recuperar la fuerza de la lucha y al recuerdo de los referentes individuales y colectivos para resignificar el sentido de las palabras. Por medio del contenido, pero también de la forma, Olympia consigue trasladar al público una sensación de optimismo con el objetivo de seguir galopando en la reivindicación política. Con la voluntad de ser un canto contra el fascismo, esta vez, con rostro de mujer. A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar...

Se acaba la función, vamos al bar y mi padre se tropieza con la actriz Lourdes Barba. Charlan de los inicios del Lliure, un teatro próximo y revolucionario. Se emocionan y yo siento envidia de lo que han vivido, de este momento de la cultura y la Barcelona catalana y reivindicativa. Y, como nos pide la obra (que miramos los espacios que recorremos y que nos rodean), cuando salgo del teatro y voy hacia el metro me encuentro un montón de glovos, oigo a dos guiris que hablan inglés y veo una bakery para expats que han rotulado con la palabra "POESÍA". Me aferro a Olympia para no desfallecer.