Tras seis meses de parón y con una millonaria caída de ingresos a causa del coronavirus, la Ópera de Viena retoma este lunes su actividad con el objetivo no sólo de funcionar pese a las mascarillas y los asientos vacíos que imponen la pandemia, sino incluso de atraer espectadores nuevos y rejuvenecer su público. Entre las medidas a aplicar se incluye pedir a los espectadores que eviten los gritos de ‘bravo’, así como los abucheos.

"Retomaremos la actividad el día 7 de septiembre", fue el solemne anuncio del nuevo director de la Wiener Staatsoper, el austríaco Bogdan Roscic, convirtiendo lo que era una rutina cada temporada en lo que hoy es una valiente declaración de intenciones.

Doce estrenos

"Vamos a representar el programa que yo había pensado", señaló el nuevo responsable, aclarando que no será una temporada recortada, con menos funciones u obras adaptadas.

En total, la Ópera de Viena subirá a escena hasta el próximo junio 40 óperas y 7 ballets distintos, de los que 12 son estrenos.

De hecho, la temporada arranca justo con un nuevo montaje de Madama Butterfly, de Puccini.

Rejuvenecer al público

Dos días antes, el ensayo general de esta ópera será el primer ejemplo de la nueva política de Roscic de atraer nuevo público.

Ese ensayo, que normalmente sólo pueden presenciar los medios y los empleados, se abrirá al público menor de 27 años con entradas a 10 euros.

Devolver las representaciones de óperas para niños al escenario principal, desde una sala externa donde se representan ahora; entradas a 15 euros para menores de 14 años; y visitas guiadas en cooperación con colegios son otros de los pilares de esa política para asegurarse una nueva generación de amantes de la ópera.

"No tenemos buenos datos sobre la composición de nuestro público, pero parece ser que la edad media es 64 años, y que en los últimos años ha subido significativamente", indica Roscic.

Parte indispensable de esa estrategia, según el director, es la reciente inauguración de un estudio de ópera para cantantes que ya han terminado su formación, elegidos entre miles de candidatos, como trampolín hacia el escenario.

Miles de test

El concepto de seguridad de la Ópera, inspirado en parte en el éxito del Festival de Salzburgo el pasado agosto, tiene dos grandes pilares: el control sanitario de artistas y trabajadores, y las medidas aplicadas al público.

Se ha establecido una política masiva de test a los empleados, especialmente entre quienes, por su actividad, no pueden cumplir la generalizada obligación de usar mascarilla y mantener la distancia.

Se espera que durante la temporada se realicen unas 3.700 pruebas al mes, que supondrán un coste añadido de 330.000 euros.

Respecto al público, la Ópera ha impuesto que las entradas estén personalizadas, para localizar a los espectadores si hay contagios.

Un software analizará las entradas compradas en grupo para cada función, con un máximo de cuatro por persona, para distribuir al público de forma que se garantice la distancia de seguridad.

Aforo reducido

Así, de las 1.709 localidades de que dispone el teatro, quedarán ocupadas entre 950 y un tope de 1.200.

Además, las 567 localidades de pie, que permiten ver a las grandes óperas cantadas por los mejores artistas por tres euros, se han sustituido por 181 asientos individuales, al mismo precio.

Sin bravos ni abucheos

Más allá de medidas para evitar aglomeraciones, la obligación de usar mascarilla al moverse por el teatro, y la recomendación de dejarla puesta durante la función, la Ópera de Viena ha planteado otra sugerencia para disminuir el riesgo de contagios: que el público prescinda de gritar "bravos".

"No va a haber una policía de los bravos", aclaró Roscic, quién sí confió en que un público "civilizado y maduro" acepte lo que llamó "reglas racionales" para que la Ópera pueda funcionar.

La recomendación se aplica también a los abucheos porque, dijo en tono de humor, "la expulsión de aerosoles es mucho más dramática".

En la parte económica, la Ópera ha calculado un agujero de 4 millones de euros este año, una cantidad que el Estado austríaco, como propietario del teatro, se ha comprometido a cubrir.

A la reducción de aforo se une la ausencia de turistas, que suponen un tercio del público y que suelen adquirir las entradas más caras, y también la ausencia de muchos asistentes habituales debido a su caída de ingresos por la crisis.

En lo artístico, destacan nuevas interpretaciones de Carmen, de Bizet, con el colombiano Andrés Orozco-Estrada dirigiendo a la orquesta y el bajo-barítono uruguayo Erwin Schrott como Escamillo; el Macbeth, de Verdi, con Anna Netrebko de protagonista; o el Fausto, de Charles Gounod, con el tenor peruano Juan Diego Flórez en el papel principal.

También sobresale la presencia del cantante español Plácido Domingo, que según ha anunciado la Ópera se despedirá del público vienés el próximo enero, coincidiendo con su 80 cumpleaños, con una serie de funciones del Nabucco de Verdi.

La Ópera de Viena siempre ha defendido mantener sus compromisos con Domingo, pese a las acusaciones de acoso sexual contra él, argumentando que no existen pruebas que justifiquen rescindir contratos.