Durante la segunda mitad del siglo XI, coincidiendo con la consolidación del régimen feudal, se generalizó el uso de los apellidos, que desde el siglo VIII eran un privilegio exclusivo de las clases dominantes. La explosión demográfica del año 1000 y, sobre todo, la necesidad de sofisticar el control fiscal y militar sobre aquellas clases humildes, impulsaría la generalización de un modelo de identificación que, contra lo que imaginamos, se fabricó y se aplicó al conjunto de la sociedad de forma cruda y sin ninguna concesión a la imaginación o a la libertad.