Ya está en venta L'orgia diplomàtica. Ambaixadors i cònsols al descobert (Pol·len Edicions), un libro basado en una profunda tarea periodística de Rafa Burgos. Se trata de un trabajo de investigación sobre los vínculos entre la corrupción y la diplomacia, que completa la trilogía iniciada con los libros anteriores de Burgos sobre los negocios sucios de las clases dominantes en Catalunya y en el Estado español: Crema catalana. Amiguismo, corrupción y otras miserias (Icaria) y La Casta. Quiénes son y cómo actúan (El Viejo Topo). Burgos, trabajando en estas dos obras, se dio cuenta de que la corrupción, en Catalunya, se aguantaba sobre cuatro patas: la política, el mundo financiero, los paraísos fiscales y la diplomacia. Y constató que este último era el eje que menos se había estudiado, y por eso decidió consagrar dos años a estudiar este tema. Ahora presenta este libro con los resultados de su estudio.
El marco idóneo para la corrupción
Burgos pone de manifiesto que el mundo diplomático es un mundo extremadamente opaco: no hay ninguna transparencia, con el pretexto de la defensa de la razón de Estado. Se han hecho públicos algunos casos de diplomáticos que tenían negocios privados difícilmente compatibles con su cargo público. Los cónsules honorarios, ciudadanos españoles que trabajan sin sueldo al servicio de otros países, obtienen compensaciones en prestigio, privilegios y relaciones sociales. Para no hablar del uso de la codiciada valija diplomática, inviolable, que cruza las fronteras al margen de ningún control (y, aunque se la llame valija, a veces tiene un volumen considerable). La mayoría de los cónsules honorarios actúan de forma completamente autónoma, ya que el Estado que los ha nombrado no los controla muy bien y el gobierno español no tiene ninguna posibilidad de inmiscuirse en sus asuntos, más allá de retirarles el visto bueno, una medida muy agresiva a nivel diplomático y que sólo se toma en casos excepcionales (recientemente sólo se ha retirado la acreditación execuátur al cónsul de Letonia en Barcelona, Xavier Vinyals, y no por ningún negocio sucio, sino por colgar una estelada en su balcón). Algunos de los cónsules honorarios tienen una relación estrecha con el país que representan, por tener familia o haber residido en él. Muchos otros tienen negocios allí, y eso sin duda tendría que ser motivo de incompatibilidades. En Barcelona, incluso hay quien ha sido cónsul de un país tras otro (en realidad, las convenciones internacionales incluso establecen que alguien pueda ser cónsul honorario de dos países a la vez).
Barcelona, guarida de diplomáticos
Barcelona es una de las ciudades del mundo que, sin ser capital de Estado, tiene más delegaciones diplomáticas (sólo es superada por Nueva York y Hong Kong). Incluso hay consulados de países diminutos, y algunas de estas sedes diplomáticas ni siquiera gestionan visados. Muchas dictaduras de países empobrecidos tienen consulados en Barcelona, a pesar de tener muy pocos ciudadanos de su país en Catalunya. Hay curiosas connivencias entre las grandes familias de la ciudad y los asuntos diplomáticos. Parece que la élite económica de la ciudad es, también, la que tiene un papel más destacado en la diplomacia, tanto a nivel de funcionarios, como entre el personal de los consulados honorarios. Ser hijo de alguien es, todavía, una ventaja clara a la hora de acceder a cargos consulares. El mundo de los cónsules es un mundo de barrios altos; es gente que se mueve en un universo de lujo y ostentación. Entre las familias citadas en el libro se incluyen los Trias de Bes, los Guardans Cambó, los Rubert de Ventós... Muchos de los individuos citados, además de tener cargos diplomáticos, ocupan cargos directivos, no sólo en empresas privadas, sino también en empresas públicas o con participación pública. Y en La orgia diplomàtica también se constatan las relaciones turbias de algunos gobiernos autoritarios con Catalunya. Se cita el caso del dictador gabonés Omar Bongo (muerte en Barcelona en el 2009), y el del presidente kazako, Nursultan Nazarbaïev, que tiene casa en Lloret.
Un diplomático para cada escándalo
Rafa Burgos, en L'orgia diplomàtica, hace un vaciado exhaustivo de nombres de personajes y empresas relacionados con negocios turbios. Localiza 1.480, que el lector puede localizar en un práctico índice onomástico. En todos los grandes casos de corrupción se encuentra el vínculo con algún diplomático. Jordi Pujol Ferrusola intentó conseguir el puesto de cónsul honorario del Gabón, pero no lo consiguió. En cambio, Jordi Sumarroca, también sospechoso de estar implicado en el caso del 3%, fue cónsul honorario de Lituania. Joan Gaspart, ex presidente del Barça y uno de los mayores deudores del Estado español, fue cónsul honorario de las islas Seychelles. En el caso Pretoria estuvo implicado Aquilino Mata Mier, cónsul honorario de Kazajistán. Y muchos personajes vinculados a los consulados aparecieron a la lista Falciani. Hay casos todavía más escandalosos: el reciente cónsul en México, Fidel Herrera, fue acusado de estar implicado en la mafia de los cárteles de la droga y, finalmente, ha sido cesado por la venta de medicamentos falsos para el cáncer en su país natal.
Reivindicación del periodismo artesano
Rafa Burgos hace, con este libro, una reivindicación del periodismo de investigación; un periodismo que Rafa Burgos reconoce que está en recesión. "El periodismo artesano, el periodismo que permite libros como este es incómodo, caro y lento", afirma el autor, licenciado en historia y en periodismo. Burgos, a pesar de todo, no renuncia a esta forma de hacer trabajo, metódica, sistemática, y por eso además de dedicarse a sus investigaciones, Burgos hace de guía turístico. Y a L'orgia diplomàtica se hace palpable también la huella del guía que nos conduce por los rincones de Barcelona, y que nos explica anécdotas de monumentos, de episodios históricos, de personajes curiosos...
Demasiadas transiciones pendientes
La diplomacia es uno de los agujeros negros de la transición: un cuerpo plagado de franquistas que no fue nunca depurado, como tantas otras instituciones españolas. Al fin, los partidos políticos democráticos, en lugar de democratizar la diplomacia, optaron por añadirse a la dinámica aristocrática, con el fin de colocar a sus momias vivientes, desde Trillo hasta Clos. Pero, en realidad, a nivel mundial la revolución liberal no ha llegado a la diplomacia, una institución que continúa impregnada de las formas del Antiguo Régimen: clasismo profundo, sentimiento aristocrático, existencia de sagas familiares, favoritismo en la contratación en instituciones públicas, increíbles gastos suntuarios amparadas en el prestigio nacional, jerarquía feroz, burocracia anticuada, servilismo hacia la familia real... Con el pretexto de la razón de Estado, no hay ninguna transparencia en el mundo de los Asuntos Exteriores: todo es secreto. Y lo peor es que en este ámbito hay una confusión completa entre los asuntos públicos y los asuntos privados: a menudo la diplomacia está al servicio de empresas privadas, a veces con comportamientos nada éticos (como la venta de armas a dictaduras o a países en guerra). El cuerpo consular, el conjunto de los diplomáticos que están acreditados en una ciudad, se rigen por un sistema tan clásico como la gerontocracia: son dirigidos por el decano, el de más edad. En realidad, lo más sorprendente es que la diplomática tampoco ha vivido la transición tecnológica derivada de la digitalización. La figura de los embajadores y de los cónsules, inventada en la edad moderna, en un momento en que las comunicaciones eran terriblemente difíciles, continúa en vigor, aunque muchas veces ya no tiene sentido su existencia, porque los servicios que ofrecían los diplomáticos ya están disponibles online. Un diplomático que conocí explicaba que lo peor de su trabajo era: "tener que aguantar unas palizas terribles con un solo whysky".
Tramas para investigar
L'orgia diplomàtica ofrece una avalancha de datos sobre negocios poco claros. Al sistemático trabajo de hemeroteca se le suma la realización de entrevistas con miembros del cuerpo diplomático acreditado en Barcelona y con expertos en temáticas diplomáticas. Con todo ello, Rafa Burgos recoge una cantidad ingente de pistas sobre la putrefacción que rodea a la diplomacia presente en Catalunya. Burgos presenta su investigación como una obra inicial, que permitiría que otros investigadores profundizaran en las líneas de investigación abiertas. En este sentido, hay una cierta dispersión en sus informaciones: hay muchas más sospechas que evidencias. En realidad, es una pena que este libro detecte tantas manchas, pero deje tantas tramas para investigar. En cualquier caso, Burgos prueba que la diplomacia está lejos de estar libre de sospechas. Evidentemente, L'orgia diplomàtica implica un trabajo inconcluso que se tendría que cerrar. Para hacerla haría falta un esfuerzo serio, pero no sólo desde el periodismo. Sin duda, en muchos de estos asuntos, la justicia y la política tendrían que intervenir decididamente para hacer desaparecer estos espacios de impunidad y de falta de transparencia.